domingo, 16 de diciembre de 2012

Una reflexión en mis últimos días

Ya pocas cosas me importan. Sólo anhelo morir. Partiré aclarando, que como nadie entra en este blog, ni nadie comenta (no me lamento ni me quejo por ello, sólo estoy haciendo ver una verdad), éste es mi lugar secreto. Por lo tanto, podré revelar lo que quiera en cuanto a mis pensamientos con total libertad. Y más que todo, esto es un desahogo, lo que habré de decir ahora: me cansé de vivir.

Y es que en este mundo, hay una gran verdad, que pocos o nadie quiere ver. Yo me he dado cuenta, porque a la fuerza me he dado cuenta. O por mi condición quizá, que seguro muchos de los que se encuentran en mi estado, si es que hay alguien más en este estado, se habrán dado cuenta, de la cruda realidad de la vida. La realidad, es que la vida es sólo sufrimiento. Lo mires por donde lo mires, toda la vida está encadenada a un inminente sufrimiento. Y esto es innegable, e infalible; el sufrimiento siempre llega. Y las personas normales, aquellas que dejan pasar sus vidas desapercibidas, no les importa demasiado esto, y tienen una extraña fuerza natural de ellos, para continuar sus vidas en la ceguera, sin que les importen los sufrimientos que han de pasar, y así llevar una vida normal.

Pero quizá bien, quizá ellos lo pueden soportar así, por su condición, porque no viven en un tormento eterno. Pero la cosa es que yo sí. Vivo condenado. Es una maldición, que vivo percatado en todo momento del dolor que me rodea en cada instante. Es una especie de sensibilidad intensa hacia el dolor, que claro, me hace más sensible, más abierto a los detalles, soy muy creativo, muy imaginativo, todo. Me fascina la escritura. Tengo cosas interminables para dar a este mundo.

Pero la cosa es que ya no puedo con este dolor, que me ha seguido toda mi vida. Nadie nunca entenderá jamás de esto, y sólo mis palabras, acercarán un poco a la totalidad de este asunto, pero nadie más que yo al final, lo entenderá siempre. Porque habría que estar dentro de mí mismo, bajo mis carnes, para entender este problema que como un resquemor, me ha agobiado desde siempre.

Ahora sólo quiero morir, pero tengo miedo... Miedo del proceso. Porque le tengo respeto a la muerte. Pero le perseguiré su sombra lentamente, hasta que por fin tenga que darse vuelta y traerme mi hora de término, mi hora final. No tengo nada más que hacer en este mundo, porque simplemente ya no puedo resistir. No puedo dar más. Todo lo que he aguantado, ya llegaría a un punto en que sería inevitable, que yo quisiese terminar.

Entonces perseguiré lentamente a la muerte. Nunca encontré amor en esta vida. Nunca lo habré de encontrar. Es mi hora de irme ya, y que nada de mí quede. Entonces allí encontraré mi más ansiada calma, cuando ya no haya nada más en que pensar, porque no estaré. Pasarán los días. Seguiré persiguiendo tenazmente a la muerte, y estaré seguro, de que nada más me hará arrepentirme.

Esta es mi reflexión final. Amo escribir, me encanta. También me gusta la música. Pero son cosas que siempre me he tenido que dejar para mí. Este mundo jamás me ha tenido compasión. Uno no puede manejar su propio destino; si mi destino es desgraciado, qué le voy a hacer.

Y aquí sigo, todavía, esperando la hora de mi muerte, que anhelo con mis últimas esperanzas, que esté cada vez más cercana.

Francisco Flores
Escritor
Agobiado desde siempre por la vida, un alma eternamente atormentada por una dolencia que nadie más ha comprendido, más que yo mismo. Porque en palabras no puedes expresar lo que te aqueja hasta el punto de que el otro lo comprenda totalmente.
Nunca he sido comprendido.
Nunca he tenido una verdadera compañera.
El amor me detesta, así como la vida.
Y mi destino se pierde, escapa de mí, y la vida me pone un destino desgraciado.
La vida es cruel conmigo.
No aguanto más, hay un punto en que solamente, llegan los deseos de terminar todo.
Este es mi blog, este es mi espacio.

DarkDose

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Crucero de sueños (Fantasía/Relato)

