Ya pocas cosas me importan. Sólo anhelo morir. Partiré aclarando, que como nadie entra en este blog, ni nadie comenta (no me lamento ni me quejo por ello, sólo estoy haciendo ver una verdad), éste es mi lugar secreto. Por lo tanto, podré revelar lo que quiera en cuanto a mis pensamientos con total libertad. Y más que todo, esto es un desahogo, lo que habré de decir ahora: me cansé de vivir.
Y es que en este mundo, hay una gran verdad, que pocos o nadie quiere ver. Yo me he dado cuenta, porque a la fuerza me he dado cuenta. O por mi condición quizá, que seguro muchos de los que se encuentran en mi estado, si es que hay alguien más en este estado, se habrán dado cuenta, de la cruda realidad de la vida. La realidad, es que la vida es sólo sufrimiento. Lo mires por donde lo mires, toda la vida está encadenada a un inminente sufrimiento. Y esto es innegable, e infalible; el sufrimiento siempre llega. Y las personas normales, aquellas que dejan pasar sus vidas desapercibidas, no les importa demasiado esto, y tienen una extraña fuerza natural de ellos, para continuar sus vidas en la ceguera, sin que les importen los sufrimientos que han de pasar, y así llevar una vida normal.
Pero quizá bien, quizá ellos lo pueden soportar así, por su condición, porque no viven en un tormento eterno. Pero la cosa es que yo sí. Vivo condenado. Es una maldición, que vivo percatado en todo momento del dolor que me rodea en cada instante. Es una especie de sensibilidad intensa hacia el dolor, que claro, me hace más sensible, más abierto a los detalles, soy muy creativo, muy imaginativo, todo. Me fascina la escritura. Tengo cosas interminables para dar a este mundo.
Pero la cosa es que ya no puedo con este dolor, que me ha seguido toda mi vida. Nadie nunca entenderá jamás de esto, y sólo mis palabras, acercarán un poco a la totalidad de este asunto, pero nadie más que yo al final, lo entenderá siempre. Porque habría que estar dentro de mí mismo, bajo mis carnes, para entender este problema que como un resquemor, me ha agobiado desde siempre.
Ahora sólo quiero morir, pero tengo miedo... Miedo del proceso. Porque le tengo respeto a la muerte. Pero le perseguiré su sombra lentamente, hasta que por fin tenga que darse vuelta y traerme mi hora de término, mi hora final. No tengo nada más que hacer en este mundo, porque simplemente ya no puedo resistir. No puedo dar más. Todo lo que he aguantado, ya llegaría a un punto en que sería inevitable, que yo quisiese terminar.
Entonces perseguiré lentamente a la muerte. Nunca encontré amor en esta vida. Nunca lo habré de encontrar. Es mi hora de irme ya, y que nada de mí quede. Entonces allí encontraré mi más ansiada calma, cuando ya no haya nada más en que pensar, porque no estaré. Pasarán los días. Seguiré persiguiendo tenazmente a la muerte, y estaré seguro, de que nada más me hará arrepentirme.
Esta es mi reflexión final. Amo escribir, me encanta. También me gusta la música. Pero son cosas que siempre me he tenido que dejar para mí. Este mundo jamás me ha tenido compasión. Uno no puede manejar su propio destino; si mi destino es desgraciado, qué le voy a hacer.
Y aquí sigo, todavía, esperando la hora de mi muerte, que anhelo con mis últimas esperanzas, que esté cada vez más cercana.
Francisco Flores
Escritor
Agobiado desde siempre por la vida, un alma eternamente atormentada por una dolencia que nadie más ha comprendido, más que yo mismo. Porque en palabras no puedes expresar lo que te aqueja hasta el punto de que el otro lo comprenda totalmente.
Nunca he sido comprendido.
Nunca he tenido una verdadera compañera.
El amor me detesta, así como la vida.
Y mi destino se pierde, escapa de mí, y la vida me pone un destino desgraciado.
