Caía una solitaria noche, y me preguntaba: ¿Qué es la
inspiración? La inspiración, es aquella voluntad, que nos eleva, más allá del
universo. Es la visión de un ensueño, que nos lleva a distancias del mundo, más
allá de donde cualquier cuerpo físico puede llegar. Es aquel motivo, que nos
mantiene despiertos por las noches. Es cuando nuestra alma ha estado dormida un
largo tiempo, y luego despierta enardecida. La inspiración, es el sentimiento
más hermoso del mundo, que tiene relación también por el amor. Porque es un
apego, una adoración por crear. Es un amor a lo que se le puede llegar a dar
vida. Es un viaje emprendido a los sueños, donde todo es posible, donde no hay
final. Y no hay algo más hermoso en la vida, que alguien en tu mundo, despierte
aquella dulce, sublime inspiración. Cuando me siento así, me pierdo, en otras
realidades, bellas realidades a las que me escapo. Realidades, en la que está
nuestro mundo, y existimos, tú y yo. Donde no hay límites a sueño alguno, y
todo es tan primorosamente irreal.
Entonces, todo comenzaba en un sueño. Estaba abrigado hasta
los hombros por mis frazadas, en mi lecho, donde se escurrían las heladas.
Donde a través del húmedo cristal, se observaba la rebosante e impecable luna
llena dorada, en su totalidad, rodeada por unas cuantas nubes como niebla.
Alrededor, surgía una hilera de tupidos pinos en caminos estrechos. Una colina,
conformaba lo que restaba del ambiente. La silenciosa y misteriosa luna,
parecía inducirme al sueño, cuando con ojos entrecerrados, comenzaba a
imaginar. Y la tenía a ella en el alma, a mi inspiración, la dama de mis
sueños, que por los días, me infundía todas las fantasías que llegaría a soñar
en mi noche. Entonces, trasladándome a otra piel, a otro sentimiento, a mi
realidad, me adentraba en el ensueño:
Estaba en el mismo ambiente, pero había despertado a una
cierta distancia de mi hogar; una cabaña de madera añeja y solitaria, como
mencioné. La soledad había sido mi compañera por bastante tiempo. Desperté,
entre tierras húmedas. Había estado tendido, y débilmente me comencé a
incorporar, inspirado por las fuerzas de la luna de mis anhelos. Entre la
tierra fértil, una de mis garras se clavó, y en el reflejo del agua, vi unos
ojos míos, intensamente amarillos, como el astro en el cielo. Mi rostro
también, era el de una bestia, una bestia soñadora; era un lobo. Un lobo, gris,
como el invierno, caminando en mis cuatro patas, con un rabo que se meneaba
sigilosamente, y con un pelaje, terso y reluciente, acariciado por el viento,
como las suaves caricias que da un ser amado. Mi alma era fiera, y decidida.
Avancé, con la elegancia de un animal de la noche, que aúlla a la luna, desde
húmedas cumbres en la noche, un animal solitario, soñador; algo que realmente
me representaba, que era lo que llevaba por dentro.
Tras avanzar, rodeé mi hogar. Continuaba igualmente
solitario. Tenía todo mi mundo por pasear, y con mi rabo meneado a los vientos,
llegué hasta los densos bosques, de un verde oscuro nocturno. No se oía ni el
susurrar de los animales; todo yacía en el absoluto silencio, como si el
escenario hubiese sido preparado para mí, como si el bosque me hubiese
recibido. Era el único animal entre la naturaleza de mi ensueño. De pronto, una
cálida, blanca luz como la luz de la luna, o un resplandor de magia, iluminó mi
sendero, conformando un camino. Avancé, con mis ojos intensamente amarillos,
chispeantes. Recorrí el sendero en luz, y al final entre las sombras de los
árboles, vi una silueta, inmensamente deslumbrante, una silueta femenina,
delicada, formada con elegancia. Parecía atraerme hasta ella, y cada vez se
desvanecía, guiándome, dejándome su luz como camino. Habiendo llegado al final
entonces, llegué a un claro entre los bosques. Entre la hierba y la tierra,
allí había una banca, azul, como el color al que se tornaba los cielos, en
tardes solitarias y soñadoras. Aquella silueta de una luz destellante, estaba
allí, sentada, muy elegantemente. Como lobo, me sentí cautivado, y lentamente,
avancé hasta ella.
Lo sorprendente en mi sueño, fue que al momento de llegar
hasta ella, tomé mi forma humana, y un halo de luz me envolvía, brillando en
mí, tal como ella, como si fuésemos seres de luz, puros y pulidos por las
estrellas y sueños. La observé entonces, y su sonrisa, se internó en mi ser, y
deslumbró mi mirada. Era una sinceridad tan grande, que me enamoraba el alma. Ella
se levantó entonces, con su perfecta figura excelsa, me observó amistosamente,
y me extendió su mano. La tomé, emocionado, con un respirar agitado porque
estaba deleitado en mi sueño. Cada segundo era un regalo, era la fantasía más
maravillosa, a la vez tan silenciosa, en una sosegada noche. Al momento de
rozar su piel, la banca, los bosques, los alrededores, y todo mi mundo se
desvanecieron como un suspiro. Entonces, volví a despertar, dentro de otro
ensueño, que a la vez, era el mismo.
Estaba cubierto por las frazadas, hasta los hombros, una vez
más. Arrojé las mantas lejos, destapándome, descubriendo mi figura. Estaba en
mi forma natural. Observé entonces, entre las ventanas, por donde entraba la
sigilosa luz del interior. Las cortinas, se dejaban llevar por el viento,
formando curvas fantasiosas. Frente al cristal de la ventana, teñido por el
relente de la noche, había una figura de luz, la más hermosa: allí estaba mi
inspiración, estaba ella, que era el motivo de mi sueño, otra vez deleitando a
mis ojos. Sentí deseos de amarla, de protegerla por siempre, de que fuese mi
inspiración cada noche. La observé, silenciosamente, maravillado por su figura, y comprendiendo
que ya estaba siendo tiempo de despertar, le ofrecí mis palabras, y pregunté:
-¿Cuál es tu nombre? –debía preguntárselo a la inspiración
de mi mundo.
-Mariana –contestó ella, y enseguida, su figura se
desvaneció, dejando a las cortinas tras ella mecerse con los vientos. Una
inmensa satisfacción despertó en mí: Había que continuar soñando, y continuar
siendo visitado por ella, que era quien le daba luz a mi mundo. Tenía el
sentimiento más hermoso dentro, estaba inspirado de todo bello sentimiento.
Ahora, no había noche más hermosa. Me abrigué con las frazadas, hasta los
hombros, y dormí, para volver a perderme en sueños. Mi realidad era una espera
diaria, para sumergirme en las noches de ensueño, donde sentía la presencia de
ella. Pero mi realidad también era un sueño, con saber solamente, que ella, era
parte mi mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario