sábado, 14 de julio de 2012

Cuatro Tormentos (Terror/Relato)

Todo había comenzado una tarde de verano, cuando me desvelaba por las noches, llevando varios días seguidos sin dormir. Me quedaba hasta tarde aprovechando las vacaciones de la estación, estudiando con gruesos libros sobre el escritorio. Fue cuando estaba cansado, y las ojeras se marcaban en mi rostro, que acomodándome sobre la cama, sin jamás encontrar una adecuada posición, me levanté ligeramente apoyando mi espalda contra la almohada, casi sentándome sobre el colchón, y abriendo mis resecos ojos de par en par, observé un ser que me estaba acompañando en mi habitación.
Una sombra extraña, con un bulto sobre su espalda, y su rostro irreconocible por lo oscuro de su silueta flotante, yacía a un lado de mi puerta, apuntando directamente hacia mí, e inmóvil. Al principio pensé que se trataba de una imagen sin vida, que en cuanto yo pestañeara, desaparecería. Pero la fantasmagórica sombra oscura continuaba allí, observándome, y tuve la sensación incluso de sentir su respiración. Me cobijé con las sábanas, y comencé a tiritar. Cada segundo se me hizo eterno, acompañándome de un gran terror. Pero la sombra jamás se iba, y estaba bloqueando la puerta, mi única vía de escape, siendo que la ventana al lado mío estaba herméticamente cerrada. Y de romperla con mis propias manos, no me iba a atrever.
Mientras seguía pasando el tiempo, la sombra continuaba allí, observándome eternamente, pero siempre desde el mismo lugar, sin hacer algún movimiento. Tuve que ahogarme con mi terror toda aquella noche, escondido bajo las frazadas, sin poder cerrar un ojo, hasta que llegó el día siguiente, y el alba con su luz salvadora iluminó mi habitación. Sólo entonces, la sombra terrorífica había desaparecido. Y estuve tan agradecido que había llegado la luz del día, que me vestí muy rápido, para salir afuera a la luz del sol, donde me sentiría protegido antes de que fuera a caer la noche.
El día de ayer, tras aquella experiencia, me sentía profundamente aterrado y amenazado, de que aquél ser fuese a volver. Pero decidí pensar el tiempo que me quedaba de día, para que se me ocurriese algo que hacer antes de que llegase la noche. Y para relajarme, decidí ir a algún restaurant del centro comercial a pedir una hamburguesa, y calmar mi hambre mientras me fuese a sentar a la mesa a descansar. Cuando salí de mi hogar, vi sobre la vereda al frente, a una chica que fue mi novia por un tiempo, pero que sus extrañas conductas me comenzaron a causar escalofríos. En sus tiempos libres en la oscuridad de su habitación, se decía de ella que solía practicar brujería, y visitaba cementerios a altas horas de la noche, por lo que la desconfianza que me comenzó a surgir luego de escuchar aterradoras historias y rumores que surgían sobre ella, me llevó a terminar la relación. Tras lo cual, ella me tomó un profundo rencor, y no me volvió a hablar en días. Y pues, al verla allí pasar frente a mí, la observé disimuladamente, sin que ella me viera. Realmente tenía el aspecto de una bruja, con su pálido rostro y su oscuro ropaje. Entre su brazo llevaba un libro extraño, muy viejo y grueso que me causó curiosidad. Ella continuó caminando, y se perdió por donde quedaba su casa. Recordé en tiempos de escuela, cuando pasaba frente a la biblioteca y de reojo observaba por el costado de la puerta, viendo muchas veces a ella leer los libros más extraños en las estanterías, y se decía también, que aquellos libros trataban sobre temas ocultos.
Me alegré unos segundos de haber terminado aquella relación, pero luego pensé que quizá la mayoría de las cosas extrañas que me sucedían, se atribuían a ella, pues a muchos chicos en la escuela los había maldecido, y con el odio que se decía tenía hacia mí, era una extrañeza que yo aún continuase vivo.
Llegué hasta el centro comercial, y entré a uno de los restaurantes. Pedí mi hamburguesa, y me senté a comer, distraído mientras observaba el menú que me habían dado, echándole un vistazo a otras cosas que servían. Cuando llevaba la mitad de mi alimento por comer, sorprendido observé como ella misma, que había visto en la calle minutos atrás, ingresaba al restaurant, ordenaba algo, y se sentaba a unas mesas de distancia a comer. Inmediatamente pensé que ella me había estado siguiendo, pero no estuve seguro, porque tampoco se había dado cuenta de mi presencia, y parecía no verme aún. Luego de un rato, dejó de comer, y depositó el grueso libro polvoriento sobre su mesa, y comenzó a leer. Yo alejé la vista, y me distraje mirando la televisión que estaba puesta en altura, sobre uno de los muros, mientras ingresaban más clientes, ordenaban, y se sentaban a comer. Me llamó la atención unas noticias que iban pasando. Se trataba de que había ocurrido un asesinato  -observé atónito-, que había sucedido a unas casas de la mía, y aún más estupefacto comprobé, que la casa que veía en la televisión pertenecía a ella, que estaba a poca distancia mía, concentrada en su libro, hasta que levantó la mirada levemente, observó la televisión, y yo temblé, deseando que no me fuera a ver. Pero ella no se percató de mí, y al ver la noticia, se perturbó enseguida –era obvio-, porque el crimen había sucedido en su casa. Se levantó entonces, dejando olvidado el libro sobre la mesa, y se retiró. Minutos después de ver que no volvía, me acerqué cauteloso, con algo de miedo, llegué hasta su mesa, tomé el libro entre mis manos, y volviendo hacia mi mesa abrí su gruesa tapa, para comenzar a leer, tras hacer volar el polvo de un soplido. Había pocas cosas entendibles, y otras que estaban en un idioma antiguo. Una página en la que me detuve, me llamó la atención:
“Los Cuatro Tormentos.
Cuatro espíritus que volverán a la vida a buscar venganza, a arrebatar la vida de una persona que haya hecho mal, a pedido de quien los haya convocado. Estos espíritus son cuatro, quienes por nombre llevan:
El Duende Amarillo: Una criatura pequeña, que viste ropas amarillas, como indica su nombre,  y que le gusta mancharlas de sangre. Es tan escurridizo que la víctima jamás logrará atraparlo, sin que le termine provocando profundas heridas con objetos cortantes, hasta darle muerte. Y luego bañarse en su sangre.
La Máscara Sedienta: Un ser del más allá, que también posee una profunda obsesión por la sangre humana. Es una máscara maldita con poderes sobrenaturales, de la cual se dice que su sed jamás ha sido satisfecha. Y flotando de un lugar a otro en las noches, busca a sus víctimas para beberse su sangre, y dándoles muerte, al dejarlos sin ella, o poniéndoles terribles maldiciones para facilitarse el proceso.
El Guardián del Limbo: Siendo este el mismísimo guardián del lugar donde oscilan las almas humanas, para ir hacia el cielo o el infierno, se dice de él que posee una inmensa figura, con una joroba en su espalda y que en ocasiones hace aparecer una hoz de la nada, para rebanar a sus víctimas, con quienes es extremadamente violento y tortura hasta la muerte. Se dice que sus fuerzas son incomparables para cualquier ser humano.
La Sombra del Atardecer: Este ser sobrenatural, es el último de los cuatro tormentos, y a excepción de los otros, que sólo aparecen por la noche, esta sombra se dibuja flotando luego de la caída del ocaso. Su silueta aparece sobre el horizonte, y trae muerte inmediata a quien lo vea, o en ocasiones, se confunde con el viento para aparecer tras los que tienen la desgracia de encontrarse con ella, para despojarlos de sus extremidades y terminar dejando sus cuerpos desmembrados y bajo tierra. Su aparición es señal de una muerte segura.
Los Cuatro Tormentos pueden ser invocados para en un lapso de cuatro días, terminar causando muerte al condenado con la maldición de quien los invoque. Pero para el ritual de traerlos a nuestro mundo, se requiere dar muerte y ofrecer la sangre vertida del ser más querido, o el propio vientre materno. “
Cerré el libro espantado, tras verla ingresar nuevamente viniendo hacia mí. Me aterré, y no pude decir nada. Ella sólo murmuró:
-Esto es mío. No lo toques- y me arrebató el grueso libro para sostenerlo entre sus brazos. Luego se retiró. Quedé temblando por lo que había leído, y confundido, me retiré del lugar.
Iba pensando, mientras caminaba. El día se había ido rápido, para traer paso a la siniestra noche, y que mis pesadillas comenzaran de nuevo. Estaba rogando no ver la sombra de nuevo a un lado de mi puerta a la hora de irme a acostar. Cuando pasé por el umbral de mi casa, repentinamente vino un revelador pensamiento hacia mí, y me aterré cuando se me ocurrió aquello. Todo estaba ligado, y verdaderamente, sentí que iba a morir.
Era obvio, pensé. El asesinato en su casa, el libro que ella cargaba, el hechizo de los cuatro tormentos, la sombra en mi habitación… Todo indicaba, que el hechizo había sido invocado en contra mía, y ella quizás había cometido una locura, asesinando a alguien en su familia, para llevar a cabo el ritual. Ahora estaba hecho, y aquella noche comenzaría todo. Me aterré más que nunca en mi vida, y tuve el miedo más grande de irme a dormir.
Pensé que perdería la cordura. Estaba aterrado a la puerta de entrada de mi hogar, sin poder moverme. Pero entonces pensé; que todo podía haber sido simple coincidencia, o ¿Por qué iba a invocar los cuatro tormentos contra mí? Quizá porque me odiaba… Pero quizá también aquel resentimiento contra mí lo había perdido con el tiempo… Estaba confundido. Pero debía irme a dormir. Caminé hacia mi habitación y me acosté. Ojala todo hubiese sido una pesadilla, quizá aquella noche podía dormir en paz… Y olvidarme de todo al despertar.
No podía cerrar los ojos. Y si lo hacía, me sumergía en un mar de pensamientos y recuerdos.
Los tiempos con ella habían sido momentos hermosos… No podía decir que jamás hubo momentos malos, pues su carácter si era algo extraño, y muchas veces se enojaba bastante con las cosas. Pero los recuerdos si habían sido bastante tiernos, y por más que no entendía las circunstancias del hoy en día, aquellos momentos quedaban en mi memoria, como las largas tardes de ambos contemplando el día pasar en las bancas del parque…
El sueño no llegaba. Me levanté de mi cama y me dirigí hacia el salón de la casa, caminando por la oscuridad, disipada levemente por la luz blanquecina de las ventanas. Cruzaba de allí para acá, como un sonámbulo, en una larga espera porque el sueño me llegase. De pronto llegué a una ventana, y me puse a contemplar las calles. Vacías, como aquella misma noche.
Entonces a través del cristal, que daba la vista hacia la puerta de la entrada de mi casa, vi allí una pequeña silueta, de baja estatura. Imaginé enseguida que era algún pequeño niño, de corta edad, que a pesar de que no lograba ver sus ropas, parecía estar mendigando a aquellas horas. Por lo que conmovido, me volteé, y volví luego con un trozo de pan. Pero volviendo a mirar a través de la ventana, comprobé desalentado, que el pequeño ya no estaba a la puerta.
-¿Pero qué ha sucedido? –me pregunté. Observé las calles por cada rincón. Continuaban vacías, y no andaba ningún pequeño a aquellas horas.
De pronto, un ruido tras mío me hizo voltear ligeramente, a medida que el ambiente oscuro y las avanzadas horas de la noche iban contribuyendo a que el terror comenzase a sentirse en mi ser. Había alguien tras mío, estaba seguro, pero me causaba un profundo miedo que iba creciendo el voltear. Alguien me observaba, estaba parado justo atrás mío.
Volteé finalmente, decidido. Y había una silueta tras mío. Pensaba que era el pequeño que había estado afuera, y me preguntaba cómo era que había hecho para entrar a mi hogar. Pero sin embargo, era la misma silueta, pero no era un pequeño. Sino que era alguna especie de ente, cubierto en sombras, y de bajo tamaño. Se quedó allí rígido, terroríficamente y contemplándome, y con la atención con la que me miraba allí sin hacer ningún gesto, comenzó a sacudirme el terror. Hasta que lentamente me fui moviendo, para luego salir escapando lo más rápido que pude.
Llegué hasta la cocina. Pero el mismo ser, había ya llegado allí antes. Y ahora la luz de las ventanas me permitía ahora verlo. Le di una mirada, y tenía apariencia de duende. Esbozaba una  maligna sonrisa, y de una encimera recogía un enorme cuchillo de cocina para cortar carnes. Vestía ropas amarillas que parecían sucias con viejas manchas de sangre, y llevaba un gorro largo y puntiagudo que le caía por la espalda, del mismo color. Su rostro era una mezcla de verde y gris, y sus ojos parecían rojizos también como la sangre. Me clavó su terrorífica mirada, hasta que me hizo temblar. Y entonces corrió a mí. Yo desaparecí al instante corriendo hacia el salón de mi casa una vez más.