Cuando mi madre me informó por primera vez que mi abuela me había hecho una invitación, me emocioné sobremanera al enterarme de qué se trataba. Resulta que mi abuela por un largo período de su vida, había ahorrado una abundante cantidad de dinero, que había tenido guardada en un maletín sellado, bajo su cama. Llegó el momento en que lo abrió entonces, para sacar ese dinero, y conversó con mi madre. Había hecho planes, y entonces me dio un recado. Yo sentía que las lágrimas de dicha recorrerían mis mejillas cuando escuché ese recado: Hacía una semana, venía pasando por estos mares de mi tierra, un hermoso, inmenso lujoso y caro crucero internacional, que poseía mucho renombre. De hecho, sólo una parte mínima de la población en el mundo podía pagar su pasaje de entrada. Se llamaba, crucero “La perla de sueños”. Había leído sobre este crucero sólo en revistas. Y por lo demás, siempre había fantaseado con abordarlo. Y ahora, mi abuela me había invitado a cumplir este anhelo. Me estremecí de la emoción con la noticia. Días previos mi abuela me había hablado algo sobre el crucero, me había hecho comentarios, pero casi siempre indirectamente, hasta el día en que me habían dado la noticia.
Mi abuela me había avisado con antelación, para que me fuera con ella, porque faltaba un mes para que el crucero pasara en el puerto más cercano. Entonces, ese mes antes me fui a la casa de mi abuela, ubicada en la playa, muy pintoresca. Allí pasé los días. Veía a mi abuela, y su cabellera blanca, y parecía bien alimentada. El tiempo pasaba, pero ella se mantenía con buena salud.
Primero, dejé todos mis bultos en su casa al llegar, aunque todas las semanas siguientes me las pasé en gran parte arreglando mis bultos. Mi abuela me recibió con una rica comida. Luego pasamos la tarde conversando. Entonces, cuando las brisas de la tarde se fueron tornando más frescas, me dieron ganas de salir, y de reconocer caminando las calles del barrio de mi abuela. Eran calles, que me llenaban de recuerdos y me daban ganas de explorar.
Pero por fin pasó el mes. Se fue rápido y agradable, en el fresco y ameno barrio de mi abuela. Apenas había bajado tan solo unas cuantas veces por la calle a la playa. Pero pasó el tiempo, y ya tuve todo preparado. Entonces salimos del hogar cargadas, y mi abuela me dijo que iríamos al puerto a esperar el barco.
Por el camino pasábamos por largas calles caminando. En una de las calles más anchas, unos ojos se me quedaron mirando, y entonces una silueta avanzó irresolutamente: Era un amigo de la infancia, que había conocido por esos lados. Pero como hace mucho no había yo visitado a mi abuela, con aquella distante amistad nos habíamos alejado por varios años.
-¿María Luisa Myers? –dijo, como si le costara reconocerme. Como si le costase encontrar un recuerdo claro en mi rostro, pero tenía la intuición. Él era Anton. Siempre había sido un chico tímido, pero agradable. Hubo un tiempo en que yo sospechaba que le gustaba.
-Anton, ¿cómo estás? –le dije.
-Muy bien, gracias por preguntar –me respondió cortésmente y así fuimos armando una charla. Habíamos pasado tanto tiempo sin vernos. Hasta que llegó el momento, en que sus preguntas me condujeron a revelarle sobre mi viaje. Sus ojos se abrieron inmensos con asombro, y me preguntó:
-¿Es en serio?
-Sí, es verdad –le respondí. Tras entrar en detalles, cuando le llegó a él el turno de hablar, me deseó un montón de suerte, y dijo que me extrañaría. Entonces me cargó los bolsos por algunas calles, y luego nos despedimos. Al anochecer ya, habíamos llegado al puerto con mi abuela.
La tarde ya se había esfumado y las brisas pasajeras del temprano anochecer nos helaban las entrañas. Estábamos allí, con mi abuela, ante una larga hilera de personas, cuando el espectáculo más grande de luces me maravilló. Y entonces vi una sombra gigante aproximándose a mí, que era el gran crucero en todo su esplendor. Y mientras se acercaba, miré a la derecha y leí en la coraza, “La perla de sueños”.
Salté de la emoción y ni recuerdo cuántas veces abracé y agradecí a mi abuela por la sublime invitación. Ella me dijo:
-Guarda aliento María Luisa, no te vaya a dar un infarto que aún nos falta entrar a él.
Entonces la hilera de personas pareció hacerse interminable. Pero la noche estaba hermosa, llena de luces por doquier y la pálida luna. Hasta que por fin las filas fueron avanzando, y estuve ante las escaleras de entrada del inmenso barco.
Iba algo distraída y encantada con todo a la vez que oía una dulce música procedente de mis auriculares. Mi abuela venía atrás mío. Entonces, iba a subir el último escalón, y me topé con alguien que estaba en medio del paso. Llevaba traje negro, y era muy alto. Tenía calva, y usaba un monóculo, y llevaba un paño encima de su brazo reposando. Revisó una lista, y me dijo:
-¿Señorita María Luisa Myers, verdad? Y su abuela, Antonella Del Canal –y me dio una mirada de reconocimiento. Yo y mi abuela asentimos. Entonces nos dijo:
-Acompáñeme por favor; les mostraré los interiores y sus recámaras –entonces hizo ademán de que lo siguiéramos y para mí era increíble, pero nos adentrábamos en el barco.
Travis, era el nombre de aquel mayordomo de un sector específico en el crucero, dado lo gigantesco que era. Nos mostró el comedor: era inmenso, como aquellos que se veían en los cruceros de películas. Sentí un fuerte palpitar en el corazón. Luego nos mostró distintas salas para diferentes propósitos, y después nos llevó a la cubierta, donde había una colosal piscina. Pero como era de noche, y por no resfriarse, nadie se estaba bañando, a excepción de una solitaria pareja.
La noche se fue rápido, y como ya estábamos dentro del crucero ya sólo aspirábamos a descansar y mañana por la mañana exploraríamos todo tanto yo como mi abuela. Entonces le dije:
-Abuela estoy cansada, ya quiero irme a acostar –y ella asintió entonces, y me acompañó a mi recámara. Ella después se iría a quedar en la cubierta un rato, observando el cielo anochecido y relajándose. Yo entonces me arropé bien con las frazadas de mi cama, y observando el mar mecerse lentamente por la ventana circular de mi cuarto, me fui quedando dormida de a poco…
Varias veces creí despertar por la noche. La vista estaba borrosa. El mar se mecía con más intensidad, y de pronto, me sentí totalmente sola. Fue una desagradable sensación. Pero pasaba luego, cuando me volvía a quedar dormida. Tenía una extraña sensación; sabía que estaba en un lugar sumamente agradable, un lugar casi de mis sueños, pero de pronto se me olvidaba que iba a bordo del crucero, y me sentía como si por unos segundos hubiese estado en mi habitación pero entonces la sensación se iba, y yo volvía a la realidad. Pero estaba soñolienta.
En un momento de la noche, recuerdo que me levanté. Tenía ganas de ir al baño a remojarme la cara, pensar un rato, y luego dormir. Recuerdo que no comprendía también, por qué las cosas estaban extrañas. A través de un pasillo, vislumbré claramente la silueta de Travis, el sirviente, pasar. Y eso me generó misterio. Luego, cuando llegué al baño, en un espejo personal se reflejaba la imagen de un hombre viejo. Me asusté, me mojé la cara rápidamente y volví a mi recámara. Allí, me volví a cubrir entera con las frazadas, y me quise dormir enseguida. Tenía un constante presentimiento quizás imaginado, quizás real, de que el crucero estaba desolado. Pero de todos modos, las horas de esa noche las pasé inquieta.
Respiraba lentamente, y sintiendo la suavidad de mi respiración profunda, fui calmando mi cuerpo. Entonces los ojos se me iban entrecerrando observando mi almohada. La luz de mi recámara estaba apagada, y sólo la del pasillo se veía, que entraba, por los resquicios de la puerta y muros. Me dormí. No supe más de nada, mientras estaba plácidamente dormida, dentro de mis sueños. La agradable sensación de dormir gratamente en el lugar anhelado. Mi abuela no aparecía, seguía en la cubierta seguramente, en algún lugar apreciando el cielo bañado de tinta negra. Mi conciencia se iba, me quedaba dormida.
Un rato después, sentí un fuerte remezón, algo brusco, que me hizo despertar. Sentí como si todo el crucero se hubiera agitado, como si en un instante pudiese hasta haberse volcado. Aquello me obligó a abrir mis ojos. Me observé, y vi mis pies descubiertos. La frazada estaba hecha hasta atrás; no me explicaba cómo; quizás mientras dormía moviéndome de un lado a otro porque mi mente estaba demasiado despierta y envuelta en delirios, me había quitado la frazada. Pero no importaba. Me senté sobre la cama, estaba con mi bata de dormir puesta, porque, me recalqué en mi mente, “¡aquellas eran horas de sueño!”. Pero qué curioso era, no podía dormir. Y ahora, con esta fugaz gran especie de temblor que me había hecho despertar. Me levanté, tomé mi ropa habitual y me vestí. Saldría a las partes superiores del barco a ver qué ocurría.
¿Habría sentido la otra gente en el barco el temblor? Me daban ganas de preguntar. Pero extrañamente, no parecían haber más tripulantes. Llegué hasta la cubierta, y por supuesto no había rastro alguno de mi abuela. Volví a la parte inferior del barco y recorrí interminables pasillos, a ver si es que me llegaba a surgir una respuesta en algún momento…
El crucero ya no parecía hacer movimiento alguno. A través de una ventana me detuve a ver si es que todavía la nave avanzaba, o si es que todavía se veía el mar. Me extrañé completamente, cuando mis ojos vieron más allá del cristal: Había tierra. O de pronto nos habíamos varado por desgracia, o el crucero se había detenido deliberadamente por decisión de quien lo manejaba, y ahora estaba apegado a la tierra. No sé, desconocía qué pasaba pero me asusté, un poco. Volví al pasillo, y caminé dudosa, insegura. Pensé en volver a mi recámara.