La vida es cruel conmigo.
No aguanto más, hay un punto en que solamente, llegan los deseos de terminar todo.
Este es mi blog, este es mi espacio.
DarkDose
domingo, 16 de diciembre de 2012
miércoles, 12 de diciembre de 2012
Crucero de sueños (Fantasía/Relato)
Cuando mi madre me informó por primera vez que mi abuela me había
hecho una invitación, me emocioné sobremanera al enterarme de qué se trataba. Resulta
que mi abuela por un largo período de su vida, había ahorrado una abundante
cantidad de dinero, que había tenido guardada en un maletín sellado, bajo su
cama. Llegó el momento en que lo abrió entonces, para sacar ese dinero, y
conversó con mi madre. Había hecho planes, y entonces me dio un recado. Yo
sentía que las lágrimas de dicha recorrerían mis mejillas cuando escuché ese
recado: Hacía una semana, venía pasando por estos mares de mi tierra, un
hermoso, inmenso lujoso y caro crucero internacional, que poseía mucho
renombre. De hecho, sólo una parte mínima de la población en el mundo podía
pagar su pasaje de entrada. Se llamaba, crucero “La perla de sueños”. Había
leído sobre este crucero sólo en revistas. Y por lo demás, siempre había
fantaseado con abordarlo. Y ahora, mi abuela me había invitado a cumplir este
anhelo. Me estremecí de la emoción con la noticia. Días previos mi abuela me
había hablado algo sobre el crucero, me había hecho comentarios, pero casi
siempre indirectamente, hasta el día en que me habían dado la noticia.
DarkDose
Mi abuela me había avisado con antelación, para que me fuera con
ella, porque faltaba un mes para que el crucero pasara en el puerto más
cercano. Entonces, ese mes antes me fui a la casa de mi abuela, ubicada en la
playa, muy pintoresca. Allí pasé los días. Veía a mi abuela, y su cabellera
blanca, y parecía bien alimentada. El tiempo pasaba, pero ella se mantenía con
buena salud.
Primero, dejé todos mis bultos en su casa al llegar, aunque todas
las semanas siguientes me las pasé en gran parte arreglando mis bultos. Mi
abuela me recibió con una rica comida. Luego pasamos la tarde conversando.
Entonces, cuando las brisas de la tarde se fueron tornando más frescas, me
dieron ganas de salir, y de reconocer caminando las calles del barrio de mi
abuela. Eran calles, que me llenaban de recuerdos y me daban ganas de explorar.
Pero por fin pasó el mes. Se fue rápido y agradable, en el fresco
y ameno barrio de mi abuela. Apenas había bajado tan solo unas cuantas veces
por la calle a la playa. Pero pasó el tiempo, y ya tuve todo preparado.
Entonces salimos del hogar cargadas, y mi abuela me dijo que iríamos al puerto
a esperar el barco.
Por el camino pasábamos por largas calles caminando. En una de las
calles más anchas, unos ojos se me quedaron mirando, y entonces una silueta
avanzó irresolutamente: Era un amigo de la infancia, que había conocido por
esos lados. Pero como hace mucho no había yo visitado a mi abuela, con aquella
distante amistad nos habíamos alejado por varios años.
-¿María Luisa Myers? –dijo, como si le costara reconocerme. Como
si le costase encontrar un recuerdo claro en mi rostro, pero tenía la
intuición. Él era Anton. Siempre había sido un chico tímido, pero agradable.
Hubo un tiempo en que yo sospechaba que le gustaba.
-Anton, ¿cómo estás? –le dije.
-Muy bien, gracias por preguntar –me respondió cortésmente y así
fuimos armando una charla. Habíamos pasado tanto tiempo sin vernos. Hasta que
llegó el momento, en que sus preguntas me condujeron a revelarle sobre mi
viaje. Sus ojos se abrieron inmensos con asombro, y me preguntó:
-¿Es en serio?
