La tarde poseía un extraño tinte negro, un tanto fúnebre.
Como si la desgracia poblara los cielos. Podían surgir varios vaticinios
adversos, de los nefastos firmamentos. Una tarde tan apagada, sólo podía
presagiar cosas malas. La ciudad se veía envuelta en un ambiente siniestro.
Parecía que la tarde caería, cubriendo todo, y sumiría todo en tinieblas. Este
tipo de cielos, gustaban a algunas personas. Especialmente a los brujos, y los
que tenían gusto hacia lo oscuro.
La tienda esotérica humeaba. Los calderos despedían la
humareda, ardiendo en pociones extrañas. El edificio era de madera húmeda y
vieja. A través de la chimenea, la única abertura, salían aquellos vapores.
Tenía apenas dos ventanas, teñidas en humedad, como una choza rústica, en medio
de la ciudad. Adentro por supuesto, la oscuridad abundaba, y devoraba. Estaba
repleta por los más misteriosos objetos, adornos y accesorios. Había desde las
pociones más extrañas, collares y libros antiguos, hasta muñecos de tortura.
Había un diverso repertorio. De todo lo que se podía encontrar había, en cuanto
a los trabajos de la brujería.
En aquel preciso instante, una fina silueta abandonaba la
tienda de esoterismo. El brujo que atendía, un sujeto joven, cubierto
enteramente por una túnica negra, que tenía la mirada cubierta por un velo
negro también, y que sus largos y lisos cabellos del mismo color, aparecían por
los bordes de su sombrero puntiagudo, despedía a la cliente fingiendo
afabilidad. Entonces, se sobaba las manos, y volvía a entrar a su tienda,
sonriendo misteriosamente. En la espera, porque su clienta fuera a volver algún
otro día, porque era clienta habitual.
Marilyn caminaba por las calles desprovistas de luz. Sólo
algún farol, iluminaba a la distancia, y su apenas débil rayo de luz, recorría
apenas los contornos de los muros sin vida. Llevaba aferrado contra su pecho,
el nuevo muñeco que había comprado en la tienda esotérica. Hace días había
estado practicando los métodos de tortura, mediante muñecos en la brujería.
Necesitaba la foto de la víctima, y unos clavos especiales. Esta semana iría a
intentarlo de nuevo, en su taller, bajo su habitación. Esperaba que el muñeco,
resultase valer todo el dinero que había costado.
“Muchas gracias por su compra. Este muñeco es duradero. No
te durará sólo una semana, como los otros. Estas monedas de oro que me has
dado, valdrán la pena. Este muñeco merece su precio, te lo aseguro” le había
aclarado el vendedor. Marilyn sólo esperaba, que aquellas palabras fuesen
ciertas.
Pasamos a mencionar algunos detalles sobre nuestra peculiar
chica, Marilyn. Marilyn era, una adolescente, de catorce años de edad. No tenía
padres. Nadie se los conocía, ni jamás se les había visto. Todo el tiempo, su
casa había estado abandonada. Nadie se explicaba, desde hace cuánto vivía en su
hogar, ni de dónde había aparecido. La solían señalar por costumbre, como “la
chica sombría que se paseaba por las calles”.
Marilyn, a pesar de su tétrico aspecto, era una chica
bastante agraciada. Su mirada estaba llena de sombras, se delineaba los ojos
exageradamente, al punto de que pareciesen rasgados en pintura negra. Pero de
esta forma también, destacaban sus intensos e inmensos ojos marrones, como el
tinte de la sangre derramada que ha estado mucho tiempo en un lugar. Su rostro
era blanco y terso, parecía muy bien cuidado. Seguramente Marilyn no estaba
preocupada de aquello, pero era un hecho, de que tenía un lindo rostro. Sus
cabellos, eran rizados y dorados. Si se veía desde lejos, lo primero que se
podía notar, eran unos dorados cabellos, unas ropas negras, y unas chispas
rojas, que eran sus ojos. Si Marilyn buscaba espantar con su aspecto, lo conseguía.