En el suelo del pasillo había una rosa, con algunos pétalos arrancados. Al lado de ella había una carta. En ella estaba escrito, con letras intensamente rojas: “Esta rosa te simboliza a ti”. Y firmaba Anton, sorprendentemente. Me quedé muda, perpleja. Las cosas entonces se tornaban extrañas. ¿Realmente aquellas palabras las había escrito Anton, aquel viejo amigo mío que me había encontrado el día anterior a abordar el crucero? Era sumamente raro todo, pensaba…
Hubo otro estremecimiento más del barco, al parecer el final, entonces alguien abrió unas puertas en algún lugar del pasillo, como al término de éste. El sonido del abrir de puertas llamó mi atención, y entonces a medida que avancé, vi una alta silueta negra parada a un lado de las puertas a las que llegué, abiertas. Reconocí la voz, y la figura de Travis, el sirviente empleado del barco. Me dijo:
-Señorita María Luisa Myers por favor, Haga entrada a estas puertas. ¿Tiene su pasaje de tripulante? Le gustará este lugar; puede acceder si me enseña otra vez su pasaje –hablaba con un tono de suma elegancia. Yo dudosa, pensaba y estaba casi segura de que tenía mi pasaje en mi habitación del barco, entre los bultos, pero sin saber bien cómo estaba ahí, me llevé una mano al bolsillo, me lo encontré y se lo entregué. Aunque estuve insegura por haber hecho esto. ¿Y si ahora perdía mi pasaje? ¿Y si esto era un sueño? Era lo que había comenzado a pensar desde el principio, cuando no podía dormir, en la quietud de mi recámara de este barco. Todo lo demás era realidad, por supuesto. De eso estaba muy segura. Muchos días había esperado por abordar en este barco.
No hubo problema alguno, porque había encontrado mi pasaje. Lo deposité sobre las manos de Travis, y me sonrió con misterio, como indicándome que algo me esperaba. Me hizo un gesto entonces, y se quitó del frente de las puertas. Entonces, una enormemente luminosa luz del sol entró en cantidad, y me dio en el rostro. Sentí como si se me cegaran los ojos, y me cubrí con el brazo.
-Adelante señorita María Luisa… Éstas son las puertas a un lugar hermoso –me dijo, y me dejó libre la pasada. Yo le consulté mis dudas con la mirada, pero él me asintió sonriendo. Estaba bien. Entonces me adentré lentamente, cruzando ese umbral de luz frente a mí.
“Un lugar hermoso”, había dicho Travis el sirviente. Y además, inesperado para mí. Apenas hube cruzado el umbral de la entrada, aquella dorada luz que me bañó en ella era como sentir un amanecer en todo su esplendor y plenitud. Entonces comprendí, que al parecer mi crucero, “La perla de sueños”, estaba varado, atracado a tierra. Estaba recién poniendo pies fuera de él. Dirigí la mirada hacia atrás, insegura, hacia Travis, para comprobar si todo estaba bien. Él me sonrió, y permaneció allí, invitándome con su actitud a explorar el nuevo lugar frente a mí, que me daba la bienvenida con su luminoso, cálido clima.
Avancé, con una especie de miedo secreto, como una niña insegura, indecisa. Lo que había ante mi mirada, parecía inverosímil. En un momento en mi imaginación, me encontré en mi habitación –del barco- y me pregunté; ¿y si estaba teniendo un sueño astral, místico? Ya saben; aquellas experiencias fuera del cuerpo, donde el consciente flota…
Miré, luego de ese pensamiento y volvía a la realidad: La que vivía ahora por lo menos, y vi una especie de isla, frente a mí: de lo más extraña. Su tierra, era dorada. Había montes, a lo lejos, muchos árboles, que parecían ser frutales. Y hasta donde llegaba la vista, allá, hacia el término de la isla, había más frondosidades de árboles y conjuntos seguidos de no muy altos montes vacíos de esa tierra amarilla, que se perdían mientras más lejos llegaban.
Yo estaba apenas con mis pies donde comenzaba la isla; limitaba con el poco de mar y estaba el crucero mío detenido. Entonces mis pasos me adentraron más a ella, sintiéndome intrigada, cómoda, pero sin saber qué esperar. La isla era muy ancha, como si hubiese sido extendida hacia los lados. Y era larga también hacia arriba, como si invitara a seguir y subir por ella. No, pero yo me conformé con recorrer solamente, las tierras que estuvieran cercanas al barco, a mi lado, por si cualquier cosa, para volver a subir a él.
Y ahí entonces me empecé a fijar en la isla, a recorrerla con la mirada, para entrar en descripciones. Primero, estaban los muchos árboles que había, y que estaban cerca de mío, que eran manzanos. Frescos, rociados todavía por la blanda brisa. Esos árboles me deleitaron la vista. Después sin embargo, continué analizando con mi mirada, y lo que vi, justo al frente mío a unos metros, me hizo darme un gran sobresalto. Me remecí en un escalofrío y temblé, y mis dientes se chocaban rápidamente: Había un fantasma, su silueta era vaporosa y su rostro no se podía apreciar bien, pero era como un cráneo. Flotaba por supuesto, y no tenía piernas, sino una especie de vestido rasgado. Su figura era toda blanca, y sus brazos se cortaban antes de nacer por completos.
Pero me tranquilicé, no temblé más, porque aquel fantasma, servía como un tipo de forma de adorno. Y aunque estaba frente a mí, y sus extremos se mecían como las puntas de una llama, nada hacía. Jamás abandonaba su lugar.
Unos perros pasaban corriendo. Sumamente rarísimos, como de raza Rottweiler, tenían la cabeza y la cara al final del cuello, y otra cabeza en su parte trasera. Ambas cabezas sacaban las lenguas y los perros parecían juguetear felices, e iban de un lado a otro. Me dieron algo de miedo, pero eran inofensivos.
Después, había un grupo de monos con color entre amarillo oscuro y café, jugando con huesos. No muy lejos, había un esqueleto de forma de persona. La luz dorada por doquier, cubría los cielos, y habían unas cuantas nubes solitarias casi en cada extremo del cielo y distribuidas. Me llamó la atención que a lo largo de todo ese comienzo de la isla, había un montón de almohadas rotas y con sus plumas fuera, desperdigadas por doquier.
Avancé, y recogí una delgada varilla de madera. Entonces vi algo, y miré atrás a Travis a lo lejos. Volví a mirar: A mi lado, había una persona desnuda, en posición fetal, de piel gris, como una masa o un bulto gris. Era calva, y su piel tenía unos dos o tres rollos de la masa que le sobraba en la nuca. Cuando miré a Travis, de pronto había aparecido muy cerca de mí, tras mi hombro derecho, y me había susurrado:
-Esta isla es llamada, El Paraíso. Privilegiada es usted señorita María Luisa de estar aquí –. La isla además de las criaturas extrañas, estaba deshabitada. Travis siguió: -. Éstos, son ángeles muertos, aquí llegan a terminar –me dijo, y me señaló un montón de personas tiradas por la isla, como en un sueño eterno, desnudas, y que poseían alas. Yo me acerqué al ser gris a mi lado, tirado, y lo inspeccioné hundiendo mi varilla en sus carnes. No hacía movimiento alguno, no reaccionaba ante el estímulo. Estaba muerto.
Sentí una especie de pena, pero se me pasó. Entonces antes de desaparecer, alcancé a observar a Travis sonriendo y el pañuelo fino que solía llevar sostenido a su brazo. Entonces él, se me tornó borroso, y dicha realidad que estaba viviendo, se me comenzó a desaparecer. Caí como en sueño.
Minutos después, me desperté agitada, sorprendida por lo que había vivido. Bajé de mi cama, y me calcé las pantuflas, me llevé una mano al pecho, y respiré como si me faltara el aire, como si fuera asmática. Entonces, sentí un impulso, un instinto, un deseo tenaz, inexplicable. Me puse rápido en pie. Estaba con mi bata de dormir puesta sin saber cómo, porque creía haberme vestido antes, a momentos atrás antes de visitar la isla esa asombrosa, y salí corriendo de mi habitación, y corrí por el pasillo, apremiada por algo que desconocía, pero me hacía seguirlo simplemente; un impulso sin fundamento.
Llegué así de apurada, hacia el baño del crucero. Todavía la nave entera estaba vacía. Entonces allí, en el baño, observé que había cambiado. Ya no estaban los espejos, había sólo dos en el muro, donde me reflejaba. Y en el centro de la habitación de baño, en el suelo, había una especie de hendidura enorme, un cuadrado, donde yo estaba parada. Y en todo el centro, otra vez, había una fotografía en blanco y negro muy antigua, de un hombre viejo. Apareció Travis de nuevo, sosteniendo su paño, y me dijo:
-Ésa es una foto, del dueño del barco, que reposa en su tumba, en una cámara escondida justo bajo el mismo suelo que usted pisa, señorita.
Me asusté. Entonces vi a Anton, mi antiguo amigo mirándome, escondiéndose tras las divisiones de los baños. Sentí que era el momento de despertar entonces, y desperté, desconcertada.
Todo lo que había vivido en el barco, todo, era único, pero no sabía cómo había sucedido. Ahora, había despertado, abrigada por sábanas conocidas. Atrás y a mi lado, había una ventana que daba al patio de noche, la hierba, el resbalin y un árbol muerto con sus ramas tenebrosas. Reconocí el lugar, yo estaba en mi habitación, mi verdadera habitación, es decir, en mi casa, la casa de mi madre, en el barrio de los apartamentos, donde vivíamos. ¿Cómo había vuelto? No quise pensar que lo del crucero había sido un sueño, pero lo más sorprendente era, que desde mi velador al lado, tomé sobre mi mano, el pasaje que tenía marcado, comprobando que ya había abordado antes, que ya había sucedido. Hasta pensé que me había trasladado en el tiempo.
Pero ahora, estaba preocupada por mi abuela. Mi reloj sobre el velador marcaba la medianoche en punto, con sus números rojos parpadeantes. No había encontrado a mi abuela, ¿pero por qué había sido toda aquella experiencia? ¿Y por qué me había encontrado algunas veces con Anton, que había salido de la nada? ¿Dónde estaba el crucero ahora, mi soñado, “La perla de sueños? No sabía por qué había ocurrido toda esa experiencia. Pero ahora iba a volver a dormir, no tenía nada más que hacer. La noche estaba muy quieta. Quizá la experiencia, había sido de aquellos sueños extraños que permiten a uno viajar por el espacio, o vivir algo distinto; mezclar la realidad muy bien. Pero no lo sabía, quién sabe. Quizá se repetiría. Pero había sido interesante y después de eso no sabía muy bien cómo sentirme, pero ahora simplemente, me iría a dormir de nuevo.

