miércoles, 25 de julio de 2012

La Artesana del Dolor (Terror/Relato)

La tarde poseía un extraño tinte negro, un tanto fúnebre. Como si la desgracia poblara los cielos. Podían surgir varios vaticinios adversos, de los nefastos firmamentos. Una tarde tan apagada, sólo podía presagiar cosas malas. La ciudad se veía envuelta en un ambiente siniestro. Parecía que la tarde caería, cubriendo todo, y sumiría todo en tinieblas. Este tipo de cielos, gustaban a algunas personas. Especialmente a los brujos, y los que tenían gusto hacia lo oscuro.
La tienda esotérica humeaba. Los calderos despedían la humareda, ardiendo en pociones extrañas. El edificio era de madera húmeda y vieja. A través de la chimenea, la única abertura, salían aquellos vapores. Tenía apenas dos ventanas, teñidas en humedad, como una choza rústica, en medio de la ciudad. Adentro por supuesto, la oscuridad abundaba, y devoraba. Estaba repleta por los más misteriosos objetos, adornos y accesorios. Había desde las pociones más extrañas, collares y libros antiguos, hasta muñecos de tortura. Había un diverso repertorio. De todo lo que se podía encontrar había, en cuanto a los trabajos de la brujería.
En aquel preciso instante, una fina silueta abandonaba la tienda de esoterismo. El brujo que atendía, un sujeto joven, cubierto enteramente por una túnica negra, que tenía la mirada cubierta por un velo negro también, y que sus largos y lisos cabellos del mismo color, aparecían por los bordes de su sombrero puntiagudo, despedía a la cliente fingiendo afabilidad. Entonces, se sobaba las manos, y volvía a entrar a su tienda, sonriendo misteriosamente. En la espera, porque su clienta fuera a volver algún otro día, porque era clienta habitual.
Marilyn caminaba por las calles desprovistas de luz. Sólo algún farol, iluminaba a la distancia, y su apenas débil rayo de luz, recorría apenas los contornos de los muros sin vida. Llevaba aferrado contra su pecho, el nuevo muñeco que había comprado en la tienda esotérica. Hace días había estado practicando los métodos de tortura, mediante muñecos en la brujería. Necesitaba la foto de la víctima, y unos clavos especiales. Esta semana iría a intentarlo de nuevo, en su taller, bajo su habitación. Esperaba que el muñeco, resultase valer todo el dinero que había costado.
“Muchas gracias por su compra. Este muñeco es duradero. No te durará sólo una semana, como los otros. Estas monedas de oro que me has dado, valdrán la pena. Este muñeco merece su precio, te lo aseguro” le había aclarado el vendedor. Marilyn sólo esperaba, que aquellas palabras fuesen ciertas.
Pasamos a mencionar algunos detalles sobre nuestra peculiar chica, Marilyn. Marilyn era, una adolescente, de catorce años de edad. No tenía padres. Nadie se los conocía, ni jamás se les había visto. Todo el tiempo, su casa había estado abandonada. Nadie se explicaba, desde hace cuánto vivía en su hogar, ni de dónde había aparecido. La solían señalar por costumbre, como “la chica sombría que se paseaba por las calles”.