Pero no podía negarse también, que pese a lo sombría que era, tétrica, también
era muy atractiva. Las miradas no lograban engañarse evitando verla. Volteaban
hacia ella todo el tiempo. Más de alguno codiciaba lo que no podía tener. Más
de alguno, se veía tentado a tantas sombras…
Por lo tanto, Marilyn era agraciada. Pero también era como
una lágrima, de un cielo de tinieblas. Su personalidad era tan fría, que hería
punzantemente. Una palabra hacia Marilyn, solía ser una palabra perdida. Si se
decía que había ser sin sentimiento alguno, ese era ella. Estaba desprovista de
los sentimientos más tiernos, como el amor, el cariño, o el apego. Por supuesto
también, no conocía de compasión. Marilyn simplemente, no reaccionaba hacia el
mundo de las personas que la rodeaba. Prefería poner una barrera ante ese
mundo, e internarse en sus sombras. Nadie sabía tampoco, si lo hacía consciente
o inconscientemente. Pero simplemente, aquella era su forma de ser. Bastante
peculiar.
Marilyn iba pensando por las calles, y luego cuando llegó
hasta su hogar, que debía darle un nombre al muñeco con el que iría a trabajar.
Su hogar, era un infierno. Las palabras podían exagerar, pero si se ingresaba
por primera vez a su hogar, aquel ambiente se percibía, aquel significado llegaba.
Hacía un calor agobiador, y a veces era frío, como la Antártida. Pero siempre
sus muros marrones, como las llamas, causaban aquel sentimiento de ansias, de
desesperación. Todo el hogar estaba pintado de rojo, y sólo las sombras que
entraban, hacían cambiar los colores a tonos más oscuros, más infernales aún.
Aquel tremendo silencio dentro, era engañoso, era como si miles de gritos de
demonios se oyesen, y a la vez, era como si no hubiese ruido alguno, tan
desolador, que hacía creer que el mundo había muerto. Además, su hogar se había
llenado de odio, agobio, rencor y desprecio todos aquellos años, y de todos los
sentimientos negativos que existían. Aquella había sido la cuna de Marilyn, ese
era su hogar. Y había nacido entre las llamas, entre la agonía, entre el rencor
eterno, y en la cumbre de las sombras.
-Paul… será tu nombre –determinaba Marilyn, mientras
depositaba al muñeco de trapo sobre una mesa. Tenía dos botones como ojos, y
una boca cosida. Su expresión era entre una infantil felicidad, y una maldad
escondida. Llegaba hasta lo siniestro. Marilyn había escogido a aquel muñeco,
le había bastado sólo contemplarlo una vez (El más aterrador de la estantería),
para decidirse a llevarlo, luego de varios días de ahorros. Era necesario
mencionar, que en la tienda esotérica todo estaba a un muy alto precio, porque
el brujo debía viajar a los lugares más escondidos, extraños, peligrosos y de
pesadilla, para conseguir sus mercancías y otras cosas.
A mitad de la noche, la televisión estaba encendida. Se había
cambiado a un canal, que a aquellas horas no funcionaba, emitiendo terrorífica
interferencia. Sobre el sofá frente al televisor, había alguien, estaba Paul,
el muñeco de trapo, muy acomodado. Había llegado por sí solo allí. Formaba una
sonrisa, en su boca cosida, y su cuerpo caía casi contra el borde, apoyado
contra una almohada. Seguramente había caminado por el pasillo, hasta llegar al
sofá. Marilyn había salido, o estaba durmiendo. Lo más probable, es que había
salido. El muñeco llevaba varias horas allí, en aquella posición. Era bastante
atemorizante contemplarlo. En cualquier momento se levantaría, y se largaría a
caminar.
Había una inmensa luna llena. Tan inmensa, que parecía no
caber en el cielo, sin embargo, ajustaba perfectamente también. Sobre un muro,
había un alma solitaria. Era un alumno de la escuela cercana, tenía por nombre
Ismael. Llevaba una boina sobre su cabeza, y tenía un cuaderno en sus manos,
que jamás abandonaba. Con el lápiz, iba creando líneas. Estaba sentado encima
del muro, y a ratos, contemplaba el cielo y la luna llena para inspirarse. Le
gustaba contemplar la ciudad de noche. Una brisa de pronto, quiso arrebatarle
la boina, pero se la ajustó. Continuó observando, y apreciando. A ratos se
decía cosas.