DarkDose

 

Un filme snuff (Terror/Relato)

Era una noche siniestra, con niebla a los alrededores, y una intensa luna llena dorada posada en los cielos. Por los contornos, se extendían infinidad de bosques. Había un complejo de edificios residenciales a lo lejos, donde residía la mayoría de las personas, en un lugar, un tanto apartado de la ciudad. En lo profundo de la porción de bosques que había, a un lado de los edificios residenciales, surgían infinidad de caminos, que llevaban a lo más profundo. Por allí, entre las entrañas de las frondosidades verdes, aparecía una gran casa, abandonada, tan inmensa, como una mansión. De tiempos de antaño, con el paso de los mismos años había ido quedando abandonada, cuando la familia seguramente poseedora de ella, se había ido dispersando con el tiempo. Ahora esa casa había estado desocupada por varios días, hasta que una noche, dos jóvenes habían corrido a refugiarse allí, escapando del susurro de la persecución de la policía, a lo lejos.
Esos dos jóvenes eran, rebeldes, criminales, que habían necesitado un refugio donde esconderse. Entonces, cuando habían encontrado dicha casona abandonada, pensaron que no podía haber lugar más perfecto, y se habían adentrado a la fuerza, a la edificación que estaba ya casi cayéndose. Aunque las noches siguientes que se quedaron, fueron robándose muebles de la ciudad con los cuales cubrieron los espacios vacíos del lugar, y fueron haciendo que aquella casa se fuera pareciendo más a un desaseado hogar para ellos, bastante desordenado y sin cuidado. Pero como sólo la necesitaban para pasar las noches y tenerla como refugio, no se preocupaban más, y aunque la casa parecía estar derrumbándose, se veía que aguantaría unos cuantos años por venir. Y a decir verdad, en sus tiempos seguro, había sido una casa bastante cara y algo atrayente tenía, incluso ahora, que reflejaba lo que anteriormente había sido, y que también generaba una intriga, porque parecía una casa fantasma, por lo tan abandonada que se veía.
Esa noche entonces, los dos jóvenes venían volviendo a su improvisado hogar, y se preparaban para entrar. Víctor uno de ellos, era el mayor, con un rostro indiferente, sombrío, que parecía que nada le podía afectar, ningún sufrimiento. Y por Dios que estaba acostumbrado a ver personas desgarrándose del dolor y retorciéndose, pero estaba acostumbrado, por su otro compañero, Vaslav, el más joven y desquiciado, sin escrúpulos por supuesto, con una frenética pasión por derramar la sangre con sus manos. Era el más descontrolado, el más perturbado, el más cruento. Y Víctor que lo acompañaba a todos lados, como se ha mencionado, estaba ya usado a contemplar la crueldad de su compañero. Vaslav en su prontuario llevaba unas cuantas muertes ya de víctimas inocentes, civiles, personas normales. Pero aspiraba a más. Y hace algunos días, Víctor, que casi nunca metía sus manos en los asesinatos de las víctimas, sino que siempre participaba como fiel cómplice en las atrocidades de su compañero, había traído hacía dos días a la gran casa una videocámara que se había robado. Ésta les iría a servir, y con ella pensaban, podían grabar sus crímenes, sus fríos asesinatos de personas que no tenían culpa alguna. Así luego, pensarían publicarlos, y quizá podrían recibir algún dinero por ellos. Cuando Víctor le había entregado la cámara a Vaslav, éste había sonreído complacido con ella en sus manos, con unas pupilas que parecían dilatársele por el odio y sus ya ansias preliminares a matar. Entonces su risa macabra y apagada se comenzaba a perder por los pasillos de la gran casona.
Aquella noche entonces, ambos se habían dispuesto a dormir en una habitación que habían preparado, para no pasar la noche sobre el suelo. No tenían luz eléctrica en la casona. Sólo habían puesto dos colchones sin siquiera frazadas, que les bastaban para dormirse. Pero Vaslav esa noche no podía cerrar los ojos, y estaba pensando en todo momento en la videocámara, y en las muertes que quería registrar en ella. Estaba intranquilo y no cesaba de dar vueltas sobre el colchón. Tenía ansiedad, por hacerlo, poner en uso la cámara. Entonces, pasada la medianoche, le había dicho a su compañero Víctor, que todavía estaba despierto pero reposaba silenciosamente:
-Mañana tenemos que estrenar la cámara. Lo podríamos haber hecho ahora mismo, pero si estás cansado no me vas a funcionar bien, y además la policía todavía anda siguiéndonos el rastro. Entonces quiero que mañana registremos uno de nuestros asesinatos.
Víctor, con una mirada sin sentimientos, con las pupilas dirigidas hacia un punto vacío de la habitación, le contestó:
-De acuerdo, por la mañana-. Y sólo así Vaslav pudo calmar un poco sus ansias, se dio vuelta y se dispuso a dormir. La noche transcurrió entonces en quietud, en un silencio mortal. Las sirenas policiales se habían apagado hacía mucho rato y ya no los perseguían. La oscuridad de aquella noche como siempre guardaba en silencio, los planes que ellos tenían tramados por causar muertes, sin rastros de remordimiento alguno, como verdaderos asesinos que eran.
Vaslav había pasado esas horas de sueño ansioso, hambriento de deseos de quitarle la vida alguien. Llevaba ya unas horas sin matar, y eso para él, ya era demasiado, y debía liberar su violencia ya. Por lo que cuando llegó la mañana siguiente, se despertó agitado, ávido por soltar sus nefastas energías. Pasaba por un pasillo de la casa, y se armó con un martillo, con una dura cabeza de piedra blanca, la cual era una de sus armas favoritas, y que llevaba todavía viejos rastros de sangre. Metió la mano en su bolsillo izquierdo, y comprobó que llevaba un destornillador de paleta también, perfecto para torturar con él introduciéndolo en orificios pequeños del cuerpo, como los de los ojos. Víctor apareció más atrás de él, desprendiéndose de la sensación soñolienta, sabiendo que ahora tenía que acompañarlo. Entonces ambos abandonaron la casa. Esas horas de la mañana, se las habían pasado después de haber llegado a la ciudad, sentados en la acera de una esquina, contemplando a la gente pasar, Vaslav buscando víctimas con la mirada. Así se les fue la tarde, hasta que en los cielos grisáceos sin vida, la oscuridad fue haciendo su entrada. Y allí fue cuando sus pupilas relucieron con maldad, cuando creyó encontrar la oportunidad habiendo descubierto a unas posibles víctimas frente a él.
Con los colores del cielo apagándose por el paso de la tarde de fondo, con la ligera neblina, pasaban dos figuras abultadas, por la cantidad de cosas que llevaban encima, con una fingida y chocante elegancia: Eran dos mujeres, jóvenes, que luego de la caída del día se dedicaban a la despreciable y sórdida labor para algunos; la prostitución. La más joven tenía un aspecto de rebeldía. Llevaba adornos en las muñecas, como grandes aros dorados, por supuesto falsos. Tenía una mirada seria, y llevaba una falda corta, de una tonalidad rosa oscura. Su figura era delgada, y se hacía evidente su juventud. Era nueva además, en la labor. Su compañera, la otra, era una prostituta con más experiencia, y era más gruesa de carnes, y sus años ya parecían estársele yendo con prisa hasta el punto en que tendría que dejar de trabajar, porque lo último que quedaba de su atractivo se iría apagando, y entonces, ya no tendría más trabajo. Era también más experimentada, y tenía una mirada que parecía reconocer clientes a la distancia. Vio a ambos jóvenes, como siluetas que estaban a cierta distancia de ellas, y le hizo un gesto a su compañera. Le dio a entender que podían ser posibles clientes.
La chica joven y nueva en la mencionada labor, llevaba por nombre Katia. Desde su infancia que había tenido una vida difícil, y tenía un carácter temperamental y una fuerte rebeldía, que la habían llevado a abandonar su hogar y pelearse definitivamente con su familia, en sus primeros años de la juventud, hasta que había pasado de los diecisiete años, y por necesidad había terminado durmiendo bajo el puente de la ciudad, por donde pasaba un estrecho canal. Procuraba cuidar su higiene lo más que podía, a pesar de las bajas condiciones en que se mantenía. Allí en el puente, cuando una vez iba de pasada ella, se había conocido con Sonia; la madura compañera que tenía ahora, quien en seguida, le había hablado del dinero que podía conseguir, y le había aconsejado volverse prostituta. Katia sin ver otro camino, y sin importarle ya demasiado su dignidad, había aceptado. Sonia le explicaba lo más que podía, y con el tiempo empezaron a recorrer las calles y rincones de la ciudad juntas, buscando clientes, hasta el día en que estaban ahora.
-Creo que tendremos trabajo –dijo Sonia mirando a su compañera.
-Estoy agotada… -respondió Katia con bastante pesimismo. Pero Sonia le había dicho siempre, que unos cuantos dólares de más nunca venían mal. Además eran dos posibles clientes, y serían los últimos de la jornada, de un día agotador.
Centraron su atención entonces en los supuestos clientes. Vaslav se quedó atrás, y envió a Víctor a hacer el trabajo. Se acercó disimuladamente, y habló con Sonia un rato, y también cruzó algunas palabras con Katia. Todo era parte de un plan. Tras unos minutos trenzando una charla, terminó ofreciéndoles unos tragos. Su invitación pareció tan natural, convincente y bien disimulada, además de que dio a entender casi indirectamente de que la recompensa sería buena, que Sonia terminó persuadiendo a Katia para que aceptaran.
-Sólo unos tragos. Ya después podemos pedir de sus servicios, sólo necesitamos que pasen unas horas con nosotros –les dijo Víctor, haciendo un enorme esfuerzo por dejar su instalada indiferencia y rostro inexpresivamente serio de lado por un momento, para pretender ser convincente y cercanamente casi agradable. Vaslav y él sintieron que ya las tenían en las manos cuando las prostitutas habían aceptado. Efectivamente luego de comprar los tragos a la salida de una fiesta, a la que no habían entrado, pues sólo iban en busca de los tragos, consiguieron emborrachar a las trabajadoras nocturnas. Y un rato más tarde, las habían internado en las frondosidades de los tupidos bosques tenebrosos, que escondían a la casona abandonada entre sus coberturas de hojas. Cuando iban por el bosque, las prostitutas como iban borrachas, se tambaleaban y apenas podían caminar bien. Pero así, borrachas y todo, ya habían comenzado a desconfiar. Katia de pronto se detuvo, y vomitó, y Sonia se le acercó torpemente para comprobar su estado:
-Katia, ¿qué te sucede? –preguntó con lentitud y extrañada.
-Me siento mal –respondió Katia llevándose las manos al estómago y conteniendo el vómito. Vaslav perdió la paciencia entonces, y la cargó sobre su espalda, a la fuerza. Sonia se resistió contra Víctor, que también la zamarreó violentamente. El resultado fue, que las adentraron a la casa con brusquedad, y producto de que Sonia se estaba resistiendo, Víctor le dio una fuerte paliza, con arañazos, golpes con objetos afilados y heridas incluidas. Quedó en muy mal estado, y Vaslav ordenó, y ambos las dejaron en uno de los sótanos de la casa, amarradas. Ya después allí las dejaron un rato, mientras ellos dos habían ido a preparar las cosas para lo que pensaban hacer.
Con cinta adhesiva en las bocas ambas, y las manos amarradas contra sus espaldas, Sonia estaba llorando. Tenía todo el rostro ensangrentado y rasguñado. Un rato más tarde, Víctor llegó a la habitación y se la llevó. Aunque ella le daba asco, igualmente como estaba un poco borracho, intentó violarla. Sonia se resistió mucho más, a pesar de haber estado mal herida. Katia observó entonces con algo de terror, por entre la abertura de la puerta, cómo las dos sombras luchaban, y una se resistía con las pocas fuerzas que le quedaban. Entonces, la sombra agresiva de Víctor, la impactó, cuando, cansado de que Sonia se estuviera resistiendo tan tenazmente, se resolvió a quitarle la vida. Y asió una lámpara muy delgada y alta por el fierro, y le reventó el cristal de la parte superior de la lámpara en la cabeza a Sonia. La cabeza le quedó rota y toda ensangrentada. Casi enseguida con el impacto murió, y su cuerpo cayó pesadamente sobre el suelo. Katia empezó a llorar entonces. Víctor se asomó a la habitación, y la miró con enorme ira, pero no le hizo nada: Vaslav le había dejado claro, que ésta otra, la prostituta joven, le pertenecía a él.
Katia recordó por un segundo, cuando Sonia malherida, le había dicho que se le estaban saliendo las lágrimas. Ella, Katia, le había contestado que no se había dado cuenta, y entonces se las había secado. Tras ese momento, tan sólo unos minutos después, Víctor había venido a buscar a Sonia, para matarla, como había hecho ahora. Sólo que Katia recordaba esto, porque le había sido como un gesto casi maternal, de parte de Sonia, por decirle preocupadamente sobre sus lágrimas. Katia nunca había sentido un gesto maternal. Desde su infancia que había huido de su hogar…
Pero no podía ser nada más que sólo un lazo de compañerismo, de trabajo. Aquella mujer no tenía ningún lazo más con ella, nada familiar. Sin embargo, le dolía profundamente su pérdida. Quizá porque ahora, en aquel instante, esa pérdida se sentía mucho más intensa; porque la hacía sentirse mucho más abandonada, en la oscuridad, solitaria del todo, como estuvo en los primeros tiempos de su infancia. Otra vez volvía a estar totalmente abandonada. No tenía más conocidos. Alguna que otra vez, trabó alguna charla con los clientes que solía tener. Pero no tenía lazos con ninguna persona en general. Siempre había estado abandonada en ella misma. La única ahora con quien había compartido el trabajo que ejercía, había muerto. En un instante se sentó, todavía con la boca tapada con cinta adhesiva, y las manos amarradas, y los ojos abigarrados por el maquillaje derramado por sus lágrimas, y pensó. Analizó la situación. Estaba sola ahora, con dos psicópatas. Uno de ellos ahora seguramente buscaría matarla. ¿Pero cuánto valía su vida? Seguramente nada. Seguramente aquellos dos psicópatas, obtendrían más placer torturándola, que el placer carnal el cual ella les habría podido proveer si tan sólo hubiesen sido clientes.
Vaslav ordenó que Víctor la hiciera subir al segundo piso de la espaciosa casa, a una habitación que habían dispuesto, para su proceder casi como ritual. Allí habían unos cuantos muebles. Hicieron algunas pruebas de tomas. Víctor comenzó a grabar, y Vaslav sostenía un cuchillo afilado en mano, con el cual había amenazado en todo momento a Katia. Y la violó. Mientras tenía relacione sexuales con ella, sustentándose en el cuchillo que si es que ella planeaba resistirse le abriría la garganta sin dudarlo, Víctor iba grabando, y registrando todo, en la cámara con media calidad. Pero cuando ya Vaslav estuvo satisfecho, hizo que esta vez Víctor amarrara a Katia contra el colchón, que estaba cubierto todavía por plástico, porque lo habían robado hace dos días de una tienda. Quedó sujetada con fuertes correas. Katia aún tenía leves efectos de la borrachera, y sucumbía a la tristeza que la invadía, pero también estaba desesperada. No cesaba de moverse e intentar liberarse. Pero Vaslav de todos modos se acercó a su oído, y le susurró:
-Esto será doloroso por más que no pares de gemir. No sacarás nada con resistirte.
No quería matarla rápido. Quería hacerla sufrir. Pero como era molestosa al estar tan inquieta, Vaslav aseguró las correas mucho más fuertes, apretándole las muñecas a tal punto que éstas se enrojecieron, como si las venas le fueran a estallar. Katia gritó de dolor. Entonces Vaslav le ordenó a Víctor, que trajera otra cámara. Deseaba una mejor calidad. Habían robado también otra cámara, que parecía una más profesional, que fue la que instalaron en la mitad de la habitación, frente al colchón, sostenida en un trípode. Como todo estaba tan oscuro, Víctor activó la visión nocturna. Entonces a través del lente con tonalidades brillantes, verdes y negras, se veía la imagen de Vaslav, aproximando a la de Katia para echársele encima. Entonces con el cuchillo tenía pensado divertirse un rato, y fue recorriéndole la piel con la punta del filo, abriendo de vez en cuando pequeñas heridas que hacían correr finos hilos de sangre. Le destapó la boca a Katia, sólo para deleitarse en cómo ella gritaba más. Aquella sería una larga noche, y Vaslav pensaba aprovecharla, junto a Víctor tras el lente, que no perdía detalle, para producir una buena película de un asesinato real, para luego hacer como pensaban, comercializarla.
Sintiéndose seguro ante el hecho de que Katia estaba amarrada, y él sostenía el filoso cuchillo, la acomodó un poco en su posición, haciéndola quedar frente al marco de la ventana, y la volvió a violar. El fuerte movimiento hacía a Katia golpearse la cabeza contra la madera del marco en el que se apoyaba, y derramar lágrimas de sufrimiento y disgusto. Cuando estuvo ya totalmente complacido, en la parte carnal por lo menos, y haber gastado varias energías, volvió a dejar a Katia en su posición normal. Cuando se exasperaba porque ella se movía tanto, y todavía se resistía, la comenzaba darle fuertes golpes, enfurecido, haciendo que todo el colchón se remeciera. Y la cámara de Víctor, no perdía detalle alguno.
Mientras, afuera en los exteriores nebulosos del bosque, de pinos tenebrosos que parecían observar en la oscuridad cada paso, y contribuían a aumentar el nerviosismo de quien quiera que se encontrase allí, nada sucedía, o por lo menos, nada parecía suceder, pues todo estaba tan callado, y nada hacía sospechar del sufrimiento que una persona estaba pasando en la casona. Pero la verdad es que había alguien extraviado en el bosque. Por allí, vagaba la figura de un joven niño, que no se enteraba de lo que sucedía en el lugar cercano. Se sonaba las narices y derramaba lágrimas. Su forma era tan pequeña e indefensa, que generaba lástima, y hacía calcular, unos siete años. El desprotegido infante, cansado ya de andar, se fue a sentar al comienzo del tronco de un pino. Entonces comenzó a recordar: ¿Cómo se había perdido? Pues el bosque siempre le había generado curiosidad. “Pero la curiosidad era mala; la curiosidad mata”, le aconsejaban en su familia. Su madre le había contado mil veces un cuento que hablaba sobre el desgraciado destino de alguien que se perdía en un bosque. Era tan fácil perderse, que había caminado entre los árboles, internándose, sin recordar este cuento que le relataba su madre, cuando ya el reloj estaba por pasar la medianoche, y cuando se hubo dado vuelta para reconocer el camino, se dio cuenta que estaba perdido. Era muy tarde ya, y ahora no podría volver a su casa a cenar. Y se quedaba sentado, y vertía más lágrimas con profunda tristeza y desespero.
La extraviada alma inocente de pronto escuchó un desgarrador grito de mujer que venía perdiéndose a la distancia, hasta llegar a sus oídos, casi desvanecido, casi como algo irreal. Pero continuó repitiéndose, aunque con su baja resonancia, el niño entendió que no era producto de su imaginación, sino que era algo real, y efectivamente, venía desde algún lugar escondido adentrado en los árboles.
Vaciló, y avanzó con temor, temblando, estremeciéndose, sintiendo escalofríos que le subían desde la punta de los zapatos, hasta el final de la nuca. Volvía a oír el mismo grito procedente desde la distancia, cada vez más seguido. Era obvio que era el grito de una mujer, ¿pero de quién era? De pronto se asustó. Como una señal de la nada, le llegó un efímero recuerdo de las palabras de su abuelo, que lo fascinó con cuentos tantas veces cuando se sentaba sobre sus rodillas, en el sillón marrón que apuntaba a la chimenea, en su casa. Allí, observando el fuego arder, oyó cantidad de cuentos de su abuelo. Y en uno de ellos le dijo: “Si alguna vez te encuentras en el bosque, vigila tus pasos; que no te vayas a encontrar con la llorona…”. Ahora el niño se llevaba una mano a la frente, y se agobiaba por creer cuán estúpido había sido, al no tener este recuerdo cuando la intriga había dominado su mente y sus pasos se condujeron solos hacia el bosque. Ahora ya estaba allí dentro. Y esos gritos, ¿eran de la llorona? Tuvo más temor que nunca en su vida, y se congeló, con terror a avanzar.
-Estoy muy asustado… -murmuró lastimosamente. Pero entonces volvió a escuchar el grito, tan claro que se internó en su mente, que fue como una nueva señal de luz, luego del recuerdo de su abuelo: Ahora estaba más seguro; no supo por qué, pero el grito le causó una sensación conocida, como si fuera la voz, de su propia madre, que hacía unos días se había perdido… “Es mi madre” pensó entonces, y dejando de lado todos los peligros y guiándose por un único instinto, el joven pequeño se adentró al bosque casi corriendo, siguiendo el rastro perdido de su madre guiado por su fuerte intuición.
Pero aunque seguramente nunca llegaría a verlo, dentro de la casona donde estaban ahora Víctor y Vaslav torturando a la joven Katia, en los pisos inferiores, había un cadáver abandonado. Tan putrefacto y descomponiéndose, que ya se estaba pareciendo más a un esqueleto. Y éste, era el cadáver de una mujer. Una de las víctimas de Vaslav; desgraciado el día en que Vaslav la había atrapado, entonces le trajo la muerte de una forma horrible, rompiéndole el cráneo a martillazos con frenesí, hacía sólo unos días, cuando Víctor había salido, y Vaslav había estado solo en la casa, con su víctima, descargando todas aquellas energías macabras que guardaba. Hubiese sido para el horror del niño ver aquel cadáver, pero para su suerte nunca se llegó a enterar, y si es que hubiera visto el cuerpo fallecido de todos modos, por haber sido sólo una composición de huesos no lo hubiese llegado a reconocer, pero aquel montón de carne vencida y evidencia de terribles torturas, era nada menos que el cadáver de su madre. Por lo que la intuición que ahora guiaba al niño, no era más que una crueldad del destino.
En el sótano de la casa entonces, permanecía el cadáver de su madre volviéndose nauseabundo, y una sustancia de fluidos y huesos poniéndose amarillos, hasta que con los años finalmente se secaría y llegaría a ser polvo. El niño mientras, continuaba su búsqueda, sin saber que no llegaría a su objetivo. Sus ojos llorosos, tan indefensos, soltaban pequeñas lágrimas temerosas, y caminaba, inseguro. Pero había algo que no lo dejaba detenerse, y los gritos de Katia, que él desconocía de quién procedían, y que pensaba que eran de su madre, continuaban llegando a sus oídos. Y esto le daba un extraño impulso para avanzar. Recorrió los pinos, que se extendían como una muralla, y volvió a sentirse perdido tantas otras veces. Ya después de mucho avanzar por las fértiles tierras bajo los pinos, donde se le hundían los pies, vio los contornos de la enorme casona. Atemorizado por su aspecto de abandono, y de siniestra casa, avanzó lentamente, con inseguridad, hasta que estuvo cerca a sus murallas. Y dudó algunos segundos en buscar una entrada, pero era tan grande el temor que le había entrado, que mejor había decidido no hacerlo, y se había conformado solamente, con acercarse a una ventana, a comprobar qué había dentro.
Había una especie de sótano, vacío, sepultado en oscuridad.
-Vaya –dijo el niño, y entonces se trasladó. Fue hacia la parte trasera del hogar. Por fin había encontrado una gran puerta de entrada, pero estaba asegurada firmemente. Los dos psicópatas que estaban dentro obteniendo placer de las torturas, la habían sellado, para evitar la entrada a cualquier intruso o para distraer a la policía. El niño, invadido por una curiosidad peligrosa, amenazado por ella pues sabía los posibles males de sus consecuencias, igualmente continuó recorriendo, guiado por aquel instinto maternal que imaginaba, lo llamaba a la distancia. Había una especie de pequeña colina, formada por tierra, algo elevada, hasta la cual llegó y subió. Estando en la punta del cúmulo de tierra seca, pudo contemplar más ventanas, que eran las correspondientes al segundo piso. Entonces tuvo una vista más clara, y a través de los cristales, comenzó a registrar lo que había dentro de la casona.
Mientras, Vaslav, lanzaba una carcajada de demencia, mientras tenía la boca manchada en sangre después de haber recorrido con sus labios, las nuevas heridas abiertas que había hecho sobre la piel de Katia con su cuchilla, y ahora le ardían punzantemente. Vaya, el dolor de una herida abierta, qué placentera sensación para él por causarla, y para su víctima, como agujas sangrientas que se le clavaban en la piel, con un intermitente dolor que venía a ratos sintiéndose fuertemente. Katia se retorcía. No podía evitar que el cuchillo le hiciera ligeros cortes en las carnes. Por más fuerza que acumulara para impulsar todo su cuerpo, en un intento por zafarse, las correas estaban tan firmemente aseguradas, que acababan con todas sus esperanzas, y la hacían entregarse a una tortura hasta la muerte. Una posible muerte, que se terminaría haciendo realidad cuando su cuerpo no aguantase más la fatiga de resistir el dolor, y sus ojos se entrecerraran por la debilidad. Vaslav, sintiéndose en todo el control, se daba el tiempo incluso para jugar a dibujar de alguna forma, todas sus crueldades en la piel de Katia con la cuchilla. Como si se tratase de un cuadro, dirigía el cuchillo con maestría, disfrutaba el proceso, abría caminos de sangre, exploraba el cuerpo de la Katia, conducía el cuchillo por un mar de carnes que se iban separando a su paso, lo hundía profundo, veía la sangre salir desde el interior como si una fuente hubiese sido abierta…
Entonces llegaba el momento de volverse todavía más perverso, si es que era posible, y ceder a sus deseos más animalescos, más bestiales. Le había quitado ya la ropa interior de la parte inferior a Katia, y fue bajando, con su olfato, hasta llegar a su parte íntima, en la entrepierna. Le hizo las piernas a un lado, y le practicó un nauseabundo sexo oral, entre los olores de las heridas abiertas, el sudor, y la sangre en su boca. Katia se estremecía, se retorcía, cerraba sus ojos con fuerza, ansiosa porque la muerte llegase luego a arrebatarle todo aquel dolor, toda aquella tortura, mental, y del cuerpo. Vaslav le aferraba las piernas con fuerza, y hundía firmemente, movido por un deseo constante, de querer dañarla. Entonces, de un momento a otro, una repentina furia lo poseyó, algo habitual en su carácter que estallaba, y tomó el cuchillo, subió por el cuerpo de Katia, y lo clavó con fuerza, desgarrándole el pecho. Los gritos de dolor parecían atravesar la espesura del bosque, y lugares mucho más allá.
Víctor miraba por el lente de la cámara, y lo que sobraba de su rostro al lado del aparato, mostraba su sonrisa. Complacido también, porque aunque la mayoría del tiempo era indiferente, a veces llegaba a ser seducido por la intensidad de las escenas que contemplaba; despertaban también sus emociones más maliciosas. También su instinto despertaba, como el de un animal. Ambos eran, como dos animales. Reaccionaba ante la sangre, disfrutaba de la crueldad que podía ver.
Vaslav decidió que era tiempo de usar las otras herramientas que tenía para torturar. Se quitó de encima de Katia, que ya estaba desangrándose, y era increíble observar que todavía le quedasen fuerzas para respirar, resistiendo todavía su vida. Vaslav sólo esperaba que no muriera pronto. Deseaba torturarla más. Si ella moría ahora, habría sido demasiada poca entretención.
-Ahora, viene más. Mira, usaré estas –decía Vaslav, mostrando sus herramientas al lente de la cámara. Eran el martillo con cabeza de piedra, y el desatornillador de paleta que había traído. Víctor volvió a sonreír, mostrándose que estaba entusiasmado con el proceso.
-Muy bien –le respondió-, ésta será una buena cinta. Nos darán buen dinero por ella.
-Sí –respondió Vaslav, sonriendo y volviendo a lo suyo-. Y me recrea hacerla…
Volvió a subirse encima de Katia, presionándole el vientre. Katia estaba llena de sangre y jamás en su vida había mostrado tanta expresión de sufrimiento. Ya desesperada, al ver a su verdugo volver a ella, exclamó, ya como última opción, intranquila por librarse:
-¡Déjame ir, hazlo, y te prometo que te daré todo el dinero que he ahorrado! Y te daré todas mis pertenencias, y…
No sabía qué más decir, se mostró dudosa, porque no tenía demasiado. Pero Vaslav rápidamente la interrumpió, dándole una bofetada bastante cruel que le volvió a un lado el rostro:
-No quiero lo poco y nada de basura que tienes. Ahora vas a morir, que ese es el único propósito con el que nos puedes servir. Ese era el objetivo en tu vida, morir en nuestras manos; en las mías, ensangrentada.