-Sí, es verdad –le respondí. Tras entrar en detalles, cuando le
llegó a él el turno de hablar, me deseó un montón de suerte, y dijo que me
extrañaría. Entonces me cargó los bolsos por algunas calles, y luego nos
despedimos. Al anochecer ya, habíamos llegado al puerto con mi abuela.
La tarde ya se había esfumado y las brisas pasajeras del temprano
anochecer nos helaban las entrañas. Estábamos allí, con mi abuela, ante una
larga hilera de personas, cuando el espectáculo más grande de luces me
maravilló. Y entonces vi una sombra gigante aproximándose a mí, que era el gran
crucero en todo su esplendor. Y mientras se acercaba, miré a la derecha y leí
en la coraza, “La perla de sueños”.
Salté de
la emoción y ni recuerdo cuántas veces abracé y agradecí a mi abuela por la
sublime invitación. Ella me dijo:
-Guarda
aliento María Luisa, no te vaya a dar un infarto que aún nos falta entrar a él.
Entonces
la hilera de personas pareció hacerse interminable. Pero la noche estaba
hermosa, llena de luces por doquier y la pálida luna. Hasta que por fin las
filas fueron avanzando, y estuve ante las escaleras de entrada del inmenso
barco.
Iba algo
distraída y encantada con todo a la vez que oía una dulce música procedente de
mis auriculares. Mi abuela venía atrás mío. Entonces, iba a subir el último
escalón, y me topé con alguien que estaba en medio del paso. Llevaba traje
negro, y era muy alto. Tenía calva, y usaba un monóculo, y llevaba un paño
encima de su brazo reposando. Revisó una lista, y me dijo:
-¿Señorita
María Luisa Myers, verdad? Y su abuela, Antonella Del Canal –y me dio una
mirada de reconocimiento. Yo y mi abuela asentimos. Entonces nos dijo:
-Acompáñeme
por favor; les mostraré los interiores y sus recámaras –entonces hizo ademán de
que lo siguiéramos y para mí era increíble, pero nos adentrábamos en el barco.
Travis,
era el nombre de aquel mayordomo de un sector específico en el crucero, dado lo
gigantesco que era. Nos mostró el comedor: era inmenso, como aquellos que se
veían en los cruceros de películas. Sentí un fuerte palpitar en el corazón.
Luego nos mostró distintas salas para diferentes propósitos, y después nos
llevó a la cubierta, donde había una colosal piscina. Pero como era de noche, y
por no resfriarse, nadie se estaba bañando, a excepción de una solitaria
pareja.
La noche
se fue rápido, y como ya estábamos dentro del crucero ya sólo aspirábamos a
descansar y mañana por la mañana exploraríamos todo tanto yo como mi abuela.
Entonces le dije:
-Abuela
estoy cansada, ya quiero irme a acostar –y ella asintió entonces, y me acompañó
a mi recámara. Ella después se iría a quedar en la cubierta un rato, observando
el cielo anochecido y relajándose. Yo entonces me arropé bien con las frazadas
de mi cama, y observando el mar mecerse lentamente por la ventana circular de
mi cuarto, me fui quedando dormida de a poco…
Varias
veces creí despertar por la noche. La vista estaba borrosa. El mar se mecía con
más intensidad, y de pronto, me sentí totalmente sola. Fue una desagradable
sensación. Pero pasaba luego, cuando me volvía a quedar dormida. Tenía una
extraña sensación; sabía que estaba en un lugar sumamente agradable, un lugar
casi de mis sueños, pero de pronto se me olvidaba que iba a bordo del crucero,
y me sentía como si por unos segundos hubiese estado en mi habitación pero
entonces la sensación se iba, y yo volvía a la realidad. Pero estaba
soñolienta.
En un
momento de la noche, recuerdo que me levanté. Tenía ganas de ir al baño a
remojarme la cara, pensar un rato, y luego dormir. Recuerdo que no comprendía
también, por qué las cosas estaban extrañas. A través de un pasillo, vislumbré
claramente la silueta de Travis, el sirviente, pasar. Y eso me generó misterio.
Luego, cuando llegué al baño, en un espejo personal se reflejaba la imagen de
un hombre viejo. Me asusté, me mojé la cara rápidamente y volví a mi recámara.
Allí, me volví a cubrir entera con las frazadas, y me quise dormir enseguida.
Tenía un constante presentimiento quizás imaginado, quizás real, de que el
crucero estaba desolado. Pero de todos modos, las horas de esa noche las pasé
inquieta.
Respiraba
lentamente, y sintiendo la suavidad de mi respiración profunda, fui calmando mi
cuerpo. Entonces los ojos se me iban entrecerrando observando mi almohada. La
luz de mi recámara estaba apagada, y sólo la del pasillo se veía, que entraba,
por los resquicios de la puerta y muros. Me dormí. No supe más de nada,
mientras estaba plácidamente dormida, dentro de mis sueños. La agradable
sensación de dormir gratamente en el lugar anhelado. Mi abuela no aparecía,
seguía en la cubierta seguramente, en algún lugar apreciando el cielo bañado de
tinta negra. Mi conciencia se iba, me quedaba dormida.
Un rato
después, sentí un fuerte remezón, algo brusco, que me hizo despertar. Sentí
como si todo el crucero se hubiera agitado, como si en un instante pudiese
hasta haberse volcado. Aquello me obligó a abrir mis ojos. Me observé, y vi mis
pies descubiertos. La frazada estaba hecha hasta atrás; no me explicaba cómo;
quizás mientras dormía moviéndome de un lado a otro porque mi mente estaba
demasiado despierta y envuelta en delirios, me había quitado la frazada. Pero
no importaba. Me senté sobre la cama, estaba con mi bata de dormir puesta,
porque, me recalqué en mi mente, “¡aquellas eran horas de sueño!”. Pero qué
curioso era, no podía dormir. Y ahora, con esta fugaz gran especie de temblor
que me había hecho despertar. Me levanté, tomé mi ropa habitual y me vestí.
Saldría a las partes superiores del barco a ver qué ocurría.
¿Habría
sentido la otra gente en el barco el temblor? Me daban ganas de preguntar. Pero
extrañamente, no parecían haber más tripulantes. Llegué hasta la cubierta, y
por supuesto no había rastro alguno de mi abuela. Volví a la parte inferior del
barco y recorrí interminables pasillos, a ver si es que me llegaba a surgir una
respuesta en algún momento…
El crucero
ya no parecía hacer movimiento alguno. A través de una ventana me detuve a ver
si es que todavía la nave avanzaba, o si es que todavía se veía el mar. Me
extrañé completamente, cuando mis ojos vieron más allá del cristal: Había
tierra. O de pronto nos habíamos varado por desgracia, o el crucero se había
detenido deliberadamente por decisión de quien lo manejaba, y ahora estaba
apegado a la tierra. No sé, desconocía qué pasaba pero me asusté, un poco.
Volví al pasillo, y caminé dudosa, insegura. Pensé en volver a mi recámara.
En el
suelo del pasillo había una rosa, con algunos pétalos arrancados. Al lado de
ella había una carta. En ella estaba escrito, con letras intensamente rojas:
“Esta rosa te simboliza a ti”. Y firmaba Anton, sorprendentemente. Me quedé
muda, perpleja. Las cosas entonces se tornaban extrañas. ¿Realmente aquellas
palabras las había escrito Anton, aquel viejo amigo mío que me había encontrado
el día anterior a abordar el crucero? Era sumamente raro todo, pensaba…
Hubo otro
estremecimiento más del barco, al parecer el final, entonces alguien abrió unas
puertas en algún lugar del pasillo, como al término de éste. El sonido del
abrir de puertas llamó mi atención, y entonces a medida que avancé, vi una alta
silueta negra parada a un lado de las puertas a las que llegué, abiertas.
Reconocí la voz, y la figura de Travis, el sirviente empleado del barco. Me
dijo:
-Señorita
María Luisa Myers por favor, Haga entrada a estas puertas. ¿Tiene su pasaje de
tripulante? Le gustará este lugar; puede acceder si me enseña otra vez su
pasaje –hablaba con un tono de suma elegancia. Yo dudosa, pensaba y estaba casi
segura de que tenía mi pasaje en mi habitación del barco, entre los bultos,
pero sin saber bien cómo estaba ahí, me llevé una mano al bolsillo, me lo
encontré y se lo entregué. Aunque estuve insegura por haber hecho esto. ¿Y si
ahora perdía mi pasaje? ¿Y si esto era un sueño? Era lo que había comenzado a
pensar desde el principio, cuando no podía dormir, en la quietud de mi recámara
de este barco. Todo lo demás era realidad, por supuesto. De eso estaba muy
segura. Muchos días había esperado por abordar en este barco.
No hubo
problema alguno, porque había encontrado mi pasaje. Lo deposité sobre las manos
de Travis, y me sonrió con misterio, como indicándome que algo me esperaba. Me
hizo un gesto entonces, y se quitó del frente de las puertas. Entonces, una
enormemente luminosa luz del sol entró en cantidad, y me dio en el rostro.
Sentí como si se me cegaran los ojos, y me cubrí con el brazo.
-Adelante
señorita María Luisa… Éstas son las puertas a un lugar hermoso –me dijo, y me
dejó libre la pasada. Yo le consulté mis dudas con la mirada, pero él me
asintió sonriendo. Estaba bien. Entonces me adentré lentamente, cruzando ese
umbral de luz frente a mí.
“Un lugar
hermoso”, había dicho Travis el sirviente. Y además, inesperado para mí. Apenas
hube cruzado el umbral de la entrada, aquella dorada luz que me bañó en ella
era como sentir un amanecer en todo su esplendor y plenitud. Entonces
comprendí, que al parecer mi crucero, “La perla de sueños”, estaba varado,
atracado a tierra. Estaba recién poniendo pies fuera de él. Dirigí la mirada
hacia atrás, insegura, hacia Travis, para comprobar si todo estaba bien. Él me
sonrió, y permaneció allí, invitándome con su actitud a explorar el nuevo lugar
frente a mí, que me daba la bienvenida con su luminoso, cálido clima.
Avancé,
con una especie de miedo secreto, como una niña insegura, indecisa. Lo que
había ante mi mirada, parecía inverosímil. En un momento en mi imaginación, me
encontré en mi habitación –del barco- y me pregunté; ¿y si estaba teniendo un
sueño astral, místico? Ya saben; aquellas experiencias fuera del cuerpo, donde
el consciente flota…
Miré,
luego de ese pensamiento y volvía a la realidad: La que vivía ahora por lo
menos, y vi una especie de isla, frente a mí: de lo más extraña. Su tierra, era
dorada. Había montes, a lo lejos, muchos árboles, que parecían ser frutales. Y
hasta donde llegaba la vista, allá, hacia el término de la isla, había más
frondosidades de árboles y conjuntos seguidos de no muy altos montes vacíos de
esa tierra amarilla, que se perdían mientras más lejos llegaban.
Yo estaba
apenas con mis pies donde comenzaba la isla; limitaba con el poco de mar y
estaba el crucero mío detenido. Entonces mis pasos me adentraron más a ella,
sintiéndome intrigada, cómoda, pero sin saber qué esperar. La isla era muy
ancha, como si hubiese sido extendida hacia los lados. Y era larga también
hacia arriba, como si invitara a seguir y subir por ella. No, pero yo me
conformé con recorrer solamente, las tierras que estuvieran cercanas al barco,
a mi lado, por si cualquier cosa, para volver a subir a él.
Y ahí
entonces me empecé a fijar en la isla, a recorrerla con la mirada, para entrar
en descripciones. Primero, estaban los muchos árboles que había, y que estaban
cerca de mío, que eran manzanos. Frescos, rociados todavía por la blanda brisa.
Esos árboles me deleitaron la vista. Después sin embargo, continué analizando
con mi mirada, y lo que vi, justo al frente mío a unos metros, me hizo darme un
gran sobresalto. Me remecí en un escalofrío y temblé, y mis dientes se chocaban
rápidamente: Había un fantasma, su silueta era vaporosa y su rostro no se podía
apreciar bien, pero era como un cráneo. Flotaba por supuesto, y no tenía
piernas, sino una especie de vestido rasgado. Su figura era toda blanca, y sus
brazos se cortaban antes de nacer por completos.
Pero me
tranquilicé, no temblé más, porque aquel fantasma, servía como un tipo de forma
de adorno. Y aunque estaba frente a mí, y sus extremos se mecían como las
puntas de una llama, nada hacía. Jamás abandonaba su lugar.
Unos
perros pasaban corriendo. Sumamente rarísimos, como de raza Rottweiler, tenían
la cabeza y la cara al final del cuello, y otra cabeza en su parte trasera.
Ambas cabezas sacaban las lenguas y los perros parecían juguetear felices, e
iban de un lado a otro. Me dieron algo de miedo, pero eran inofensivos.
Después,
había un grupo de monos con color entre amarillo oscuro y café, jugando con
huesos. No muy lejos, había un esqueleto de forma de persona. La luz dorada por
doquier, cubría los cielos, y habían unas cuantas nubes solitarias casi en cada
extremo del cielo y distribuidas. Me llamó la atención que a lo largo de todo
ese comienzo de la isla, había un montón de almohadas rotas y con sus plumas
fuera, desperdigadas por doquier.
Avancé, y
recogí una delgada varilla de madera. Entonces vi algo, y miré atrás a Travis a
lo lejos. Volví a mirar: A mi lado, había una persona desnuda, en posición
fetal, de piel gris, como una masa o un bulto gris. Era calva, y su piel tenía
unos dos o tres rollos de la masa que le sobraba en la nuca. Cuando miré a
Travis, de pronto había aparecido muy cerca de mí, tras mi hombro derecho, y me
había susurrado:
-Esta isla
es llamada, El Paraíso. Privilegiada es usted señorita María Luisa de estar
aquí –. La isla además de las criaturas extrañas, estaba deshabitada. Travis
siguió: -. Éstos, son ángeles muertos, aquí llegan a terminar –me dijo, y me
señaló un montón de personas tiradas por la isla, como en un sueño eterno,
desnudas, y que poseían alas. Yo me acerqué al ser gris a mi lado, tirado, y lo
inspeccioné hundiendo mi varilla en sus carnes. No hacía movimiento alguno, no
reaccionaba ante el estímulo. Estaba muerto.
Sentí una
especie de pena, pero se me pasó. Entonces antes de desaparecer, alcancé a
observar a Travis sonriendo y el pañuelo fino que solía llevar sostenido a su
brazo. Entonces él, se me tornó borroso, y dicha realidad que estaba viviendo,
se me comenzó a desaparecer. Caí como en sueño.
Minutos
después, me desperté agitada, sorprendida por lo que había vivido. Bajé de mi
cama, y me calcé las pantuflas, me llevé una mano al pecho, y respiré como si
me faltara el aire, como si fuera asmática. Entonces, sentí un impulso, un
instinto, un deseo tenaz, inexplicable. Me puse rápido en pie. Estaba con mi
bata de dormir puesta sin saber cómo, porque creía haberme vestido antes, a
momentos atrás antes de visitar la isla esa asombrosa, y salí corriendo de mi habitación,
y corrí por el pasillo, apremiada por algo que desconocía, pero me hacía
seguirlo simplemente; un impulso sin fundamento.