-Linda ciudad, linda de noche… En la noche todo es más
calmado. No hay etapa del día que brinde más serenidad a mi ser, que en la
noche… -y sonreía.
Vio una silueta pasar por las calles. Tenía las curvas de
una mujer, bien marcadas. Vestía de negro, con unos trapos que parecían llegarle
hasta los pies. Sus cabellos eran rizados y rubio oscuro, en la noche. Sus ojos
marrones parecían centellear. Llevaba una vistosa y pura cruz de plata.
Caminaba tranquilamente. Era Marilyn. Llevaba la mirada hacia el frente, como
si no hubiera nada más a su alrededor. Ismael se ajustó la boina, subió su
cuaderno, y observó curioso. Apegaba su mirada a las hojas, por si se le
ocurría algo para escribir.
Sintió como si su cuerpo parecía encenderse. Era una
agradable sensación. Aquellas llamativas curvas, aquel misterio, parecían
encantarlo. No tenía idea de lo siniestra que era aquella chica, aunque parecía
percibirlo inconscientemente. Pero estaba cegado por el atractivo que veía.
-Vaya, ¿Y quién es aquella chica? ¡Es muy atractiva! Mis
ojos se van hacia ella… ¿Cómo es que nunca la había visto en la ciudad?
–parecía esforzar los ojos para contemplar mejor. Tenía el cuaderno sobre el
pecho. Comenzó a escribir un pequeño relato de sólo unas líneas, que hablaba de
un ángel negro de cabellos rizados y dorados, que atravesaba las calles de la
ciudad. En el relato entonces, él iba, le hablaba, y se la llevaba consigo.
Pero en su realidad, no haría eso. Sólo se limitó a mirar desde el muro.
-Es bastante… No, no tengo palabras. No la había visto
nunca, pero ha llamado más mi atención que toda persona a quien he visto en
esta callada ciudad…
Los edificios de noche se veían serenos, los edificios que
estaban dentro de las murallas. Marilyn se dirigía por las calles, hacia las
afueras, donde los paisajes se volvían más oscuros. Y el exterior, hasta era
peligroso. Había desapariciones de vez en cuando. Claro, ¿Quién no se perdía en
la oscuridad, en el exterior, donde no había luz ni vivía el humano?
Como Marilyn continuó avanzando por las calles, y se perdió,
llegando hasta los exteriores de la ciudad, Ismael descendió rápidamente del
muro. Se sostuvo la boina mientras corría tras ella. La iría a seguir. Tenía el
sentimiento, de que no quería perderla aquella noche, y quería averiguar más.
Había una ligera niebla sobre los cielos.
Marilyn se dirigió hacia el cementerio, en las afueras de la
ciudad. Hasta allí, al exterior, llegó Ismael, esquivando la maleza
imperceptible por la oscuridad, y los árboles húmedos y viejos. Había mucha
naturaleza, pero no había animales. No había nada de luz. Ismael a tientas,
pisando con cuidado y casi a saltos, llegó hasta el cementerio. No vio a
Marilyn, pero dedujo que ella había entrado allí, porque era el único rumbo en
aquella dirección, y las puertas estaban abiertas hasta atrás.
Eran altas horas de aquella algo estremecedora noche. La
temperatura estaba media, pero hacía más frío que calidez. Ismael se abrigaba
bien, y recorría el cementerio, entre ligeros escalofríos por las tumbas. Pero
se sentía más tranquilo, de lo habitual que era asustarse al pasearse por un
cementerio. Estaba tranquilo, porque aquel ambiente en cierto modo, también le
gustaba. Algunas noches venía, y se subía a los muros o alguna tumba, y
observaba los árboles y los paisajes muertos, y comenzaba a describir. Pero
claro, no era todas las noches. A veces había fantasmas, y eso sí que realmente
le espantaba.