Tomó el desatornillador de paleta, y se preparó a hacer una atrocidad con él. Lo levantó, y estaba listo para dejarlo caer. Mientras por la ventana, se asomaba una mirada curiosa, también llena de terror. Mal momento, pésimo, desgraciado momento había elegido el niño para asomarse a observar a la ventana que daba al segundo piso, justo en la cual estaban los dos dementes, los dos psicópatas, Vaslav y Víctor. Sus pueriles ojos, llenos de lágrimas, habían llegado justo para observar el instante, en que la rabiosa figura de Vaslav, dejaba caer el desatornillador con todo el peso de su furia, con su brazo endiablado, cuya punta del desatornillador se clavó en el ojo de Katia, destrozándoselo por completo, haciéndolo estallar en fluidos viscosos. La esfera del ojo saltó disparada, y el acero ensangrentado del desatornillador se quedó incrustado en la cavidad abierta. La expresión y el grito de dolor de Katia fueron inmensamente desgarradores; uno de los más desgarradores que incluso como asesinos, y aunque no se conmovían, habían llegado a escuchar.
Se había incrustado directamente el acero del destornillador, manchándose y pudriéndose en sangre. Era repugnante, inmensamente repulsivo a la vista. Un líquido viscoso se escurrió por los rasgos del ojo herido de Katia, recorriendo, y fue resbalando por sus mejillas mezclándose con un fino hilo de sangre roja, nueva; de sangre inocente. Aunque Katia no se consideraba alguien inocente discriminándose a ella misma por el trabajo que ejercía, y siempre había tenido el estigma de que ella misma se sentía como un desperdicio. Pero su sangre, cruel e infundadamente derramada, hacía ver que ella aquí era realmente la inocente, y también el par de ojos pueriles del niño, que observaban por la ventana.
En ese destello de momento fugaz, en que se le había quedado marcada la imagen ante sus ojos del brazo bajando descontroladamente hacia el ojo de la víctima, haciéndolo estallar en una mezcla de líquidos viscosos y fundiéndose en un grito de dolor que desgarraba hasta el alma, el chico permaneció estático, sacudido por un escalofrío, observando. Y entonces sus ojos no resistieron más, y comenzó a gemir y a sollozar con fuerza. Fue apenas un momento, y Víctor que registraba, y Vaslav, el ejecutor, voltearon. Casi distraídos, por lo enardecidos que estaban en el desenfreno de sangre desparramada que tenían en la habitación, contemplaron al chico, se extrañaron pero no le prestaron mayor atención, y volvieron a sus asuntos. “Mira, sólo un chiquillo; le costará borrarse de la mente lo que ha visto, seguro no lo olvida nunca, pero sólo un chiquillo” comprobaba Vaslav.
-¿Y si trae a la policía? –preguntó desconfiado Víctor. Pero Vaslav sin distraerse de la concentración en la que se encontraba ahora, ante el sufrimiento que lo dejaba inmerso en su arte, le contestó, llanamente:
-Pues si lo encontramos por ahí afuera lo matamos. Pero es muy difícil que salga del bosque.
Pero no estaban dispuestos a dedicarle más atención al chiquillo. Era sólo un niño después de todo, y tras haber visto la perturbadora e instalada imagen en su angustiada mente, se había retirado de la ventana corriendo, con desesperación, turbado, sudando. Pero efectivamente era muy difícil que saliera del bosque. Se supo días después, por medio del periódico, que a través de la policía le habían revelado a la familia, que se había encontrado al niño muerto, enredado entre los brazos de una planta espinosa, con signos de herida, después de haberse desmayado, y haber muerto de causas naturales, como por sed, hambre, o haber sido atacado por un animal salvaje. Pero nunca había podido salir del bosque.
Vaslav continuaba agitado, por la emoción que le generaba, el sentimiento de destrozar, desgarrar, abrir carnes. El cadáver de Katia estaba en un estado lamentable. A ese punto seguramente ya estaría muerta, pero ambos parecían percibir una ligera, sutil respiración todavía procedente de ella. Vaslav se cansó entonces, asqueado por su respirar, y se levantó de un salto, y cruzó la habitación con furiosos pasos que parecían irían a echar abajo el piso. Trajo un cuchillo. Como una bestia descontrolada, lo dirigió directamente a la garganta de la prostituta, y comenzó a desgarrársela, con descontrol, haciendo que con cada corte la carne se le fuera volviendo más débil, hasta que sólo unas cuantas fibras de ella le estaban manteniendo la cabeza todavía unida al cuerpo. La sangre fluyó desaforadamente. Manchó todo el colchón. Cubrió los suelos. Vaslav dio un resoplido de furia; le sudaba la frente. Y su compañero seguía registrado todo el explícito momento, sin dar ninguna interrupción. Vaslav entonces a la segunda vez, trajo su martillo. Se sentó encima del cadáver cruentamente mutilado, alzó sus brazos, y le dejó caer el martillo con la parte de piedra superior, con todas sus fuerzas, sobre la cabeza. Le rompió el cráneo. El rostro desgarrado de Katia difícilmente expresaba algún rastro de emoción por lo desfigurado que estaba, pero la última de ellas había sido sufrimiento lamentable, sin límites. Vaslav se manchó toda la ropa con sangre. Hizo el martillo a un lado, y sonrío, observando a su víctima. Sólo para estar seguro, volteó hacia Víctor y le preguntó:
-¿Has registrado eso? –Le costaba controlar su entusiasmo. Era como un niño sorprendido y maravillado. Víctor asintió. Entonces Vaslav añadió:
-Ahora registra esto, hay que darle un final todavía más sangriento.
Lentamente, con habilidad, con destreza, con delicadeza, tomó el cuchillo que había dejado sobre el colchón. Entonces, como alguien que practicaba con la suma lentitud y precisión un proceso que conocía bien, fue deslizando cuidadosamente la hoja por el cuello de la ya muerta Katia, rebanándoselo con una pausa llena de paciencia, hasta que abrió los labios del placer, cuando la cabeza cayó cuidadosamente por el borde de la cama, hasta producir un sonido al llegar al suelo, y quedó encima de un charco de sangre. Vaslav entonces vio el colchón, cubierto a más no poder de sangre también, y los suelos, y toda la habitación era una habitación de tortura ahora, aunque antes también lo había sido, pero ahora volvía a estar manchada. Víctor tras el lente, le hizo una seña, para hacerle saber que todo estaba en la cinta. Vaslav sonrío, se levantó del colchón, y comenzaron a retirar las el equipo y el preciado registro. Katia había muerto. Ambos habían conseguido su propósito.

Una noche en un sitio web, el video que ambos habían grabado salió publicado. Se habían hecho algún dinero, y los usuarios que habían contemplado los minutos del sacrificio real de la prostituta grabado, habían quedado altamente marcados y perturbados. Los comentarios entonces habían llegado enseguida, sobre que era uno de los videos más atroces que se había visto, sin duda.
Pero el susurro del acecho de la policía volvió a sentirse con los días. Alguien por ahí había dicho, que la policía había capturado a dos tipos que se parecían demasiado a quienes habían cometido el asesinato, y los asesinatos pasados, pues llevaban un amplio registro de crímenes. Pero aunque los tipos eran enormemente parecidos, no eran Víctor ni Vaslav. Con el tiempo los siguieron buscando, pero no se les había encontrado. El juicio que les esperaba, habría de continuar sin realizarse. Mientras, los dos psicópatas andarían recorriendo las veredas con total libertad y normalidad, en pleno día, buscando nuevas desdichadas víctimas para más videos del mismo tipo por publicar.

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