Marilyn, a pesar de su tétrico aspecto, era una chica bastante agraciada. Su mirada estaba llena de sombras, se delineaba los ojos exageradamente, al punto de que pareciesen rasgados en pintura negra. Pero de esta forma también, destacaban sus intensos e inmensos ojos marrones, como el tinte de la sangre derramada que ha estado mucho tiempo en un lugar. Su rostro era blanco y terso, parecía muy bien cuidado. Seguramente Marilyn no estaba preocupada de aquello, pero era un hecho, de que tenía un lindo rostro. Sus cabellos, eran rizados y dorados. Si se veía desde lejos, lo primero que se podía notar, eran unos dorados cabellos, unas ropas negras, y unas chispas rojas, que eran sus ojos. Si Marilyn buscaba espantar con su aspecto, lo conseguía. Pero no podía negarse también, que pese a lo sombría que era, tétrica, también era muy atractiva. Las miradas no lograban engañarse evitando verla. Volteaban hacia ella todo el tiempo. Más de alguno codiciaba lo que no podía tener. Más de alguno, se veía tentado a tantas sombras…
Por lo tanto, Marilyn era agraciada. Pero también era como una lágrima, de un cielo de tinieblas. Su personalidad era tan fría, que hería punzantemente. Una palabra hacia Marilyn, solía ser una palabra perdida. Si se decía que había ser sin sentimiento alguno, ese era ella. Estaba desprovista de los sentimientos más tiernos, como el amor, el cariño, o el apego. Por supuesto también, no conocía de compasión. Marilyn simplemente, no reaccionaba hacia el mundo de las personas que la rodeaba. Prefería poner una barrera ante ese mundo, e internarse en sus sombras. Nadie sabía tampoco, si lo hacía consciente o inconscientemente. Pero simplemente, aquella era su forma de ser. Bastante peculiar.
Marilyn iba pensando por las calles, y luego cuando llegó hasta su hogar, que debía darle un nombre al muñeco con el que iría a trabajar. Su hogar, era un infierno. Las palabras podían exagerar, pero si se ingresaba por primera vez a su hogar, aquel ambiente se percibía, aquel significado llegaba. Hacía un calor agobiador, y a veces era frío, como la Antártida. Pero siempre sus muros marrones, como las llamas, causaban aquel sentimiento de ansias, de desesperación. Todo el hogar estaba pintado de rojo, y sólo las sombras que entraban, hacían cambiar los colores a tonos más oscuros, más infernales aún. Aquel tremendo silencio dentro, era engañoso, era como si miles de gritos de demonios se oyesen, y a la vez, era como si no hubiese ruido alguno, tan desolador, que hacía creer que el mundo había muerto. Además, su hogar se había llenado de odio, agobio, rencor y desprecio todos aquellos años, y de todos los sentimientos negativos que existían. Aquella había sido la cuna de Marilyn, ese era su hogar. Y había nacido entre las llamas, entre la agonía, entre el rencor eterno, y en la cumbre de las sombras.
-Paul… será tu nombre –determinaba Marilyn, mientras depositaba al muñeco de trapo sobre una mesa. Tenía dos botones como ojos, y una boca cosida. Su expresión era entre una infantil felicidad, y una maldad escondida. Llegaba hasta lo siniestro. Marilyn había escogido a aquel muñeco, le había bastado sólo contemplarlo una vez (El más aterrador de la estantería), para decidirse a llevarlo, luego de varios días de ahorros. Era necesario mencionar, que en la tienda esotérica todo estaba a un muy alto precio, porque el brujo debía viajar a los lugares más escondidos, extraños, peligrosos y de pesadilla, para conseguir sus mercancías y otras cosas.
A mitad de la noche, la televisión estaba encendida. Se había cambiado a un canal, que a aquellas horas no funcionaba, emitiendo terrorífica interferencia. Sobre el sofá frente al televisor, había alguien, estaba Paul, el muñeco de trapo, muy acomodado. Había llegado por sí solo allí. Formaba una sonrisa, en su boca cosida, y su cuerpo caía casi contra el borde, apoyado contra una almohada. Seguramente había caminado por el pasillo, hasta llegar al sofá. Marilyn había salido, o estaba durmiendo. Lo más probable, es que había salido. El muñeco llevaba varias horas allí, en aquella posición. Era bastante atemorizante contemplarlo. En cualquier momento se levantaría, y se largaría a caminar.