Como recorrió por varias horas, sin encontrar a Marilyn,
comenzó a pensar en retirarse, muerto de sueño. Y cuando iba retrocediendo,
contempló una tumba abierta. Vaya, ¡Qué hermosa le resultó aquella visión,
dentro también de lo profundamente escalofriante que era! En la profundidad de
la tumba, había una tierna figura. Estaba Marilyn; se veía muy hermosa. Su
cuerpo que parecía delicado, de generosas curvas y belleza, estaba algo
descubierto entre aquellos trapos negros que la envolvían, parecía acurrucada
sobre la tierra, en la profundidad, y parecía dormir. Unos velos negros
rodeaban su atractiva figura, con misterio. La rodeaban, como envolviendo a un
ángel negro caído, de sus heridas, o simplemente, adornando su sensual cuerpo.
Ismael deseó por un momento ser aquellos velos negros. Marilyn dormía, y
respiraba tranquilamente.
Sin embargo, Ismael no supo qué hacer, y quiso retroceder,
cuando contemplando hacia la profundidad, Marilyn despertó. Sus ojos se
abrieron de un momento a otro, se sentó, y comenzó a levantarse, aferrándose a
los bordes. Una vez fuera de la tumba, le dirigió una fría mirada a Ismael,
carente de todo sentimiento. Quizás hasta despreciativa, pero no parecía
aquella la intención. Marilyn entonces se retiró. Ismael estaba aterrado. Entre
lo tranquilamente que ella dormía, no pensó que iría a despertar. Sin embargo,
luego Ismael se quedó solo en el cementerio. Y se sintió en las nubes. ¿Estaba
enamorado? No lo pensaba así. Pero maldición, ¡No podía sacar a Marilyn de su
mente!
Una tarde, todo tuvo un brusco final. El suceso, comenzó a
desarrollarse en la escuela. Pero previamente a esto, Ismael había intentando
volver a ver a Marilyn por la ciudad. Pero no la veía en ninguna tarde, ni
ninguna noche. Sin embargo, había averiguado dónde estaba su hogar. Muerto de
terror, había entrado a la tienda esotérica. Allí, se las había ingeniado para
sacarle aquella información al vendedor.
-¿Cuánto cuestan aquellos muñecos? –fue lo primero que
preguntó, al observar los muñecos de trapo. Había venido sólo una vez antes.
Había salido aterrado, al contemplar aquellos desfigurados y mortificantes
muñecos. Hasta agobiantes.
-Cinco monedas de oro –respondió el vendedor-, No, ahora que
recuerdo, los subí a ocho. Debo ir a una tierra de brujos a buscarlos; arriesgo
mi vida.
Ismael se mantuvo pensativo.
-¿Qué le sucedió al de mediano tamaño, que siempre parecía
contemplar a los clientes? –preguntó. Porque la única vez que había venido,
sintió como si aquel muñeco se hubiese quedado contemplándolo tétricamente.
-Pues se lo llevaron –contestó el vendedor.
-¡No puede ser! –fingió asombro Ismael. El vendedor lo
miraba con desconfianza- Lo que sucede –explicó Ismael-, es que iba a tener un
ritual estos días… ¡Y necesitaba aquel muñeco!
El vendedor lo observó aún más extrañado. Pero estaba
acostumbrado a las locuras de sus clientes. Le dijo:
-Si tanto lo quieres, ve y cómpraselo a la chica a la que se
lo he vendido, ¿Si? A mí no me molestes.
-¿Cómo era ella? –preguntó Ismael. El vendedor se la
describió de tal forma, que supo que era Marilyn. Cabellos rizados, trapos
negros, una mirada sombría de ojos marrones…
-Mi mejor clienta –añadió. Parecía haberse fijado en su
atractivo también, a pesar de lo avanzado de edad que tenía él. Tras el
mostrador, no se avergonzaba.
-Pero… -dijo Ismael- Debo conseguir aquel muñeco a toda
costa. ¿Sabes por casualidad, dónde puede estar el hogar de ella? –y entonces
Ismael creyó que finalmente obtendría la información que quería. Como iría a
esperar, el vendedor le dio la dirección.
-Puedes ir a buscarla, y ofrecerle dinero por el muñeco.
Quizás te lo venda, pero ofrécele una buena cantidad. Ya te he dicho, su hogar
está en la calle que da a la salida de la ciudad, donde por allí no pasa gente.
Creo que a mi clienta como yo, no nos gusta la gente… -y le dirigió una obvia
mirada de desprecio a Ismael. Éste, sin hacer nada más que dar las gracias,
comprendió, y se retiró, cerrando la puerta y dejando la tienda sumida en
tinieblas.
Entonces, ya había averiguado dónde estaba el hogar de
Marilyn. Sin embargo, se paseaba diversos días por allí, y nunca la encontraba.
Como su curiosidad lo venció, un día vio la puerta abierta, e ingresó. Los
muros eran rojos. La televisión estaba encendida, era tarde, cuando ya se había
oscurecido. Apenas estuvo dentro, había contemplado a aquel muñeco que le
levantó los pelos de la cabeza del susto: estaba sobre el sofá, acomodado,
contemplando la televisión. Pareció escucharlo murmurar:
-¿Qué haces en el hogar de mi ama? Despreciable humano.
Pero pensó que había sido sólo su imaginación. Más lo valía
así… O se hubiera partido por dentro del terror. Caminaba, y el muñeco parecía
observarlo. ¿Pero qué pensaba? Los muñecos no hablaban…
Recorrió el hogar de Marilyn. Esas no eran sus costumbres, y
nunca se había adentrado en el hogar de otra persona. Pero, el impulso podía
más. Aquel impulso, como un enamoramiento, por volver a apreciar aquella
belleza y misterio otra vez. Sólo necesitaba ver a Marilyn una vez más, ¡Sólo
una!, y se contentaría…
Pero el hogar era de bastante reducido espacio. La
habitación de Marilyn estaba cerrada. Lo que le desconcertó, fue tirar de la
puerta, y al comprobar que no abría, observó unas escaleras como escondidas a
un lado. Descendió, y se encontró con un cuarto más cerrado, de más pequeño
espacio. Era un taller. Sobre un muro, había una gran mesa metálica. Arriba de
la mesa, varios muñecos de trapo, de distintos tamaños, con clavos atravesados
hasta en los ojos, en los hombros y en sus vientres. Había una gran mancha de
sangre sobre la mesa metálica. En el taller, había otras cosas como
herramientas que parecían de tortura, sillas de acero y cosas así por el
estilo. Había un gran olor a sangre. Había también una estantería, llena de
libros, y con algunos cráneos de personas. ¿De dónde diablos ella había sacado
todo eso? No quiso pensar que se trataba de una asesina. Como le aterró tanto,
se vio impulsado a salir del lugar inmediatamente, pensando jamás volver…
Pero así como había transcurrido aquella tarde, al otro día,
había asistido a la escuela. El día había estado normal y tranquilo. Cuán
grande sería su sorpresa, sin embargo, cuando la tarde cayó otra vez, dejando
la escuela parcialmente a oscuras, y cuando caminaba por un pasillo para
retirarse hasta su hogar, contempló varias siluetas. Tres de ellas, parecían
estar en contra de una. Se acercó, y desde el comienzo del pasillo contempló de
qué se trataba.
Estaba asombrado. Marilyn estaba allí. Y frente a ella,
había tres niños de grados más bajos. Eran más pequeños. Marilyn les prestaba
atención, pero no hacía gesto alguno; sólo se limitaba a mirarlos. Aquellos
tres niños parecían ser familiares. Entremedio de ellos, había uno casi
arrodillado, temblando y tapándose la cabeza. Los otros dos increpaban
duramente a Marilyn, y la desafiaban.
