viernes, 13 de julio de 2012

La Web de Calofrío (Terror/Relato)

-¡Paul, ya llegue! -exclamaba Anne intentando divisar a su novio por la ventana, el cual asomándose, le replicó:
-Ya, en un segundo bajo…

A pleno atardecer, la noche ya se asomaba. El sol se preparaba para esconderse a lo lejos, entre las montañas, y el sangrar de los cielos iba desapareciendo a medida que las tinieblas comenzaban a  teñirlo. Paul se deslizaba con rapidez por las escaleras. Llevaba su usual vestimenta negra, con imágenes de los grupos de música pesada que a él le gustaban. A cada lado del pantalón, del mismo color, le gustaba llevar colgadas cadenas, que marcaban su estilo. Le gustaba tocar guitarra, era de buenas calificaciones, y se había conseguido una linda novia, con la cual pasaba la mayor parte de su tiempo. Al momento de llegar a la sala de su casa, abrió la puerta principal para dejar a Anne, su novia, entrar.

-Qué tal –le dijo.
-Todo bien –respondió Anne-. Se me ha olvidado comprar cosas para comer.
-No te preocupes, he guardado algunas cosas para la ocasión.
-¿No crees que he venido un poco temprano? Aún no cae la noche –murmuró Anne recogiendo sus rojizos cabellos intencionalmente, para que Paul viera el nuevo peinado que lucía. Paul no atendía al gesto.

-No, no, de hecho ya se está comenzando a oscurecer. Has llegado justo a tiempo.
-Comprendo –respondió Anne, dejando su cabello suelto.

El atardecer ya se había esfumado. Subieron hasta el cuarto de Paul, ubicado en el segundo piso de su hogar. A lo largo de la habitación, había posters de bandas y afiches colgados. Sobre un mueble, había una pila de discos de música originales. En una esquina de su cuarto, tenía abandonada su guitarra, no le quedaba demasiado tiempo para atenderla. A través de la ventana, se observaba la noche recién caída. Era silenciosa, y los padres no se encontraban por los alrededores.

La oscuridad en el cuarto era perfecta. Lo único que irradiaba luz ahora, era el ordenador encendido. Paul extrajo los comestibles, invitó a Anne a sentarse sobre la cama, se sentó frente a la silla, y una vez todo preparado, comenzó a ingresar a la página web de Calofrío, para disponerse a leer los relatos de terror que allí se podían encontrar, a oscuras, como siempre hacía con Anne a su lado. Y luego, si venían las pesadillas, ambos podían dormir juntos.

-Vamos, busquemos un buen relato de terror –murmuraba Paul, concentrado, girando la ruedilla del mouse.
-Leamos uno de DarkDose, se ven interesantes –señaló Anne. Paul estuvo de acuerdo, y llegó hasta el relato de aquel autor, con un título intrigante. Ingresó, y comenzó a leer con voz susurrante, para conservar el suspenso, “Sanciones del alma oscura”

A medida que fue avanzando la noche, y leían el relato, más se entregaban a él. Los había dejado clavados, desde que con algo de asombro, pero más que todo creyendo que se trataba de una coincidencia, se dieron cuenta de que los dos personajes principales llevaban sus nombres. Sin embargo, sin querer comentarle al otro, cada uno comenzó a sentir características reflejadas de los personajes en ellos mismos, como si no sólo el nombre fuera lo que tenían en común. Esto los obsesionó con la historia, la cual no decidieron interrumpirla por nada, sin saber el final. Ambos estaban concentradísimos, en ella, cuando vieron que se iban acercando a las últimas líneas:

“Y Paul comenzaba a alejarse cada vez más del maravilloso mundo que había afuera, repudiándolo, y no queriendo compartirlo con Anne. Pronto, su infidelidad hacia ella se hacía más evidente. Aquella traición que le había resultado en tragedia, cuando asesinó a su amante, y jamás le quiso decir a Anne que la había engañado. Su amante había pagado con el eterno silencio de la muerte. Pero ahora, Paul se sentía cada vez más frustrado. Una de las opciones que le ofrecía su corazón, era el sosiego, y que aceptase la realidad tal como era, y la enfrentase. Pero Paul no quiso aceptar ese camino, y desobedeció. Anne siempre tuvo sus sospechas, sospechaba de una infidelidad, y de que su novio era un asesino. Cada vez sus sospechas se volvían más correctas y cercanas a la verdad, por lo que Paul no resistió más, y tomó la decisión equivocada. Encontrándola sola, ante la luz de la luna de medianoche, la asesinó, manchando de sangre su propia habitación, donde la había invitado para llevar esto a cabo. Clavó el puñal incontables veces, sin misericordia, sino que con furia, y luego de dejar el cuerpo en un estado lamentable, arrojó el cadáver al río. Sólo entonces, se sintió liberado, pero días después murió. Murió, como el cerdo que era. Murió, por haber mantenido una mentira, y haber traicionado a la noche, matando a quien le amaba realmente. Por todo eso, murió.”.