Había una inmensa luna llena. Tan inmensa, que parecía no caber en el cielo, sin embargo, ajustaba perfectamente también. Sobre un muro, había un alma solitaria. Era un alumno de la escuela cercana, tenía por nombre Ismael. Llevaba una boina sobre su cabeza, y tenía un cuaderno en sus manos, que jamás abandonaba. Con el lápiz, iba creando líneas. Estaba sentado encima del muro, y a ratos, contemplaba el cielo y la luna llena para inspirarse. Le gustaba contemplar la ciudad de noche. Una brisa de pronto, quiso arrebatarle la boina, pero se la ajustó. Continuó observando, y apreciando. A ratos se decía cosas.
-Linda ciudad, linda de noche… En la noche todo es más calmado. No hay etapa del día que brinde más serenidad a mi ser, que en la noche… -y sonreía.
Vio una silueta pasar por las calles. Tenía las curvas de una mujer, bien marcadas. Vestía de negro, con unos trapos que parecían llegarle hasta los pies. Sus cabellos eran rizados y rubio oscuro, en la noche. Sus ojos marrones parecían centellear. Llevaba una vistosa y pura cruz de plata. Caminaba tranquilamente. Era Marilyn. Llevaba la mirada hacia el frente, como si no hubiera nada más a su alrededor. Ismael se ajustó la boina, subió su cuaderno, y observó curioso. Apegaba su mirada a las hojas, por si se le ocurría algo para escribir.
Sintió como si su cuerpo parecía encenderse. Era una agradable sensación. Aquellas llamativas curvas, aquel misterio, parecían encantarlo. No tenía idea de lo siniestra que era aquella chica, aunque parecía percibirlo inconscientemente. Pero estaba cegado por el atractivo que veía.
-Vaya, ¿Y quién es aquella chica? ¡Es muy atractiva! Mis ojos se van hacia ella… ¿Cómo es que nunca la había visto en la ciudad? –parecía esforzar los ojos para contemplar mejor. Tenía el cuaderno sobre el pecho. Comenzó a escribir un pequeño relato de sólo unas líneas, que hablaba de un ángel negro de cabellos rizados y dorados, que atravesaba las calles de la ciudad. En el relato entonces, él iba, le hablaba, y se la llevaba consigo. Pero en su realidad, no haría eso. Sólo se limitó a mirar desde el muro.
-Es bastante… No, no tengo palabras. No la había visto nunca, pero ha llamado más mi atención que toda persona a quien he visto en esta callada ciudad…
Los edificios de noche se veían serenos, los edificios que estaban dentro de las murallas. Marilyn se dirigía por las calles, hacia las afueras, donde los paisajes se volvían más oscuros. Y el exterior, hasta era peligroso. Había desapariciones de vez en cuando. Claro, ¿Quién no se perdía en la oscuridad, en el exterior, donde no había luz ni vivía el humano?
Como Marilyn continuó avanzando por las calles, y se perdió, llegando hasta los exteriores de la ciudad, Ismael descendió rápidamente del muro. Se sostuvo la boina mientras corría tras ella. La iría a seguir. Tenía el sentimiento, de que no quería perderla aquella noche, y quería averiguar más. Había una ligera niebla sobre los cielos.
Marilyn se dirigió hacia el cementerio, en las afueras de la ciudad. Hasta allí, al exterior, llegó Ismael, esquivando la maleza imperceptible por la oscuridad, y los árboles húmedos y viejos. Había mucha naturaleza, pero no había animales. No había nada de luz. Ismael a tientas, pisando con cuidado y casi a saltos, llegó hasta el cementerio. No vio a Marilyn, pero dedujo que ella había entrado allí, porque era el único rumbo en aquella dirección, y las puertas estaban abiertas hasta atrás.
Eran altas horas de aquella algo estremecedora noche. La temperatura estaba media, pero hacía más frío que calidez. Ismael se abrigaba bien, y recorría el cementerio, entre ligeros escalofríos por las tumbas. Pero se sentía más tranquilo, de lo habitual que era asustarse al pasearse por un cementerio. Estaba tranquilo, porque aquel ambiente en cierto modo, también le gustaba. Algunas noches venía, y se subía a los muros o alguna tumba, y observaba los árboles y los paisajes muertos, y comenzaba a describir. Pero claro, no era todas las noches. A veces había fantasmas, y eso sí que realmente le espantaba.
Como recorrió por varias horas, sin encontrar a Marilyn, comenzó a pensar en retirarse, muerto de sueño. Y cuando iba retrocediendo, contempló una tumba abierta. Vaya, ¡Qué hermosa le resultó aquella visión, dentro también de lo profundamente escalofriante que era! En la profundidad de la tumba, había una tierna figura. Estaba Marilyn; se veía muy hermosa. Su cuerpo que parecía delicado, de generosas curvas y belleza, estaba algo descubierto entre aquellos trapos negros que la envolvían, parecía acurrucada sobre la tierra, en la profundidad, y parecía dormir. Unos velos negros rodeaban su atractiva figura, con misterio. La rodeaban, como envolviendo a un ángel negro caído, de sus heridas, o simplemente, adornando su sensual cuerpo. Ismael deseó por un momento ser aquellos velos negros. Marilyn dormía, y respiraba tranquilamente.
Sin embargo, Ismael no supo qué hacer, y quiso retroceder, cuando contemplando hacia la profundidad, Marilyn despertó. Sus ojos se abrieron de un momento a otro, se sentó, y comenzó a levantarse, aferrándose a los bordes. Una vez fuera de la tumba, le dirigió una fría mirada a Ismael, carente de todo sentimiento. Quizás hasta despreciativa, pero no parecía aquella la intención. Marilyn entonces se retiró. Ismael estaba aterrado. Entre lo tranquilamente que ella dormía, no pensó que iría a despertar. Sin embargo, luego Ismael se quedó solo en el cementerio. Y se sintió en las nubes. ¿Estaba enamorado? No lo pensaba así. Pero maldición, ¡No podía sacar a Marilyn de su mente!
Una tarde, todo tuvo un brusco final. El suceso, comenzó a desarrollarse en la escuela. Pero previamente a esto, Ismael había intentando volver a ver a Marilyn por la ciudad. Pero no la veía en ninguna tarde, ni ninguna noche. Sin embargo, había averiguado dónde estaba su hogar. Muerto de terror, había entrado a la tienda esotérica. Allí, se las había ingeniado para sacarle aquella información al vendedor.
-¿Cuánto cuestan aquellos muñecos? –fue lo primero que preguntó, al observar los muñecos de trapo. Había venido sólo una vez antes. Había salido aterrado, al contemplar aquellos desfigurados y mortificantes muñecos. Hasta agobiantes.
-Cinco monedas de oro –respondió el vendedor-, No, ahora que recuerdo, los subí a ocho. Debo ir a una tierra de brujos a buscarlos; arriesgo mi vida.
Ismael se mantuvo pensativo.
-¿Qué le sucedió al de mediano tamaño, que siempre parecía contemplar a los clientes? –preguntó. Porque la única vez que había venido, sintió como si aquel muñeco se hubiese quedado contemplándolo tétricamente.
-Pues se lo llevaron –contestó el vendedor.
-¡No puede ser! –fingió asombro Ismael. El vendedor lo miraba con desconfianza- Lo que sucede –explicó Ismael-, es que iba a tener un ritual estos días… ¡Y necesitaba aquel muñeco!
El vendedor lo observó aún más extrañado. Pero estaba acostumbrado a las locuras de sus clientes. Le dijo:
-Si tanto lo quieres, ve y cómpraselo a la chica a la que se lo he vendido, ¿Si? A mí no me molestes.
-¿Cómo era ella? –preguntó Ismael. El vendedor se la describió de tal forma, que supo que era Marilyn. Cabellos rizados, trapos negros, una mirada sombría de ojos marrones…
-Mi mejor clienta –añadió. Parecía haberse fijado en su atractivo también, a pesar de lo avanzado de edad que tenía él. Tras el mostrador, no se avergonzaba.