-¡Sabemos que eres una bruja, o quizás hasta una muerta! –Le
decía el primero, exasperado- ¿Qué le has hecho a nuestro pequeño primo, lo has
maldecido? ¡Se ha sentido todo el día mal! Y dice que de sólo verte, ¡Siente un
gran terror!
-Sí, está seguro de que tú le has hecho esto –decía el chico
al otro lado, furibundo.
Marilyn no contestaba nada, se reservaba sus respuestas.
Ismael pensó que debía intervenir, pero luego, rechazó aquella idea. No sabía
cómo iba a reaccionar Marilyn, si es que él se entrometía.
-No deberías tener derecho a pasearte por estos pasillos,
con esa apariencia… -volvió a decir el primero, con bastante desprecio,
frunciendo las cejas.
Los chicos luego, se vieron más dominados por sus iras, y
con los estantes de respaldo tras ellos, comenzaron a arrojar libros y manzanas
a Marilyn, que habían en los compartimientos. Ismael pensó, que no debía
meterse en problemas. Le daba temor, pensar que si interfería y tiraba al piso
a aquellos tres chicos, Marilyn apenas le agradecería el gesto. Por lo que
pensó, que sería mejor retirarse, y lo hizo, y abandonó la escuela. Pero
Marilyn sin embargo, no iba a quedarse así. No dejaría que aquellos libros y
manzanas se estrellaran contra ella como si nada. Caminó, con total
tranquilidad, ignorando completamente a los ensañados estúpidos chicos, y como
por arte de magia oscura, las manzanas y los libros arrojados a ella le
rebotaban, se desviaban, pasaban por el lado, pero jamás le daban. Los chicos
observaban atónitos. Comprobaban, que aquella ser, no era para nada normal.
Ismael a la salida, llegó hasta el buzón de la escuela.
Volteó a observar los contornos sombríos del edificio, su gran sombra. Vio a
Marilyn saliendo, por el pequeño sendero, a la salida de las puertas del
establecimiento. Caminaba siempre, como lentamente, como sin vida, como si no
tuviera algo que le importara. Ismael con lástima abrió el buzón: Allí, estaba
repleto de cartas de amor, que le había escrito todo este tiempo a Marilyn.
Ella ni siquiera se había molestado en sacarlas. Él sentía que se le partía el
corazón, pero debía reponerse luego de todas formas, igualmente.
El brusco final de aquella historia, de aquel encuentro con
el destino, cuando Ismael se vio como flechado y cautivado, aconteció a la
tarde siguiente. El día había transcurrido normal. Observaba a escondidas a
Marilyn en los recreos. ¿Desde cuándo iba ella en su escuela?, se preguntaba.
Pero los chicos el día de hoy, no habían molestado para nada a Marilyn. Es más,
ni siquiera habían venido. Era como si hubieran desaparecido.
El cuaderno de Ismael se había llenado de líneas a Marilyn.
Como aquella tarde transcurrió lenta, y sin demasiado interés, se retiró de la
escuela, directo con rumbo a su hogar. Sin embargo, algo de lo que luego se
iría a arrepentir, lo hizo voltearse, y tener deseos de ver a Marilyn. Aquella
tarde, debía verla, sí, por última vez. Y sólo entonces, comenzaría a
olvidarla. Porque sabía que con ella, no había camino alguno, que no había
esperanza por tomar. Con ella, no había oportunidad, por muy hermosa que fuera.
Llegó hasta el hogar de Marilyn. La puerta, estaba
eternamente abierta una vez más. Sobre el felpudo de entrada, que decía “Infierno”
en vez de bienvenida, estaba tirado Paul, el muñeco de trapo. La noche había
caído. Estaba la luna llena. Ismael no tenía nada más que hacer. Se dirigió
hasta la entrada del hogar, y recogió al muñeco entre sus manos. Estaba algo
aterrorizado, el muñeco otra vez parecía contemplarlo. Y estuvo seguro, de que
murmuró ahora:
-¿Qué haces, has venido a ver a mi dama? ¿Quieres encontrar
una muerte? ¿O quieres ver las horribilidades que ha causado ella? Si vas a
entrar, contemplarás.