Paul terminó de leer, y terminó también por sentir asco de la caracterización que se le había dado a su personaje. Sin embargo, no estaba equivocada en lo absoluto. Él sabía dentro de sí mismo, que aquella historia no estaba tan lejana de la realidad. Que en realidad sí era un cerdo. El leer el relato, para él era como verse en un espejo. Se sintió terrible. Y Anne, que no había desviado su atención ni un minuto de la lectura, corroboró sus dudas también. Alguien le intentaba mostrar la verdad, y ella ahora abría los ojos. Sea quien fuese quien le había querido mostrar la verdad, o DarkDose, como mostraba el nombre del autor, había causado sin duda una reacción en ella. Quiso alejar a Paul inmediatamente.

-¿No vas a creer esto, verdad? –Exclamó algo inquieto Paul- ¡Es sólo un relato, nada más!
-No es eso –mintió Anne-, sólo que debo irme – e intentó salir por la puerta. Paul la aferró firmemente del brazo.
-No te vayas, dime que no ha sido por el relato, dímelo.
-¿Tanto te importa? –le preguntó Anne enfrentándolo a los ojos- Si dices que es sólo un relato…
-Sí, tienes razón. Sólo un relato, un cuento… -respondió Paul, y la dejó libre.
-Pero no muy lejano a tu vida, ¿Verdad? –contestó Anne. El rostro de Paul se tensionó.
-¡Dime qué insinúas! –le ordenó. Reaccionó de manera tan violenta, que Anne prefirió cerrarle la puerta, y escapar. No la pudo alcanzar, y volvió a su cuarto furioso. Pateó cuánto se encontró en su camino, y furioso, comenzó a decirse:
-Voy a averiguar quién escribió ese maldito relato, debe ser alguien cercano a mí… Es demasiado preciso…

Buscó más información acerca del relato. No le parecía que fuera mera coincidencia, que el relato lo hubiese delatado con su infidelidad. Ya no habría posible arreglo con su novia, y su mentira quedaría al descubierto. Sea quien fuese el autor, sintió deseos de estrangularlo. Leyó el relato de DarkDose, unas cuantas veces más, sin poder obtener mayor información. Las últimas líneas sobretodo, eran las cuales más lo aturdían:

“Clavó el puñal incontables veces, sin misericordia, sino que con furia, y luego de dejar el cuerpo en un estado lamentable, arrojó el cadáver al río. Sólo entonces, se sintió liberado, pero días después murió. Murió, como el cerdo que era. Murió, por haber mantenido una mentira, y haber traicionado a la noche, matando a quien le amaba realmente. Por todo eso, murió.”.

Se sintió un charlatán. Toda su vida había sido así, y ahora lo dejaban al descubierto. Repitió mil veces más las últimas líneas en su mente: “Y murió… murió… murió…”, y así estuvo, un largo rato.
-Me desagrada este relato… Haré que DarkDose se arrepienta de hacer relatos así –murmuró, y continuó leyendo con odio y sentimientos de venganza.

Ya a las tres de la mañana, Anne volvía después de haber estado llorando, dispuesta a resolver las cosas con su novio, y dejar atrás aquella pelea.  La casa de su novio estaba a oscuras, sólo se podía contemplar la débil luz de la pantalla del ordenador en su habitación. Esta vez Anne no llamó, sino que empujó la puerta y entró. Subió hasta la habitación de su novio, dispuesta a pedirle perdón, y a perdonarlo.

-No te quiero perder, te amo, creo que debemos arreglar las cosas –dijo, y al momento de poner pie en la habitación y abrir los ojos, gimiendo, retrocedió y se apegó contra la muralla con el horror que le causaba lo que veía. Sobre la silla del ordenador, estaba el cuerpo de su novio, sin la cabeza, y sin rastros de ella por ningún lugar. Se podía observar la carne desgarrada del cuello, y el hueso quebrantado, además de la sangre que corría descontroladamente a lo largo del pecho. La imagen era espantosa.

Estuvo varios minutos contemplando la pesadilla ante sus ojos, sin atreverse a mover ninguna de sus extremidades, acorralada contra la muralla, viviendo un infierno. Nunca pudo comprender realmente lo que sucedió, ni sacarse aquel trauma. En el ordenador, en la ventana donde aparecía la página web de Calofrío, en el relato de DarkDose, habían sido añadidas nuevas líneas. Allí decía:

“Y murió, como el cerdo que era. Por haber desafiado al amante de la oscuridad, DarkDose, aguardando entre la penumbra”.

Dulces pesadillas.

DarkDose

 

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