Estuve escondido bajo una mesa, y oí unas risillas. Venía acercándose, empuñando el gran cuchillo. Lo estaba observando de soslayo, cuando súbitamente, desapareció de mi vista. Y me invadió el terror. Recorrí cada rincón de la casa con la mirada, pero no lo encontraba.
De pronto, un terrible ardor me arremetió la pierna. Me llevé una mano enseguida hacia la herida, y entre el estupor, lo vi entre mis piernas, con medio cuchillo atravesado en una de ellas. Lo alejé enseguida de una patada con la otra pierna que aun tenía bien, y obedeciendo a mis impulsos tomé su cuchillo caído, y actué rápido como un animal en peligro: Le atravesé el cuchillo en el rostro dejándolo clavado al piso. Soltó una última risilla, y su cabeza quedó bañada en sangre. Murió entonces el sádico duende, y yo quedé respirando, desesperado y jadeante, mientras sentía que me desmayaría del dolor.
Más tarde volví a la cocina, para buscar unas vendas y parar el sangrado,  que de no haber sido así, probablemente habría muerto. Por suerte, la cuchilla sólo me había atravesado la carne, sin llegar al hueso. Aquella noche era obvio que no podría dormir, y quedé más cansado que nunca, hasta que esperé por el amanecer para asomarse.
Ya era algo que se veía venir, ella había invocado los cuatro tormentos contra mí. Y el primero, había acechado en mi casa ya aquella misma noche.

Llegó el día siguiente. Tenía que hacer algo, antes de la caída de la noche. Pero estaba tan aterrorizado, que no me atrevía a salir de mi casa, pero también sólo tenía deseos de atrapar a mi antigua novia entre mis garras, para detener todo aquello. El terror me dominaba.
“Vamos a ver si hoy sobrevivo… Si tendré la misma suerte” Pensaba. Pero a qué suerte me refería, si me habían maldecido. Qué podía tener de bueno aquello, estaba condenado, en el lapso de aquellos días, a posiblemente morir sin poder evitarlo.
El temor me sobrecogía. Finalmente me decidí a poner pie fuera de mi casa. Pero una vez sobre el suelo de tierra a la entrada, recibiendo los rayos del sol, me detuve, y me pregunté a dónde iría. La caída del anochecer me atormentaba, era algo que llegaría inevitablemente. Y mientras, debía pensar en algo, buscar algún modo de detener el tormento… Que caería en a noche…
Mis pasos me fueron conduciéndome de pronto sin un rumbo aparente. Sólo necesitaba despejarme, y abandonar el terror anterior. El sol iluminaba cálidamente, alejando de mi cuerpo los escalofríos sentidos la noche anterior, pero no lo lograba… Porque de sólo pensar en el terror que había sentido me volvía a estremecer entero.
Caminé y crucé la calle, hasta llegar a la acera de enfrente. Caminé entonces dejándome llevar por la hilera de casas, hasta que llegué a una esquina. Y vi una señalética que me hizo saber, que estaba tan sólo a unas casas de la de ella. Ella no se encontraría allí, estaba casi seguro. Su casa había estado abandonada hace días.
Cuando estaba llegando, recordé el crimen del día atrás. No podía creer el horror de sólo pensar que ella hubiese estado detrás de todo, pero la idea cada vez me parecía más acertada, luego de los extraños acontecimientos y los tormentos que me habían acechado. Y aquel extraño libro que cargaba bajo su brazo… No cesaba de producirme una sensación de inquietud.
¿Qué clase de texto sería? Quizá algo con un profundo conocimiento de la más nefasta brujería, o los más horrorosos rituales…
Sea cual sea su contenido, cuando llegué frente a su casa, sentí una sensación como si el olor a sangre del crimen cometido llegara hasta mis narices desde mucha distancia, como si saliese de las ventanas. Pero la casa se veía totalmente vacía. Es más, podía hasta haber pensado que se habían mudado, que ella ya ni siquiera vivía allí. Pero sé que no era así. Había días en que la continuaba viendo entrar y salir de la casa.
Sin pensar demasiado, me adentré. Me impulsó el deseo de averiguar realmente de dónde provenía todo lo que me estaba sucediendo.
Recorrí la casa ajena, con mi apetito por descubrir la verdad. Las habitaciones estaban vacías, todas, y todo estaba demasiado desordenado. Tras recorrer los pasillos, llegué a la última de las habitaciones, que al parecer era la de ella, por el decorado bastante oscuro y macabro. Y lo que más me sorprendió, fue ver  sobre el centro en el suelo, una gran mancha de sangre y rastros de suelo dañado: Lo supe, allí había sido cometido el crimen. ¿Pero a quién demonios le había dado muerte?
Un sonido en la puerta me desconcertó, y alertó. Volteé rápidamente, y sin creerlo, la vi a ella, en el marco de la puerta, observándome con un rostro de profundo resentimiento.
Avanzó sin decir palabra, con una frialdad y un odio que llenaban toda la habitación. Llegó hasta mi lado, y se quedó contemplando la marca de sangre sobre el piso. Yo estaba aterrado, y mis ojos observaban nerviosos.
De pronto, puso la mano sobre mi pecho, e hizo fuerte presión, empujándome y haciéndome a un lado. Y con una voz llena del más puro odio, me susurró:
-Vete enseguida de aquí.
Lentamente, pensé en retroceder. Pero debía obtener mis respuestas, debía decir algo. Pero el profundo terror me dominaba, y estaba paralizado del miedo. Mi cuerpo no respondía. No podía articular palabra. La intensa ira que ella emanaba me afectaba y me poseía entero. Estaba aterrado, no podía moverme.
Su mirada infernal me comunicó que debía retirarme cuanto antes pudiera. Abandoné mis deseos de conocer las respuestas, motivado por un intenso miedo, y retrocedí, paso por paso, hasta encontrarme fuera de la habitación, y luego sobre la calle, a las afueras del hogar. Entre el desespero, observé que no había conseguido nada. Y mi tormento crecía.