-Pero… -dijo Ismael- Debo conseguir aquel muñeco a toda costa. ¿Sabes por casualidad, dónde puede estar el hogar de ella? –y entonces Ismael creyó que finalmente obtendría la información que quería. Como iría a esperar, el vendedor le dio la dirección.
-Puedes ir a buscarla, y ofrecerle dinero por el muñeco. Quizás te lo venda, pero ofrécele una buena cantidad. Ya te he dicho, su hogar está en la calle que da a la salida de la ciudad, donde por allí no pasa gente. Creo que a mi clienta como yo, no nos gusta la gente… -y le dirigió una obvia mirada de desprecio a Ismael. Éste, sin hacer nada más que dar las gracias, comprendió, y se retiró, cerrando la puerta y dejando la tienda sumida en tinieblas.
Entonces, ya había averiguado dónde estaba el hogar de Marilyn. Sin embargo, se paseaba diversos días por allí, y nunca la encontraba. Como su curiosidad lo venció, un día vio la puerta abierta, e ingresó. Los muros eran rojos. La televisión estaba encendida, era tarde, cuando ya se había oscurecido. Apenas estuvo dentro, había contemplado a aquel muñeco que le levantó los pelos de la cabeza del susto: estaba sobre el sofá, acomodado, contemplando la televisión. Pareció escucharlo murmurar:
-¿Qué haces en el hogar de mi ama? Despreciable humano.
Pero pensó que había sido sólo su imaginación. Más lo valía así… O se hubiera partido por dentro del terror. Caminaba, y el muñeco parecía observarlo. ¿Pero qué pensaba? Los muñecos no hablaban…
Recorrió el hogar de Marilyn. Esas no eran sus costumbres, y nunca se había adentrado en el hogar de otra persona. Pero, el impulso podía más. Aquel impulso, como un enamoramiento, por volver a apreciar aquella belleza y misterio otra vez. Sólo necesitaba ver a Marilyn una vez más, ¡Sólo una!, y se contentaría…
Pero el hogar era de bastante reducido espacio. La habitación de Marilyn estaba cerrada. Lo que le desconcertó, fue tirar de la puerta, y al comprobar que no abría, observó unas escaleras como escondidas a un lado. Descendió, y se encontró con un cuarto más cerrado, de más pequeño espacio. Era un taller. Sobre un muro, había una gran mesa metálica. Arriba de la mesa, varios muñecos de trapo, de distintos tamaños, con clavos atravesados hasta en los ojos, en los hombros y en sus vientres. Había una gran mancha de sangre sobre la mesa metálica. En el taller, había otras cosas como herramientas que parecían de tortura, sillas de acero y cosas así por el estilo. Había un gran olor a sangre. Había también una estantería, llena de libros, y con algunos cráneos de personas. ¿De dónde diablos ella había sacado todo eso? No quiso pensar que se trataba de una asesina. Como le aterró tanto, se vio impulsado a salir del lugar inmediatamente, pensando jamás volver…
Pero así como había transcurrido aquella tarde, al otro día, había asistido a la escuela. El día había estado normal y tranquilo. Cuán grande sería su sorpresa, sin embargo, cuando la tarde cayó otra vez, dejando la escuela parcialmente a oscuras, y cuando caminaba por un pasillo para retirarse hasta su hogar, contempló varias siluetas. Tres de ellas, parecían estar en contra de una. Se acercó, y desde el comienzo del pasillo contempló de qué se trataba.
Estaba asombrado. Marilyn estaba allí. Y frente a ella, había tres niños de grados más bajos. Eran más pequeños. Marilyn les prestaba atención, pero no hacía gesto alguno; sólo se limitaba a mirarlos. Aquellos tres niños parecían ser familiares. Entremedio de ellos, había uno casi arrodillado, temblando y tapándose la cabeza. Los otros dos increpaban duramente a Marilyn, y la desafiaban.
