jueves, 19 de julio de 2012

El Señor Clavícula (Terror/Relato)

El abuelo acariciaba la humeante taza del café y se sobaba sus frías manos, producto del helado clima de afuera, donde yacían los árboles muertos con nieve amontonada sobre sus raíces. Se encontraban en época de invierno, y el único lugar donde podía estar el abuelo ahora con su nieto Phill, era la húmeda cabaña, sin poder poner pie afuera, lo que a Phill le frustraba. Él se encontraba a un lado del fuego de la chimenea, sentado, asando una salchicha y aburriéndose como nunca.  -Ah, abuelo, quiero salir un rato… –insistía Phill, sintiéndose atrapado entre los muros de la cabaña. Estaba bien abrigado, incluyendo una bufanda atada a su cuello. Pero dentro de la cabaña no se comparaba al magnífico frio que hacía afuera.
 -Tan sólo espera a que lleguen tus padres Phill. No puedo dejarte salir, te vas a convertir en un bloque de hielo.
 -Pero abuelo, ya falta mucho para que lleguen mis padres –contestaba Phill. Y la verdad es que sus padres habían asistido al funeral de un amigo de ellos, y no llegarían hasta el amanecer, por lo que Phill tenía razones para amargar más su espera.
 La salchicha ya estaba más que asada, y cuando se la llevó a la boca terminó quemándose y arrojándola lejos. Gimiendo, se levantó y esperó a que el dolor se le pasara. El abuelo bajándose los lentes, le dirigió una mirada de reprobación.  Phill se sostuvo de pie frente a la ventana, y al mirar hacia afuera contempló dos sombras las cuales reconoció, que venían caminando apenas con dirección a la cabaña. Fue hasta la puerta a abrirles, y se topó con sus amigos Nicolás y Laura, que venían arropados con frazadas y temblando de frio.
 -Frio, frio, frio, frio, frio, frio… -repetía Nicolás temblando agitadamente. Apenas le agradeció a Phill y saludó al abuelo, se trasladó a la chimenea para instalarse allí. Laura entró más calmada, aunque igualmente entumecida, saludó a Phill y al abuelo, y se sentó sobre el sofá, al lado de la chimenea también.
 -Qué terrible que anden así afuera, me imagino el frio que deben pasar. Pero por lo menos ya le podrán hacer compañía a Phill. Sólo procuren no volver allí afuera –murmuró el abuelo, terminándose su taza de café e incorporándose.
 -¿Abuelo, a dónde vas? –preguntó Phill. Observó cómo el abuelo se dirigía a la puerta, para salir al nevado y oscuro paisaje de afuera, sembrado en árboles muertos y tenebrosos.
 -Por ahí –respondió-. Quédense aquí niños, sean obedientes. Por nada en el mundo quiero que salgan y se encuentren con el Señor Clavícula –y después de dicho esto, desapareció tras la puerta, dejando a Phill desconcertado. Phill junto a Nicolás entonces se comenzaron a preguntar a qué se había referido el abuelo, y comenzaron a formular sus propias teorías, algunas bastante ridículas e imaginativas. Entonces contemplaron a Laura que estaba muy callada, y se dieron cuenta que ella sabía algo que ellos no, pues sólo se les quedaba mirándolos con misterio.
 -Dios… -murmuró sabiendo que tenía que responder ante aquellas miradas curiosas, que le pedían que les dijera lo que sabía. Se tomó su tiempo, y antes de contarles la historia, les advirtió:
 -Ya han escuchado al abuelo, nos quedaremos aquí, no quiero que nada malo pase.
 -Sí, sí, cuéntanos lo que sabes sobre el Señor Clavícula –señaló Nicolás.
 -Sí, por favor –murmuró Phill ansioso. La curiosidad le mataba, y su abuelo, un hombre mayor siempre serio, si le advertía sobre salir afuera y toparse con aquel personaje, era algo que no pensaba dejar pasar desapercibido, además la seriedad en la fugaz mirada de su abuelo antes de retirarse, lo dejó aún más intrigado. Laura comenzó a relatarles sobre el personaje:
 “Se dice que le gusta salir cuando cae la nieve, y todos están en sus casas. Se pasea por entre la oscuridad, llevando un gran diablo, (Nombre que se le da a una herramienta hecha de hierro, para forzar y desarmar cosas, con forma de gancho). Se dice que desde muy joven, perdió a su nieta, y comenzó a volverse loco. Su nieta había muerto a causa de que la clavícula de su hombro se había dislocado. Estando en el hospital, decidieron amputarle el brazo, y todo esto les trajo una gran tristeza al hombre y a su nieta. Todos los días llegaba hasta el hospital para verla allí, internada. Cuando por fin la dieron de alta, la niña sin su brazo, paseando por la oscuridad de una noche nevada, no alcanzó a divisar un pozo que había aparecido frente a ella, y al no tener el brazo para aferrarse de él, cayó dentro, muriendo instantáneamente tras el impacto. Este suceso fue el que desató la locura en el hombre viejo. Terminó odiando a todas las personas, porque aseguraba que los médicos tenían la culpa y le habían causado la muerte a su nieta. Tenía sed de venganza y odio hacia el mundo, y se mudó a vivir al pozo donde había muerto su nieta. Nadie podía entrar al pozo, pues de ser así, no salía jamás nadie vivo de allí. Se ganó el apodo de Señor Clavícula, porque según se dice, con quien se topa le da muerte, y le arranca las clavículas del hombro, con su diablo, y cortándoles los brazos, tal como hicieron con su nieta. Se sabe de crímenes horribles que ha cometido, y no lo han logrado detener…”.
                                                                                 
-Y te crees que nos vamos a creer eso –dijo Nicolás sosteniendo la risa.
-¡Es verdad! –exclamó Laura ofendida.
-No, no, si te creo, sólo bromeo, cómo no te voy a creer… –respondió Nicolás aún con gesto sospechoso en su rostro. Laura no se convenció demasiado, y miró a Phill, quien sí parecía haberle creído. Le dijo:
-Tú si me crees, cierto. Por eso tu abuelo les dijo que no salgan por nada del mundo afuera, el Señor Clavícula ronda por allí.
 -Sí claro, el Señor Clavícula –rió Nicolás. Laura le dirigió una seria mirada y Nicolás se excusó por haberse reído. Sin embargo, cuando Laura volteó, volvió a hacerlo. Laura se dirigió hacia la ventana, y observó el paisaje oscuro y nevado afuera, con los tenebrosos árboles muertos asomando sus ramas por el cristal. “No saldría por nada del mundo, estaría aterrada allí afuera” pensó. Entonces vio a Nicolás asomándose por la puerta, y éste al ver cómo lo contemplaban, la cerró de golpe.
 -Tú no me crees nada de lo que digo, ¿Verdad? –lo increpó Laura poniéndose frente a él. Le comenzaba a molestar la molestosa risa contenida de Nicolás, quien respondió:
-¡Pero quiero irme a mi casa! Estoy aburrido. Sólo venía de pasada, no pensé que el abuelo de Phill me dejaría aquí atrapado.
 -No te preocupes Nicolás, mi abuelo no tarda –intervino Phill.
-Sí claro, yo pienso que se está demorando bastante… Y Laura no me va a dejar salir –murmuró resignado, sentándose bruscamente en el sofá. Luego, cambió de posición, y se quedó recostado mirando hacia el techo, algo serio. Buscó otras posiciones, sin saber qué hacer. Se levantó hasta el refrigerador, y Laura lo observaba como una guardiana. Se comenzó a molestar.
-¡Ya puedes dejar de vigilarme! –le gritó. Laura lo miró con desprecio, y dirigió la mirada hacia otro lado, quedándose en el mismo lugar, de pie en el centro de la cabaña. Phill se había sentado frente a la chimenea, con las piernas estiradas, para recibir su calor.
 Trascurrieron varios minutos. Nicolás estaba teniendo una noche bastante aburrida. Bastante hastiado se encontraba, y sólo quería traspasar la puerta y dirigirse a su casa entre la oscuridad y la nieve, sin importarle demasiado sobre el tal Señor Clavícula, que más que todo le parecía una absurda leyenda. Miraba por la ventana, esperando ver aparecer al abuelo de Phill para al fin largarse. Estaba en eso, cuando el teléfono rompió el silencio. Dio un salto del susto, y murmuró:
-Ah, es sólo el teléfono, maldito teléfono…
 Phill se levantó a contestar. Sostuvo el fono, y recibió un recado. Lo alejó de su rostro, y mirando a Laura le dijo:
-Es para ti.
-¿Quién es? –preguntó Laura. Atendió al fono, y eran sus padres, que le comunicaban que debía irse enseguida, que su abuela se encontraba grave en el hospital.

-Pero ahora no puedo ir mamá –señalaba Laura.
-Laura, se trata de tu abuela. No sé dónde te encuentras, pero quiero que te aparezcas en casa enseguida. Te voy a estar esperando –contestó su madre, y colgó el teléfono. Laura depositando el teléfono, esbozó un gesto de preocupación. Nicolás la contempló satisfecho, y con algo de burla.
 -Ahora sí me vas a dejar irme.
Laura se dirigió a la puerta. Nicolás iba tras ella, cuando le impidió el paso.
-Te quedas aquí, yo me iré sólo porque mis padres me han dicho. Pero el adulto a cargo es el abuelo de Phill, y te ordenó quedarte. A menos que tus padres no llamen, no te podrás ir –dijo Laura.
 -¡Y quién te crees para darme órdenes! –exclamó furioso Nicolás.
-Lo hago por tu bien –respondió Laura, y desapareció tras la puerta. Nicolás dio un gran pisotón sobre las tablas del suelo, y retrocedió bastante descontento. Observó a Phill sentado ante la chimenea.
 -¿La has visto?, se cree que me puede mandar, esa niña –dijo con tono despectivo.
Phill lo miró y no le dijo nada. Volvió la mirada hacia el fuego de la chimenea, silencioso, con sus brazos anudados entre sus piernas.
-Phill, quiero irme amigo, vamos, ayúdame –suplicó Nicolás-, quiero dormir en mi camita caliente.
Phill le volvió a dirigir la mirada.
-Pero mi abuelo dijo que no saliéramos, no debo desobedecerle.
-Pero Phill… Me quiero largar...
-Lo siento.
Nicolás pensó unos momentos. Se puso de pie, y caminó por la cabaña. Buscó alguna forma de convencer a su amigo.
-Ya sé. Tan sólo ve a dejarme cerca de mi casa. No desobedecerás a tu abuelo, porque volverás enseguida, y te quedarás aquí en la cabaña.
 -Pero afuera está el Señor Clavícula –contestó Phill. Nicolás se rió.
-¿Sinceramente crees en eso? Me sorprende de ti… Vamos Phill, por favor.
-Está bien –exclamó Phill, poniéndose de pie. Nicolás sonrió como un niño pequeño, y no perdió tiempo en estar frente a la puerta. Phill buscó un abrigo, y salió afuera. Hacía un frio que congelaba hasta los huesos.
-Y tan bien que estaba con la chimenea adentro… -protestó Phill.
-Mi casa no queda muy lejos –dijo Nicolás.
 Anduvieron por sobre el suelo cubierto de nieve. La cabaña del abuelo estaba sobre altura, en una pequeña montaña. Nevaba más que en el pueblo, abajo, donde se ubicaba la casa de campo de Phill. Allí, los suelos no se cubrían de nieve. También estaban los árboles muertos, luciendo húmedos y oscuros. Al no haber luz, la oscuridad era total. Sólo la luz de la luna iluminaba tenuemente. Había unos faroles a lo lejos, pero muy a lo lejos. Caminaron hacia ellos, pues por esa dirección se encontraba la casa de Nicolás.
Recorrieron la mayor parte del camino en silencio. Los faroles poco a poco se acercaban, e iban pasando por un terrero oscurísimo. Nicolás llevaba una sonrisa burlesca. Comenzó a decir:
-Sí claro, Señor Clavícula… Laura tiene bastante imaginación. Podría dedicarse a los cuentos.
 Phill no emitió comentario. Nicolás caminaba muy confiado, observando la luz de los faroles a lo lejos, cuando algo le rozó la pierna. Instintivamente, reaccionó rápidamente, y miró hacia todos lados, pero sólo lograba ver oscuridad. Su corazón comenzó a palpitar. Se asustó, pero no quiso que Phill lo notase.
-Algo me tocó la pierna –exclamó con sorpresa fingida. Phill vio una silueta rojiza deslizarse rápidamente, y pasar por la pierna de Nicolás nuevamente. No era más que un perro asustado, que había intentado correr al verlos pasar por allí, y había chocado torpemente con la pierna de Nicolás. Nicolás observó al animal asustado, y lo espantó.
-Sólo era un perro, un perro…
-También andan un montón de conejos por aquí. Venimos a cazar los fines de semanas con mi abuelo –comentó Phill.
Pero entonces, a lo lejos oyeron gritos. Esta vez no era un animal. Eran claramente gritos de una persona, y parecía gritar por ayuda. Ambos se alertaron, y se preguntaron qué podía estar sucediendo. Entonces, entre la oscuridad y los árboles muertos, observaron a lo lejos, a dos figuras, y una de ellas, que parecía dispuesta a matar a la otra…
 -¿Qué sucede? –exclamó Nicolás con un terror notorio en su voz. Sólo se hacía el valiente, Phill sabía eso. Pero en verdad resultaba ser un cobarde.
Phill observó la silueta que parecía protegerse del ataque de la otra. La silueta se precipitaba al suelo, y alzaba los brazos con terror, intentando protegerse de la otra silueta que llevaba algún tipo de arma.

-No es nada bueno –dijo Phill-, vamos a ir a ayudarlos.
“Siempre pretendiendo ser el héroe” pensó Nicolás, “Yo quiero irme a casa, estoy aterrado”.
Siguió a Phill por entre los arbustos cubiertos en nieve y los árboles muertos, con desgano. Llegaron hasta ambas siluetas, y pudieron percibirlas bien. Nicolás se vio presa del terror al comprobar cómo el mismo personaje que él había creído invención de Laura, se encontraba allí, sosteniendo su diablo. Era el Señor Clavícula. Y su víctima, era un joven hombre que parecía no saber dónde encontrarse ni qué era lo que sucedía, que sólo procuraba escapar del lugar para salir con vida. El Señor Clavícula le lanzaba feroces ataques con su peligrosa herramienta de fierro, y su figura de hombre viejo, pero que aun así parecía fuerte y amedrentador. La víctima, el hombre joven, esquivaba cómo podía los feroces golpes, hasta que uno de ellos le asestó en la cabeza. Se produjo un desagradable sonido cuando el diablo chocó contra el cráneo de la víctima, partiéndolo, y la víctima cayó al piso, entre un charco de sangre.
 -¡Dios mío, vámonos Phill! –exclamó Nicolás, y arrastró a Phill por el brazo. Phill no opuso resistencia, pues igualmente había sido perturbado por el gran golpe que había recibido la víctima, por parte del Señor Clavícula.