¿Qué diablos?, pensaba. El muñeco era capaz de formar todo
un discurso. Ismael pensó que había perdido bastante la cordura, que estaba
volviéndose loco, para imaginarse al muñeco hablar así de estructuradamente. Lo
tiró con violencia contra el suelo, e ingresó al hogar, de golpe entonces. No
le interesaba que no hubiera nadie, como que hubiera estado Marilyn. Después de
todo, su propósito era verla.
Pero… aquello fue lo peor que se le pudo haber ocurrido.
Porque recorrió el hogar, y una vez más, se vio en el deber de bajar hacia el
sótano. Allí estaba la puerta del taller. No estaba entreabierta; estaba
cerrada, pero no asegurada con llave. Tiró el pomo lentamente, sin saber lo que
iría a develar, lo que le iría a esperar. Abrió lentamente, aumentando el suspenso.
-¡Dios mío, Marilyn! –gritó del espanto al llegar hasta el
taller. Allí estaba Marilyn. ¿Habíamos mencionado sus pasatiempos? Sí, Marilyn
era algo parecido a una bruja. Pero llegaba más allá de eso. Le encantaba
causar dolor. Estaba allí, realizando torturas en su taller, embrujos, y
encantamientos. Allí pasaba la mayor parte del tiempo. Oh sí, ¿Habíamos
mencionado el nombre de los tres chiquillos, que pretendían discutir y
fastidiar a Marilyn?
Por cierto, ellos también estaban allí. Pero en una forma
diferente. Ismael observó con horror. Paul bajó las escaleras, y llegó
caminando hasta el taller, para ponerse de pie entre la abertura de la puerta,
y observar, y reír malévolamente, divertido, con su boca cosida. Marilyn estaba
frente a la mesa metálica. Sobre ella, había tres muñecos colgados, de tamaños
casi reales. Las luces estaban encendidas, pero justo en aquel momento, se
había cortado la luz en la mayor parte de la ciudad. Los muñecos llevaban
inscripciones a sus pies, que por cierto, eran los nombres de aquellos tres
chicos. “Manuel el del medio, Iván, el pequeño atemorizado por Marilyn como por
un mal de ojo, y Gonzalo, el mayor”. Marilyn los había disecado. Les había
arrancado la piel, y las había puesto dentro de la de los muñecos de trapo, que
habían servido como moldes. Estaban atravesados por muchas agujas, en las
partes más sensibles de sus cuerpos. Agujas tan grandes, como un brazo, gruesas
y afiladas de tal manera, que era doloroso verlas. Los muñecos parecían botar
lágrimas del sufrimiento. Marilyn simplemente volteó, observó a Ismael, y le
dijo:
-¿Qué haces molestando aquí? Puedes retirarte, estoy
haciendo mi trabajo.
Ismael estuvo paralizado por el terror. Lentamente, caminó
retrocediendo, contemplando aún la escena pasmado, y llegó hasta la puerta. Un
escalofrío no lo dejaba en paz. A través de la puerta entreabierta, Paul, el
muñeco de trapo, le aferró una pierna. Y en su otro brazo, tenía un cuchillo de
cocina. Ismael aterrado, dio un gran salto, y corrió por las escaleras, y salió
atropelladamente del hogar. Corrió por las calles, y no se detuvo. Nunca más
volvería allí. Y para retenérselo, gritaba mientras corría sin aliento:
-¡No volveré allí, no volveré allí! ¡Jamás pondré pie en
aquel infierno!
Y todo había sucedido, porque se había fijado en Marilyn. Y
había llegado más allá de donde debía llegar. En el mundo, y en aquella ciudad,
no todas las personas son normales. A veces, ángeles negros o personas que
parecen provenir del mismo infierno, caminan entre nosotros. Marilyn era alguien
especial. Marilyn causaba el sufrimiento, es lo que hacía. Marilyn era, una
artesana del dolor.
DarkDose
buen relato
ResponderEliminarque buenos relatos ases mi querido amigo dark te felisito y espero a que no te rindas con los relatos me da mucho orgullo de ti ;)
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