-¡Sabemos que eres una bruja, o quizás hasta una muerta! –Le decía el primero, exasperado- ¿Qué le has hecho a nuestro pequeño primo, lo has maldecido? ¡Se ha sentido todo el día mal! Y dice que de sólo verte, ¡Siente un gran terror!
-Sí, está seguro de que tú le has hecho esto –decía el chico al otro lado, furibundo.
Marilyn no contestaba nada, se reservaba sus respuestas. Ismael pensó que debía intervenir, pero luego, rechazó aquella idea. No sabía cómo iba a reaccionar Marilyn, si es que él se entrometía.
-No deberías tener derecho a pasearte por estos pasillos, con esa apariencia… -volvió a decir el primero, con bastante desprecio, frunciendo las cejas.
Los chicos luego, se vieron más dominados por sus iras, y con los estantes de respaldo tras ellos, comenzaron a arrojar libros y manzanas a Marilyn, que habían en los compartimientos. Ismael pensó, que no debía meterse en problemas. Le daba temor, pensar que si interfería y tiraba al piso a aquellos tres chicos, Marilyn apenas le agradecería el gesto. Por lo que pensó, que sería mejor retirarse, y lo hizo, y abandonó la escuela. Pero Marilyn sin embargo, no iba a quedarse así. No dejaría que aquellos libros y manzanas se estrellaran contra ella como si nada. Caminó, con total tranquilidad, ignorando completamente a los ensañados estúpidos chicos, y como por arte de magia oscura, las manzanas y los libros arrojados a ella le rebotaban, se desviaban, pasaban por el lado, pero jamás le daban. Los chicos observaban atónitos. Comprobaban, que aquella ser, no era para nada normal.
Ismael a la salida, llegó hasta el buzón de la escuela. Volteó a observar los contornos sombríos del edificio, su gran sombra. Vio a Marilyn saliendo, por el pequeño sendero, a la salida de las puertas del establecimiento. Caminaba siempre, como lentamente, como sin vida, como si no tuviera algo que le importara. Ismael con lástima abrió el buzón: Allí, estaba repleto de cartas de amor, que le había escrito todo este tiempo a Marilyn. Ella ni siquiera se había molestado en sacarlas. Él sentía que se le partía el corazón, pero debía reponerse luego de todas formas, igualmente.
El brusco final de aquella historia, de aquel encuentro con el destino, cuando Ismael se vio como flechado y cautivado, aconteció a la tarde siguiente. El día había transcurrido normal. Observaba a escondidas a Marilyn en los recreos. ¿Desde cuándo iba ella en su escuela?, se preguntaba. Pero los chicos el día de hoy, no habían molestado para nada a Marilyn. Es más, ni siquiera habían venido. Era como si hubieran desaparecido.
El cuaderno de Ismael se había llenado de líneas a Marilyn. Como aquella tarde transcurrió lenta, y sin demasiado interés, se retiró de la escuela, directo con rumbo a su hogar. Sin embargo, algo de lo que luego se iría a arrepentir, lo hizo voltearse, y tener deseos de ver a Marilyn. Aquella tarde, debía verla, sí, por última vez. Y sólo entonces, comenzaría a olvidarla. Porque sabía que con ella, no había camino alguno, que no había esperanza por tomar. Con ella, no había oportunidad, por muy hermosa que fuera.
Llegó hasta el hogar de Marilyn. La puerta, estaba eternamente abierta una vez más. Sobre el felpudo de entrada, que decía “Infierno” en vez de bienvenida, estaba tirado Paul, el muñeco de trapo. La noche había caído. Estaba la luna llena. Ismael no tenía nada más que hacer. Se dirigió hasta la entrada del hogar, y recogió al muñeco entre sus manos. Estaba algo aterrorizado, el muñeco otra vez parecía contemplarlo. Y estuvo seguro, de que murmuró ahora:
-¿Qué haces, has venido a ver a mi dama? ¿Quieres encontrar una muerte? ¿O quieres ver las horribilidades que ha causado ella? Si vas a entrar, contemplarás.