 Mientras Phill era arrastrado, observaba atónito cómo el Señor Clavícula continuaba torturando a su víctima, y luego, llegó la peor de todas sus maniobras, una por la cual se había ganado ese apodo: Sostuvo a la víctima por los hombros, la levantó, y con el diablo, rompió la carne de los hombros de su víctima. Desgarró los ligamentos y el hueso, y le extrajo la clavícula. El hombro terminó por destrozarse, y los brazos se desprendieron enseguida del cuerpo. La víctima cayó muerta sin los brazos, y el Señor Clavícula, los sostuvo, y luego los lanzó a la tierra, junto al cadáver. Miró a su víctima con renuencia, y con su figura encorvada y vieja, se retiró, arrastrándose lentamente, y perdiéndose entre la oscuridad de los bosques.
 Segundos más tarde, ya se habían alejado del lugar. Nicolás se sentó, traumado, y mientras miraba el suelo de tierra, no podía parar de repetir en su mente una y otra vez la imagen digna de la más sangrienta película de terror, que había visto recién. Era la primera ejecución que contemplaba en su vida. Phill en cambio, aunque la imagen igualmente le había afectado, planeaba llegar hasta el fondo del asunto, sentimiento que no compartía Nicolás.

-Phill, llévame a mi casa –le dijo-. Me arrepiento de no haberle creído a Laura. Lo que decía ella era verdad, la historia es verdadera.
 Phill entonces, aceptó, y llevó a su amigo hacia su hogar. Cuando ya estaban frente a la acogedora casa de Nicolás, éste, que en el fondo sí conocía bien a Phill, le dijo:
 -Por favor Phill, sé que de todas formas no me harás caso, pero si vas a investigar sobre el Señor Clavícula, ten cuidado. No quiero perder a un amigo como tú.
 Phill sonrió, al comprobar que Nicolás si lo conocía lo suficiente.
-Tendré cuidado –le respondió, borrando la sonrisa de su rostro. Entonces, Nicolás se despidió, e ingresó a su hogar. Y Phill, volvió a los nevados bosques oscuros, para comprobar ahora qué había ocurrido con el Señor Clavícula.
 Tras horas de andar, Phill no encontró ningún rastro del personaje. Sin embargo, se topó con un extraño pozo. Observó a través de él, y no lograba ver su fin. Pero su instinto de aventura pudo más. Phill se paró encima del pozo, y se lanzó, sin medir consecuencias.
El pozo por suerte, estaba seco, y aterrizó sobre tierra amontonada, sin lastimarse. Pero sólo entonces se dio cuenta del peligro que habría podido correr. Si el pozo no hubiera estado lleno de tierra, y en vez de eso, hubiera suelo de piedra, se habría muerto por la caída. El pozo era de reducidas dimensiones, pero en una parte del muro, había una pequeña puerta. Phill ingresó, y se encontró en un cuarto sumamente extraño.
 -Vaya… -observó. A lo largo del cuarto, había múltiples fotografías de una niña de más o menos cuatro años de edad, llevando un vestido amarillo. El cuadro estaba lleno de ellas, y los pocos muebles que había, parecían tener cientos de años. Sobre un mueble, observó un cuaderno. Lo abrió, y se sorprendió al ver lo que contenía:
 Había una foto de la misma niña sobre la camilla, con el brazo amputado. Al lado de la fotografía, había unas anotaciones médicas, y hablaban sobre lo que había atacado en el brazo a la pequeña niña. Phill nunca había escuchado el nombre de aquella enfermedad, pero la fotografía en que aparecía la niña con sus ojos cerrados, expresión de dolor, y aspecto sumamente triste, además de su brazo amputado, le produjeron malestar instantáneo. Phill luego de contemplar la fotografía unos segundos, la dejó allí, y al comprobar que no había nada más de interés en el cuarto, volvió por donde había entrado.
 Comenzó a buscar una forma de cómo salir del pozo. Miraba hacia la superficie en vano, cuando sintió algo rozar sus pies, algo que se encontraba sobre el montón de tierra del suelo. Escarbó, y se llevó un gran susto: Allí, enterrado en la tierra, había un pequeño esqueleto, de aspecto muy viejo. Al examinar el esqueleto, y darse cuenta de que le faltaba un brazo, comprobó con terror que era el esqueleto de la niña que aparecía en todas las fotografías. Volvió a mirar hacia la superficie del pozo, desesperado por salir. Ante su asombro, alguien se asomó desde la boca del pozo.