Liberado luego de aquella incómoda y estremecedora situación, caminé unos momentos recibiendo el sol de la tarde, decidiendo un rumbo, cuando terminé en el mismo restaurant del día anterior, abatido sobre una mesa, con la cabeza escondida entre mis brazos y torturándome con mis pensamientos y la duda de qué me iba a proponer a hacer. Habían pasado las horas. Como no pedía nada, se acercó uno de los empleados y tuve que ordenar un vaso de helado, que apenas probé. Luego, cansado, comprendí que ya estaban cerrando, porque la gente se comenzaba a ir. Y con angustia, contemplé como la tarde se iba, y luego por una ventana, vi a la luna surgir, y el terror me invadió.
Caminé hasta mi casa… Impulsado por fuerzas extrañas. No tenía para dónde ir, y era desesperante saber que mi propio hogar era mi perdición…
Cuando ya rozaba la medianoche, en mi cuarto deambulando, me paré frente a una ventana de paso, que daba a la casa siguiente, la de los vecinos. A un lado de la verja blanca, una visión me llamó la atención: Allí había un tipo. Más que un tipo, por lo increíble que parecía, era una cabeza flotante, o por lo menos eso era lo que alcanzaba yo a ver. Y sus formas eran extrañas. Parecía, una máscara, teñida de blanco, y con unos ojos malignos, que flotaba suspendida en nada. Su mirada volteó hacia mí, y me paralicé del terror. Unos segundos después, desapareció, y me desapegué de la ventana.

De pronto, me había propuesto ir a averiguar de quién se trataba, qué era lo que yacía flotando a un lado de la verja, que seguramente había sido una visión pasajera, o alterada a mis ojos por el terror en mí ser. Seguramente sería, algo que ni siquiera había estado allí.
Pero al llegar a la puerta de la cocina de salida, giré la manilla y no abría. Estaba cerrada. Afuera la noche se dibujaba, y no podía salir a mi patio. Estaba atrapado en mi casa.
La brisa helada me estremecía el cuerpo. Tras forzar, me resigné a la idea de que a través de la puerta, no se podía salir. Entonces miré hacia las ventanas, y volví luego con un hacha que guardaba en el desván, para romperlas y salir por allí. Ya no podía aguantar un minuto más dentro de mis propias paredes.
En un instante, el retumbante sonido del rompimiento del cristal sacudió mi casa. Un fuerte hachazo, y la herramienta quedó clavada en el trizado vidrio. Sin embargo, no rompió del todo. Extraje el hacha con fuerzas, desenterrándola, y cuando la tuve en mis manos y volví a observar el vidrio, me paralicé: Alguien me observaba; un rostro flotante, una máscara.
Comprendí. Había comenzado un nuevo tormento. La máscara como quien entra por su casa, ingresó, flotando, y esbozando una siniestra sonrisa, y con sus ojos que tenían una profundidad incierta, como un precipicio, y que de pronto se tornaban brillos rojos malévolos que destellaban con intensidad, acabando con la cordura. Desesperado, lancé varios hachazos al aire, pero la bastarda máscara los esquivaba una y otra vez, sin dejar de sonreír con aquella sonrisa que me revolvía la cabeza. De pronto, creí haberle dado un buen hachazo. Pero resultó que mi hacha se había clavado contra el muro, y sentí a la condenada máscara aparecer tras mi espalda, luego un intenso ardor, una herida, como si unos colmillos se hubieran clavado en mi lomo. Entonces caí desmayado, y vi un baño de mi propia sangre recibirme.
Recuperé unos segundos la consciencia, y no vi a la máscara, pero tenía toda la certeza de que estaba siguiéndome cada paso, como si fuera invisible. Subí las escaleras con espanto y debilitado, observando mis propias gotas de sangre caer y teñir los peldaños. Uno por uno, llegué hasta el segundo piso, entré a mi habitación, y me desplomé sobre la cama, agotado y sintiéndome que iba a morir.
Entre los mareos, porque estaba bastante aturdido y mareado, observaba mi sangre sin cesar de fluir, manchando toda la sabana, y en el techo de mi habitación, la máscara que había entrado y ahora flotando, rondaba mi cabeza. Me levanté yéndome hacia los lados, con terrible falta de sincronía, y salí al pasillo. Sentía como la maldita máscara a mis espaldas, continuaba drenándome la sangre, y de pronto, un fulgor púrpura la rodeó, y estalló en chispas. Y enseguida, yo quedé paralizado, como presa de algún encantamiento. No me podía mover, y me desesperé, mientras mi vida se iba con mi sangre drenada, y yo sin nada que poder hacer.
Pero miré mi zapato, y estaba rozando el primer peldaño en bajada; estaba tan cerca, que con el más leve movimiento, yo me podría haber ido escaleras abajo. Hice todos mis esfuerzos, hasta que logré moverlo una insignificancia, y mi pierna resbaló por las escaleras, haciéndome rodar cuesta abajo. Sobre el suelo, terminé estropeado, pero me levanté como pude, sintiendo que mi cuerpo no iba a resistir. Y cuando la máscara venía flotando por las escaleras, en descenso, corrí hacia los muros resbalándome, pero habiendo alcanzado a tomar el hacha, y me estrellé entre donde surgía el muro y el suelo, y cuando la máscara llegó hacia donde mí, levanté mi brazo, y de un feroz hachazo la partí en dos. Entonces la contemplé destruida, y a mi cuerpo lo azotó el dolor más terrible que pude experimentar.
A pesar de toda la agonía, suspiré, observando por la ventana la noche como transcurría en silencio. La máscara se desvaneció por los aires, en una extraña brisa oscura que se iba como el humo, hacia las alturas y saliendo afuera de la casa. Estaba tan adolorido, que no podía moverme, y quedé allí tirado, cuando perdí el conocimiento y mis ojos se cerraron con brusquedad.
En aquellas últimas instancias, la luna se marcaba intensa sobre la noche, en el esplendor de su figura ovalada, reposando, desprendiendo su luminiscencia sobre la oscuridad, reflejándose a través de mi ventana, mientras yo, miraba con ojos cansados, abatido, sin poder resistir un segundo más.

Llegó el amanecer del día siguiente. Desperté con una inmensa sensación de debilidad, y mi cuerpo pesaba, sobre una camilla blanca con algunas manchas rojizas. Había estado bastante mal, una bata azul cubría mi cuerpo desnudo. A un lado, en la camilla siguiente, estaba mi ropa sostenida contra el borde. Extendí mi brazo, y observé con lástima, como un delgado conducto transportaba la sangre de una aguja clavada en mí, y venía desde una bolsa llena de ella. Sabía que había perdido mucha sangre, y si no hubiese sido por aquella bolsa que me la donaba, estaría tendido, desmayado, y quizá muerto.