¿Qué diablos?, pensaba. El muñeco era capaz de formar todo un discurso. Ismael pensó que había perdido bastante la cordura, que estaba volviéndose loco, para imaginarse al muñeco hablar así de estructuradamente. Lo tiró con violencia contra el suelo, e ingresó al hogar, de golpe entonces. No le interesaba que no hubiera nadie, como que hubiera estado Marilyn. Después de todo, su propósito era verla.
Pero… aquello fue lo peor que se le pudo haber ocurrido. Porque recorrió el hogar, y una vez más, se vio en el deber de bajar hacia el sótano. Allí estaba la puerta del taller. No estaba entreabierta; estaba cerrada, pero no asegurada con llave. Tiró el pomo lentamente, sin saber lo que iría a develar, lo que le iría a esperar. Abrió lentamente, aumentando el suspenso.
-¡Dios mío, Marilyn! –gritó del espanto al llegar hasta el taller. Allí estaba Marilyn. ¿Habíamos mencionado sus pasatiempos? Sí, Marilyn era algo parecido a una bruja. Pero llegaba más allá de eso. Le encantaba causar dolor. Estaba allí, realizando torturas en su taller, embrujos, y encantamientos. Allí pasaba la mayor parte del tiempo. Oh sí, ¿Habíamos mencionado el nombre de los tres chiquillos, que pretendían discutir y fastidiar a Marilyn?
Por cierto, ellos también estaban allí. Pero en una forma diferente. Ismael observó con horror. Paul bajó las escaleras, y llegó caminando hasta el taller, para ponerse de pie entre la abertura de la puerta, y observar, y reír malévolamente, divertido, con su boca cosida. Marilyn estaba frente a la mesa metálica. Sobre ella, había tres muñecos colgados, de tamaños casi reales. Las luces estaban encendidas, pero justo en aquel momento, se había cortado la luz en la mayor parte de la ciudad. Los muñecos llevaban inscripciones a sus pies, que por cierto, eran los nombres de aquellos tres chicos. “Manuel el del medio, Iván, el pequeño atemorizado por Marilyn como por un mal de ojo, y Gonzalo, el mayor”. Marilyn los había disecado. Les había arrancado la piel, y las había puesto dentro de la de los muñecos de trapo, que habían servido como moldes. Estaban atravesados por muchas agujas, en las partes más sensibles de sus cuerpos. Agujas tan grandes, como un brazo, gruesas y afiladas de tal manera, que era doloroso verlas. Los muñecos parecían botar lágrimas del sufrimiento. Marilyn simplemente volteó, observó a Ismael, y le dijo:
-¿Qué haces molestando aquí? Puedes retirarte, estoy haciendo mi trabajo.
Ismael estuvo paralizado por el terror. Lentamente, caminó retrocediendo, contemplando aún la escena pasmado, y llegó hasta la puerta. Un escalofrío no lo dejaba en paz. A través de la puerta entreabierta, Paul, el muñeco de trapo, le aferró una pierna. Y en su otro brazo, tenía un cuchillo de cocina. Ismael aterrado, dio un gran salto, y corrió por las escaleras, y salió atropelladamente del hogar. Corrió por las calles, y no se detuvo. Nunca más volvería allí. Y para retenérselo, gritaba mientras corría sin aliento:
-¡No volveré allí, no volveré allí! ¡Jamás pondré pie en aquel infierno!
Y todo había sucedido, porque se había fijado en Marilyn. Y había llegado más allá de donde debía llegar. En el mundo, y en aquella ciudad, no todas las personas son normales. A veces, ángeles negros o personas que parecen provenir del mismo infierno, caminan entre nosotros. Marilyn era alguien especial. Marilyn causaba el sufrimiento, es lo que hacía. Marilyn era, una artesana del dolor.

DarkDose

 

2 comentarios:

  1. que buenos relatos ases mi querido amigo dark te felisito y espero a que no te rindas con los relatos me da mucho orgullo de ti ;)

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