Era el espíritu de la  niña, la que aparecía en las fotografías, con el vestido amarillo. Asomaba su cabeza, y miraba con curiosidad. Una extraña aura rodeaba su cuerpo. Phill se asustó, y desvió la mirada. Pero cuando volvió a mirar hacia la superficie, para ver si es que el espíritu había desaparecido, la niña continuaba ahí, mirándolo, hasta que pareció hacer un gesto. Con su brazo, le indicó a Phill la puerta dentro del pozo. Phill ingresó nuevamente a la habitación de las fotografías, y allí, ahora había una escalera, que no estaba antes. La niña le había dado una señal.
 Las escaleras llevaban a una abertura, que daba a la superficie. Phill escaló, y se encontró fuera del pozo. Enseguida, volvió a ver a la niña, que caminaba tras el Señor Clavícula, que se arrastraba lentamente. Éste, no parecía percatarse de la niña que lo seguía.
 -Esto cada vez se pone más extraño… -observó Phill con horror. Siguió al Señor Clavícula a lo lejos, mientras la noche transcurría lentamente y silenciosa.
 Phill observó luego, cómo otra persona aparecía de entre los árboles. Era un borracho, que se tambaleaba, y con suerte se mantenía en pie. Se aterrorizó al cruzarse por el camino del Señor Clavícula, quien enseguida le propinó un feroz golpe con su herramienta, y lo dejó turbado en el piso. El borracho había encontrado su muerte. Phill a lo lejos, observó cómo el Señor Clavícula practicaba nuevamente su horrenda costumbre.
 Les extrajo la clavícula a ambos hombros de los brazos del cadáver, y luego lo levantó. Y con una mano sosteniendo cada brazo del cadáver, se los arrancó, haciendo que el torso cayera sobre la tierra. El Señor Clavícula arrojó los brazos lejos, y volvió a sostener su herramienta. Mientras llevaba todo aquello a cabo, la niña se escondía tras sus piernas, con temor. Luego, el Señor Clavícula volvió a andar, con las manos ensangrentadas al igual que su herramienta, dejando al cadáver atrás, y la niña partía tras él también.
 Phill observaba con los ojos bien abiertos del terror. Dio un salto hacia adelante y se sostuvo con sus brazos en la tierra para evitar caer, cuando una mano se había depositado en su hombro. Volteó más asustado que nunca, y sus latidos del corazón comenzaron a normalizarse lentamente, al comprobar que era su abuelo junto a Laura, quien estaba tras de él.
 -¡Phill!, ¡Te hemos estado buscando! –Lo reprendió su abuelo, y observó el terror en el rostro de su nieto- Te dije que no salieras…
 -Les advertí sobre el Señor Clavícula yo –agregó Laura-. ¿Dónde está Nicolás?
-Él está en su casa… -dijo con una voz aún algo temblorosa Phill.
-Bien, menos mal… Ahora vamos a casa Phill –dijo su abuelo. Pero al ver un extraño bulto sobre el piso, se aproximó, y observó el cadáver con sus brazos desprendidos. Entonces observó a lo lejos, cómo el Señor Clavícula venía aproximándose hacia ellos.
-¡Phill! –gritó el abuelo. El Señor Clavícula estuvo frente a él, alzando su herramienta, el diablo, para atacarlo. El abuelo se preparaba para defenderse del golpe, cuando el Señor Clavícula súbitamente frenó su ataque, y se quedó hipnotizado observando a Laura.
 -¡Janet!, ¡Pequeña Janet mía! –exclamó el Señor Clavícula con una voz desgastada. En su mirada desaparecía su eterna frialdad, y reflejaba ilusión ahora. Corrió hacia Laura, quien lo evitó con espanto.