Busqué con la mirada algún rastro de compañía, pero nadie estaba cerca. Estaba en un hospital desolado, y comencé a sentir lástima de mi estado. Lentamente, esperé unos minutos en los cuales me adormecí. Pero luego desperté para extraerme las agujas que reposaban en mí, y desprenderme de aquella camilla, casi yéndome al suelo por lo debilitado. De la camilla de al lado, cogí mi ropa y me comencé a vestir. Estaba desgastada, por las noches anteriores. Varias veces, pensé que me desmayaría y me estrellaría la cabeza contra el suelo, mareado a tal punto estaba.
Sin embargo, debía seguir, debía salir de aquel hospital en que me tenían abandonado. Recorrí los pasillos, bajé la escalera llegando a la entrada principal, y no había personal. Un aire matutino fresco entraba por la ventana señalándome que el día estaba instalado afuera. Pero el recinto me agobió, y quise salir lo más rápido posible, porque me causaba una gran sensación de soledad.
En el camino por las calles, como la niebla cientos de pensamientos acudieron a mí cubriéndome, pensamientos sobre la noche anterior, sobre todo lo que me había sucedido, y también el pensamiento sobre si habría de morir. Quizá hubiera muerto en el hospital, como también podía morir en aquel momento tirado sobre el concreto. Estaba tan débil, que mi caminar generaba lástima. Me tambaleaba de un lado a otro, y no había ninguna persona siquiera por las calles para sentir piedad por mí; nadie pasaba. Recorrí las calles sobrellevando mi dolor.
Cuando pensaba que la ciudad estaba abandonada, la caída de la noche fue encendiendo las luces del mundo vespertino, y numerosas canteras y bares fueron abriendo. Instintivamente, me llevé mi palma al bolsillo, y sentí el rozar de algunos billetes. Aún tenía dinero, y me sorprendía que no me lo hubieran extraído de mis ropas mientras estaba en el hospital, estaba seguro que las enfermeras que me habían atendido eran gentiles.
No quería ni pensar en la noche de ayer. Caminé, hasta llegar a las puertas de un bar. Entré, sacando mi dinero, y pretendiendo en aquella noche borrar todas las cosas horribles que me habían sucedido de una vez, y perderme en los confines de mi inconsciencia, para dejar de percibir aquel aterrador mundo en que se había convertido el mío ante la caída de cada noche.
-¿Qué se va a servir? –preguntó amablemente el cantinero.
-Deme lo más fuerte que tenga, por favor –le dije con un rastro de lástima en mis palabras. Extraje el dinero y lo puse sobre la mesa. Lo recibió y se marchó, dirigiéndome una mirada de curiosidad. Seguramente había percibido en la mía, lo devastado que estaba.
Cuando estaba quedándome dormido sobre la barra, reposando entre mis brazos, llegó, sin decir más palabra y depositó el vaso con trago a un lado mio, y se marchó. Apenas desperté, y observé el vaso un largo rato, y comencé a pensar. No bebí tras varios minutos, y pensaba un montón de cosas, tales como;” ¿Qué estaba haciendo allí?, ¿Habría percibido el camarero que sólo era un adolescente aproblemado y aterrado queriendo escapar de su desesperación?”. Claramente no lo había percibido. O quizás sí, pero lo había dejado pasar. Pero el momento transcurrió, y mi vista se tornó borrosa. Mi cabeza pesaba sobre la barra y me caía adormecido entre mis brazos. Escuchaba las voces de la gente desvanecidas hablar, y observaba las copas frente a mí mecerse. Estaba mareado, y pronto, el sueño comenzó a invadirme, sin más remedio.
Más tarde, sentía cómo me empujaban. Había despertado, y unos guardias me sacaban fuera del bar, para dejarme sobre la acera. El trago me había hecho efecto, y me había quedado durmiendo en el lugar hasta que había cerrado. Sin más opción, me levanté, y comencé a caminar por la vereda, con las manos en los bolsillos. La noche transcurría lenta, y veía el horizonte y los edificios a lo lejos. No sabía dónde estaba…
Observé unas sombras de pronto, luego otra más, que caminaba por la vereda de al frente. Era la sombra de una chica. Enseguida, se me vino el recuerdo de ella, mi antigua novia, que había conjurado los Cuatro Tormentos contra mí, estaba seguro, que sostenía aquel extraño libro y parecía odiarme…  Su nombre, que aun podía mencionar, y que hasta el día de hoy me causaba escalofríos, Rina, retumbaba en mi memoria… Ahora cada vez que la veía, aquel nombre se clavaba en mi cabeza… Tanto tiempo pronunciándolo con tanto cariño, y ahora sucumbiendo ante el más grande terror al recordarlo…
Pero aquella silueta no era Rina, mi antigua novia. No era nada más que una chica en la noche, que se perdió luego entre otras calles. Había sentido la necesidad de llamarla primero, para comprobar si era ella. Pero su paso rápido la alejó de mí, hasta que quedé de nuevo caminando por la vereda, hacia adelante, con las manos en los bolsillos, sin rumbo, abandonado, y con mi desgracia.
Un terror me sacudió; escuché a alguien seguirme. Volteé, y no había nadie. Pero un gruñido pareció entrar por mis oídos y estremecerme por dentro; un gruñido, demoníaco, con la voz más horrorosa. Pero volteaba incesantemente, angustiado, y allí no había nadie. Me puse a caminar hacia adelante nuevamente, y entonces, entre una separación entre dos edificaciones, en un rincón de la vereda, entre la oscuridad, se escondía alguien inmenso cubierto por una gran capucha. Un rostro verdoso, con vellos, un grande y alargado mentón bajo unas aterradoras fauces, y unos ojos negros como abismos con unas chispas blancas en ellos, me observaba atentamente. Aterrado como si hubiera visto mi peor pesadilla, volteé, y me dispuse a correr lo más rápido que podía. Pero una huesuda mano saliendo de la manga de la túnica, me sostuvo por el abrigo firmemente, y no me dejó moverme. Entonces, escuché el susurrar del filo de una inmensa hoz, que rozó los vientos cortándolos, y pasando por un lado de mi cabeza, que alcancé a esquivar luego de haberme agachado. Tras esto, la mano huesuda me soltó por unos segundos, y corrí. Corrí con todas las fuerzas que tenía, la corrida más veloz de mi vida. No supe siquiera cómo, pero en unos cuantos segundos, me encontraba a bastantes calles de distancia, sin poder respirar.
-Dios mío… -pronuncié. Caminaba, recuperando el aliento. Iba por los suelos de arena de una playa, que había sido acariciada por el atardecer con los rayos del sol. Pero ahora la luna, se alzaba como una gran luz blanca, iluminando el oscuro mar y adentrándose en él. Era una visión siniestra, y adonde fuera que mirase, veía más oscuridad. Estaba aterrado hasta lo último de mí ser…
Recorrí bastante distancia en la playa, caminando intranquilo, volteando cada segundo con un rostro de espanto, para comprobar si es que alguien me seguía. Pero tras bastante rato, no ocurrió nada más. Llegué a pensar que luego de la borrachera y mi sensación de abandono y tristeza, había terminado teniendo una visión demoníaca que al fin y al cabo, había sido imaginada.
Aún no sabía dónde estaba, pero algo era seguro, estaba demasiado lejos de mi hogar. Por las interminables arenas de la playa, encontré una cabaña. Estaba abandonada, y no tenía puerta. Me adentré, y observé una chimenea apagada. Pero no había casi amueblado ni otras cosas, y parecía haber sido dejada sola hace años. Me puse a un lado de la ventana, y comencé a observar la costa. En aquellas instancias, la noche ya había pasado, y el sol comenzaba a salir. Observé el amanecer desde allí, de pie sobre los suelos de madera de la cabaña, ya no había nada que hacer.
Sin embargo, el terror me paralizó. De pronto, el sol se detuvo, antes de salir. Y la visión llena de luz de la costa, pareció comenzar a verse más lejana. Surgió una oscuridad alrededor de la cabaña, y comenzó a envolverla, atrapándome. Quedé bajo una cortina de tinieblas, y entonces, alguien me hacía compañía. Entró, aquel ser, que había visto antes cuando caminaba por las veredas. Yo estaba desesperado, y no podía abandonar la cabaña, la oscuridad más completa la cubría y me tenía encerrado. El ser caminó hacia mí, y se quedó contemplándome, mientras con sus fauces, esbozaba una aterradora sonrisa.
-¡Aléjate de mí! –grité. El ser pareció percibir mis palabras. Su horrible mirada se tornó furiosa, y respondió, ante mi asombro, pues era el primero de los tormentos que me había ofrecido sus palabras:
-Ha llegado tu hora –dijo simplemente. El miedo me invadió. Aquel de los Cuatro Tormentos, parecía el que más se asemejaba a un demonio, de una forma monstruosa, y estaba consciente de mis palabras. Avanzó, mientras extraía su hoz. “Es el Guardián del Limbo” me dije aterrado…
-El cielo ni el infierno te pertenecen. Sin embargo, estás invitado a mi limbo. Y el lugar que te pertenece, es el lugar más horrible de toda la existencia; el purgatorio, donde sufrirás una eternidad y pagarás por todos tus pecados. Pagarás por haber destrozado el corazón de quien me ha convocado, pagarás, por un tiempo indefinido. Experimentarás el más grande dolor –declaró, y extrayendo su hoz, marcó una gran abertura sobre los suelos de madera. La rotura se fue abriendo más, hasta que un gran abismo se abrió. Y creyendo yo que alucinaba, con mis ojos idos, contemplé como un juego de luces y un vórtice verde que llevaba a un mundo nauseabundo se dejaron contemplar con gran intensidad. Entonces, montones de manos de muertos se alzaron, rasgando el suelo, y entre horrorosos gritos de furia y de sufrimiento, intentaban llegar hasta la superficie. Entre el vórtice, se podía observar las profundidades del purgatorio, y se podían ver los elementos de tortura, las tierras secas, y los cadáveres por doquier, y la pestilencia se oía a cantidad de distancia… El miedo apenas me dejaba respirar, y mi cuerpo no se movía. El sólo contemplar aquel lugar me llenaba la cabeza y el corazón de horror.
-Bienvenido seas a mi limbo –gruñó, y me extendió su gran hoz, para rebanarme por la mitad y echarme dentro del agujero. Pero alcancé a esquivar, por una suerte de angustiosos segundos, pero entonces, me vi atrapado. Estaba acorralado contra la muralla, y frente a mí, estaba el vórtice abierto, y tras él, estaba el Guardián del Limbo con su hoz y su enorme figura de gigante, bloqueando mi paso. No tenía para dónde escapar, mientras la hoz se mecía, en intentos por rebanar mi carne y cortarme en dos pedazos.
Sin poder hacer nada más, salté, abalanzándome contra el Guardián. Su cuerpo me recibió, y me embistió, lanzándome hacia el abismo del vórtice. Pero con una pierna alcancé a sostenerme de un rincón, y mi cuerpo quedó a medio balancear de caerse. Entonces el espectro se avanzó sobre mí, y las manos que venían del vórtice me intentaban hacer prisionero. Por las ventanas de la cabaña se observaba la completa oscuridad, y toda clase de espectáculo de luces de otro mundo, en su mayoría verdosas, desfilar en una horrible pesadilla.
A punto de caerme, logré balancearme con mis últimas fuerzas, y esquivé al espectro y me desprendí de las manos que me aseguraban. Entonces, llegué hasta la otra mitad de la cabaña, y tuve más espacio para correr. Me lancé contra la puerta, pero estaba cerrada. Pateé, y le di golpe de puños, tiré desesperadamente del pomo, pero nada sucedía. Llegué hasta una ventana, y observé afuera la oscuridad. Sentí deseos de lanzarme, pero de pronto vi, como justo debajo de la ventana surgían toda clase de espinas y seres deformados que jamás pensé que iría a ver, salidos de la más aterradora pesadilla, con agujas en sus extremidades y en sus cabezas, aguardando a que yo me lanzara. Retrocedí espantado, y el Guardián del Limbo me arrojó su hoz para matarme. Esquivé, y se clavó abruptamente sobre el suelo.
Sin duda hasta ahora, era uno de los Cuatro Tormentos que más parecía imposible de abatir, y el más armado, el más peligroso, y hasta el más consciente. El más amenazador, entre otros terrores. Avanzó con su inmensidad y su manta oscura que lo cubría, y llegó hasta mí, estando a un lado de su hoz. En aquel punto, las gotas de sudor caían por mi frente, desesperado. Bajo su manga, dejó ver su huesuda mano, y mientras el vórtice tras él estaba que estallaba, ardiendo de deseos por tragarme, él extendió su huesuda mano con intenciones de apresar entre ella mi cráneo para quebrantármelo. Pero me hice rápidamente a un lado de la mano que se dirigía a mi cabeza, y entonces el Guardián lleno de furia, se lanzó contra mí, con toda su inmensidad. Primero cayó sobre mi pierna, rompiéndome el pie por completo al aplastarlo. Deje oír el grito del dolor más grande en mi vida, y aunque era insoportable, y pensaba que iba a morir, y no podía resistir más dolor, extendí mi brazo a un lado, tomé la hoz, la giré, y antes de que cayera con su gigantesca figura sobre mí, le clavé la hoz sobre el estómago, atravesando la tela de la gruesa manta que lo cubría. Abrió sus grandes fauces para vomitar sangre, dejándome el rostro cubierto en ella, y de no haber sido por la hoz que lo retenía, clavada en él, habría caído encima de mí, destrozándome. Pero observé entonces, y la hoz lo había atravesado por completo. Rápidamente, cesó de moverse, y había muerto casi al instante.
Los suelos comenzaron a cerrarse, y el vórtice había continuado por unos segundos allí, ansioso por tragarme y despidiendo sus luminiscencias, hasta que desapareció mientras el suelo sobre él se cerraba y volvía a estar como antes. Mis ojos se vieron casi cegados cuando la oscuridad que rodeaba la cabaña de golpe se esfumó, y por las ventanas se pudo contemplar el amanecer con el sol sobre las aguas, en toda su intensidad. Me salieron lágrimas por el esfuerzo de mis ojos ante aquel cambio tan repentino, pero también con una pizca de felicidad. Sin embargo, mi pie estaba destrozado, deformado, y sangraba. Parecía haber muerto, sentía  un gran ardor, pero casi ya no lo podía mover, de hecho, no podía usarlo para caminar, y era un estado lamentable, casi sentía que tenía el hueso roto descubierto tras la piel desgarrada…
Caminé con el pie que aún me quedaba bien, y tambaleándome. Me apoyé sobre la ventana, y observé el día pasar por unos minutos. Faltaba el último de los tormentos, y yo aún no estaba muerto… Y quizás qué me esperaba, pero el terror sembrado en mi ser no iría a ser remplazado con nada, y estaba aterrado. Me preguntaba qué guardaba aquel bello amanecer, que me traía algo de paz, pero un terror porque se fuera a esfumar y me trajera nuevamente la oscuridad. Contemplaba y pensaba, que en lo que quedaba de día, debía detener todo o esperar mi inevitable muerte. Contemplaba, mientras sin poder evitarlo, aquel tranquilo atardecer serenaba mi aterrado y estremecido corazón…

¿Cuánto faltaba? No lo sabía, ni tampoco tenía deseos de saberlo… Sólo pensaba hasta cuándo más se extendería aquel terror, aquella agonía interminable… Y que el paso de los tormentos me había dejado una cicatriz imborrable, un horror dentro de mi corazón, un miedo, una ansiedad que me perseguiría hasta el último de mis días. Aquellas últimas noches habían sido una pesadilla, y ahora aguardaba por el inminente sueño final, en donde todo habría de terminar, o mi vida sería la que acabaría terminando.
El día continuaba transcurriendo. El sol me daba directamente hacia el rostro con sus rayos. Mi silueta era lastimosa, dibujándose como una sombra caminando a lo largo de las arenas de la playa, a punto de desmoronarse y recorriéndolas hasta el fin. Finalmente, comencé a dejar la playa atrás, y sus arenas comenzaban a desaparecer, y el sol que alumbraba mi camino, se fue trasladando a un lado para irse quedando atrás. Los primeros edificios que fueron apareciendo, me dieron una señal de esperanza, había llegado a la ciudad.
Caminé pasando por un lado del restaurante en el que había comido al segundo día. Miré el edificio desde lejos, sin intenciones de entrar, para no tener un encuentro indeseado. Pero sin embargo, los recuerdos acudieron a mí. Más tarde, estaba tan sólo a unas calles de mi casa. Pero vi la puerta, y no quise entrar. Pensaba que en aquel momento, el último lugar en el que quería estar, era mi hogar. Se me hacía una tortura y un lugar agobiante.
Por las calles, llegué hasta una esquina conocida, la esquina donde estaba la casa de ella. Avancé un par de casas, hasta encontrarme frente. La cinta policial de precaución continuaba allí, pero estaba cortada. La traspasé, y llegué hasta la puerta. Respiré profundo, respiré la soledad del hogar, e ingresé. Había un apestoso olor a muerte que me recibió.
Avancé por la sala principal, subí al segundo piso, y el intenso aroma desagradable a sangre y muerte, me condujo hasta su habitación. Al ingresar allí, como en una vez anterior, vi una gran mancha de sangre. Pero me horroricé, porque sobre la mancha de sangre, había un cuerpo que apenas se podía percibir, debido a que estaba totalmente cubierto, en forma desmedida, en la sangre. El cadáver estaba ahogado en ella. Y el olor nauseabundo, era insoportable. Pero avancé, tapándome las narices y con un malestar, y a pesar de lo difícil que era percibir el rostro y algo más que sus extremidades, era el cuerpo de una mujer. Sobre su vientre, tenía aún clavado un cuchillo con sangre fresca. Yo estaba quedando sin cordura; el cadáver, era probablemente la madre de Rina, mi antigua novia… Y lo más seguro, es que ella la había ofrecido como sacrificio, sin piedad alguna, a juzgar por el gran desparrame de sangre y lo horrendo del crimen… Pero la había ofrecido, y la había asesinado para invocar aquella maldición sobre mí, que me perseguía hasta aquellas instancias, condenando mi existencia, haciéndola una sufrida e insoportable pesadilla que debía cargar.
Me retiré de su casa. Caminé por las calles y los edificios me comenzaron a angustiar, me parecían como gigantes que se irían a abalanzar sobre mí para aplastarme y matarme, que también me encerraban en su gran hilera. La ciudad me comenzó a desesperar, lo único que quería ahora, era estar en un espacio abierto, libre, y vivir quizá, el último de mis atardeceres…
Me alejé bastante. Por los alrededores de la ciudad, llegué a espacios más abiertos. La hierba surgía por doquier, los lagos, y los árboles rociados por la luz del atardecer, aquel atardecer final, que me alertaba los nervios.