 -¡Janet, Janet!, ¿Por qué me evitas? ¡Tu brazo ha crecido nuevamente! –exclamaba con lágrimas. Phill resguardó a Laura, y gritó:
-¡Abuelo, ahora!
 El abuelo de Phill levantó un gran peñasco del suelo, y se dirigió hacia donde el Señor Clavícula, para darle con él en la nuca. El golpe fue tremendo, y el Señor Clavícula cayó aturdido. Sin embargo, segundos después, volvió a abrir los ojos, y exclamó débilmente:
-Janet, ven conmigo… Mi Janet.
 El abuelo se preparaba para darle otro golpe. Phill no sabía qué sucedía, ni Laura lo sabía tampoco. Tras mucho pensar, Phill creyó comprender lo que sucedía. Exaltado, gritó:
-¡Abuelo, para!
El abuelo se detuvo en seco, y evitó darle el golpe final con el peñasco al Señor Clavícula, que le corría la sangre por la cabeza. La niña se escondía tras el Señor Clavícula, y se acurrucaba a él. El abuelo, al haber detenido su ataque, contempló a Phill, para preguntarle qué sucedía. Phill le comentó a Laura y a su abuelo:
-Él cree, que Laura es su nieta, Janet, que sufrió una enfermedad en su hombro, y que le amputaron el brazo. El cadáver de su nieta, Janet está en el pozo, enterrado bajo la arena.
 El abuelo junto a Laura sintieron una inmensa lástima. Laura preguntó:
-¿Y cómo podemos ayudar?
-No lo sé… -respondió Phill- Quizás -y contempló el espíritu de la niña que se acurrucaba junto al herido Señor Clavícula-… Lo tengo- dijo.
 Phill junto a su abuelo, arrastraron al Señor Clavícula hacia el pozo, que no paraba de gemir y llamar a Laura. Las lágrimas caían por sus ojos. Cuando llegaron al pozo, Phill hizo que el abuelo lo ayudara a conducir al Señor Clavícula hacia el montón de tierra. El Señor Clavícula ya no tenía su diablo ensangrentado, lo había dejado tirado por el camino. Su aspecto y sus ropas lucían lamentables.
-Mira, ésta es Janet –le dijo Phill, y lo hizo que mirase. El Señor Clavícula miró con ojos dolidos y emocionados, y Phill comenzó a escarbar en la arena, descubriendo nuevamente el pequeño esqueleto al cual le faltaba su brazo. Aquellos instantes parecieron eternos. El Señor Clavícula se quedó mirando fijamente el cadáver por minutos.
 Finalmente, Laura comenzó a llorar con mucha tristeza. El Señor Clavícula se acercó al pequeño esqueleto de su nieta Janet, lo sostuvo en sus brazos, aferrándolo a su pecho, y partió, cruzando la habitación en el pozo, y subiendo las escaleras, con lágrimas en sus ojos, y mirada devastada. Lo siguieron, y lo vieron alejarse a lo lejos, con rumbo desconocido y mirada hacia el cielo. Lo vieron cargar el esqueleto, hasta que desapareció entre la oscuridad, dejando un  gran silencio tras sí…
 Phill murmuró:
-Los médicos no pudieron hacer nada... Su nieta, Janet, murió. Eso lo condujo a la locura, pero creo que ahora, finalmente ha podido aceptar su muerte…
 El abuelo y Laura contemplaron a Phill, y luego, todos miraron hacia un punto diferente, con gran tristeza en su mirada. Y tras contemplar el diablo ensangrentado sobre la tierra, que era lo único que quedaba del Señor Clavícula, volvieron a la cabaña. La noche comenzaba a llegar a su fin, y los primeros rayos del sol iban alejando a la oscuridad. La nieve se comenzaría a derretir pronto. Nunca más supieron del Señor Clavícula, y Phill conservó aquella intensa experiencia, por siempre.

DarkDose 

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