Estuve un buen rato, de pie en medio de aquella frescura, respirando aire limpio, mientras pensaba. Pero el ambiente tranquilo y calmo a más no poder, contrastaba con las horrendas sensaciones que despertaban dentro mio, y se revolvían como la marea: Estaba aterrado, y por aquello, apenas me podía mover.
De pronto, sentí que mis ojos me engañaban nuevamente, sin embargo, sabía que era real. Ante mis pupilas, estaba ella, a una distancia de mí, también de pie, sin haberse percatado una vez más de mi presencia. Alarmado, intenté moverme, y correr hacia ella. Todos mis sentidos estaban despiertos. Sin embargo, en cuestión de segundos, su figura se esfumo. Y yo mirando hacia el horizonte, tuve una de las visiones más fugaces y espantosas. Y fue una sensación extraña, como si no hubiera sucedido, pero a la vez sí. Como si mi mente se hubiera fusionado con aquellos paisajes en aquel momento, me había abstraído en mi propio ser. Pero lo que vi, fue aterrador…
Vi a aquella sombra, aquella alargada sombra, que se estiraba como un espectro de pesadilla, estiraba sus extremidades y su cabeza era como un hilo oscuro largo como sus brazos y la cola en la que flotaba. Era como un fantasma oscurecido, con una forma abstracta, deforme. Era una silueta espantosa, que se dibujó entre la línea donde caía el atardecer y el anochecer, la oscuridad y la luz, y entre aquel plano, se deformó, tomando cientos de formas en un solo segundo. Sentí como en aquel instante mi mente se hacía pedazos, y sentía que caería de rodillas, porque mi cuerpo no daba más. Ante aquel punzante doloroso tormento, cerré mis ojos. Y después de haber hecho eso, la sombra pareció desaparecer, para transportarse justo atrás mio. Abrí mis ojos, y miré, con una mirada desesperada, rayando en la locura, con sudor de miedo, pálido. La miré, la sombra estaba atrás mio, y entonces también vi a Rina, caminar por aquellos paisajes, alejándose con prisa. Mientras mi mirada observaba, en el horror, me sentí perder altura, y una de mis piernas caía, también otro de mis brazos se esfumaba. Grité, y rodé, escapando.
Me desplacé por los suelos, arrastrándome. La sombra había desaparecido, y volvía a aparecer cada tanto, para seguirme. Un brazo y una pierna mía, habían sido ambos amputados, y lo más extraño era, que no sangraban en cantidad alguna, pero el dolor era tan intenso que me hacía desear haber muerto, y me hacía la realidad la experiencia de agonía más grande. Rodé, con lo poco de pierna que me quedaba aún, y apoyándome con el brazo restante, y me desplacé por los suelos que iban en bajada, hasta que fui llegando poco a poco a un terreno más plano, y los edificios comenzaban a aparecer. Me incorporé, y fui dando saltos con mi pierna destrozada, apoyándome de árbol en árbol, mientras contemplaba, a la Sombra del Atardecer tras de mí, perseguirme incansablemente.
Llegué finalmente a la ciudad. Le había perdido el rastro a mi antigua novia, y la busqué desesperado por toda la ciudad. No veía gente alguna, porque mi visión ya parecía distorsionada, pero escuchaba sin embargo los gritos de horror ante mi aspecto, y la gente que comenzaba a correr alocada e ida de si misma. Todo era un horror, la ciudad se había transformado en una sofocante desviación de la realidad, la agonía y el dolor hacían arder mi cabeza, ya no podía resistir más, quería morir, y la Sombra del Atardecer me atormentaba siguiéndome atrás…
Mi mirada de pronto se desvió, y a un lado, apenas con el borde de la pupila, alcancé a contemplar, aquella silueta, que me causaba desesperación, y también era la causante de todas mis pesadillas y de que mi vida se hubiera convertido en un horror. Allí, entre una hilera de tiendas, en una de ellas, estaba Rina, sobre el mesón, comprando artículos al vendedor, e intentando pasar desapercibida de mí seguramente. No perdí más tiempo. Me dirigí, con mi cuerpo desfigurado, e ingresé a la tienda violentamente, azotando las puertas de vidrio. El vendedor anciano me miró con espanto, y en el suelo, sin saber de dónde había salido, encontré un cuchillo. Lo empuñé, y sorprendí a Rina por la espalda, sosteniéndola y presionándole de pronto el cuchillo contra el cuello. Entonces, el atardecer comenzó a iluminar la tienda, bañándolo todo en su intensidad naranja, y la Sombra del Atardecer entraba lentamente por el umbral, trayendo mi muerte consigo. Yo grité, y estuve desesperado. El vendedor continuaba contemplándome atemorizado, y Rina sentía su cuello presionado contra mis brazos y el cuchillo, sin saber lo que ocurría. Entonces, cuando mi mano sintió los deseos de hundir el filo del cuchillo en el cuello de ella, grité por una última vez, antes de hacer lo que iría a hacer, acabar con su vida;
-¡Me has condenado!, pero aún sigo vivo, y si has invocado a éstos seres macabros de otro mundo para que destrocen mi cuerpo, ¡Te arrastraré al infierno conmigo para que pruebes las llamas en tu carne!... ¡Maldita seas!
Entonces, desgarré su cuello con el cuchillo. Un fluir de sangre roja saltó y se mezcló con mi rostro, empapándome. El cuchillo recorrió sus carnes, abriendo sus nervios, y cortando su piel. Degollada, cayó al piso, entre un río de sangre que acogía a su cadáver, sobre el suelo. El vendedor tras el mostrador sacó una escopeta, y se voló los sesos, haciendo que sus entrañas empaparan los vidrios de la tienda, que se había transformado en un infierno. Continué de pie, observando el crimen que había cometido, observando mi cuchillo lleno de sangre, satisfecho, por haberle dado aquella atroz muerte. Sin embargo, no se comparaba a todo lo que ella me había hecho pasar, y el vacío en mí era más grande, y luego, una sensación parecida al arrepentimiento… Ella me había sobrepasado, el infierno que me había hecho pasar no era comparable con nada, era el peor horror en mi existencia. Sin embargo, continuaba contemplando su cadáver, su cuello ensangrentado, y su sensación de dolor. Experimentaba placer, mientras un escalofrío me recorría el cuerpo, y sentía la presencia atrás de la Sombra del Atardecer acercándose a mí, para darme la muerte que me había estado esperando… Porque al fin y al cabo, por aquella razón habían sido convocados los Cuatro Tormentos…

DarkDose

 

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