Llegué así
de apurada, hacia el baño del crucero. Todavía la nave entera estaba vacía.
Entonces allí, en el baño, observé que había cambiado. Ya no estaban los espejos,
había sólo dos en el muro, donde me reflejaba. Y en el centro de la habitación
de baño, en el suelo, había una especie de hendidura enorme, un cuadrado, donde
yo estaba parada. Y en todo el centro, otra vez, había una fotografía en blanco
y negro muy antigua, de un hombre viejo. Apareció Travis de nuevo, sosteniendo
su paño, y me dijo:
-Ésa es
una foto, del dueño del barco, que reposa en su tumba, en una cámara escondida
justo bajo el mismo suelo que usted pisa, señorita.
Me asusté.
Entonces vi a Anton, mi antiguo amigo mirándome, escondiéndose tras las
divisiones de los baños. Sentí que era el momento de despertar entonces, y
desperté, desconcertada.
Todo lo
que había vivido en el barco, todo, era único, pero no sabía cómo había
sucedido. Ahora, había despertado, abrigada por sábanas conocidas. Atrás y a mi
lado, había una ventana que daba al patio de noche, la hierba, el resbalin y un
árbol muerto con sus ramas tenebrosas. Reconocí el lugar, yo estaba en mi
habitación, mi verdadera habitación, es decir, en mi casa, la casa de mi madre,
en el barrio de los apartamentos, donde vivíamos. ¿Cómo había vuelto? No quise
pensar que lo del crucero había sido un sueño, pero lo más sorprendente era,
que desde mi velador al lado, tomé sobre mi mano, el pasaje que tenía marcado,
comprobando que ya había abordado antes, que ya había sucedido. Hasta pensé que
me había trasladado en el tiempo.
Pero
ahora, estaba preocupada por mi abuela. Mi reloj sobre el velador marcaba la
medianoche en punto, con sus números rojos parpadeantes. No había encontrado a
mi abuela, ¿pero por qué había sido toda aquella experiencia? ¿Y por qué me
había encontrado algunas veces con Anton, que había salido de la nada? ¿Dónde
estaba el crucero ahora, mi soñado, “La perla de sueños? No sabía por qué había
ocurrido toda esa experiencia. Pero ahora iba a volver a dormir, no tenía nada
más que hacer. La noche estaba muy quieta. Quizá la experiencia, había sido de
aquellos sueños extraños que permiten a uno viajar por el espacio, o vivir algo
distinto; mezclar la realidad muy bien. Pero no lo sabía, quién sabe. Quizá se
repetiría. Pero había sido interesante y después de eso no sabía muy bien cómo
sentirme, pero ahora simplemente, me iría a dormir de nuevo.
DarkDose
Un filme snuff (Terror/Relato)
Era una noche siniestra, con niebla a los alrededores, y una
intensa luna llena dorada posada en los cielos. Por los contornos, se extendían
infinidad de bosques. Había un complejo de edificios residenciales a lo lejos,
donde residía la mayoría de las personas, en un lugar, un tanto apartado de la
ciudad. En lo profundo de la porción de bosques que había, a un lado de los
edificios residenciales, surgían infinidad de caminos, que llevaban a lo más
profundo. Por allí, entre las entrañas de las frondosidades verdes, aparecía
una gran casa, abandonada, tan inmensa, como una mansión. De tiempos de antaño,
con el paso de los mismos años había ido quedando abandonada, cuando la familia
seguramente poseedora de ella, se había ido dispersando con el tiempo. Ahora
esa casa había estado desocupada por varios días, hasta que una noche, dos
jóvenes habían corrido a refugiarse allí, escapando del susurro de la
persecución de la policía, a lo lejos.
Esos dos jóvenes eran, rebeldes, criminales, que habían
necesitado un refugio donde esconderse. Entonces, cuando habían encontrado
dicha casona abandonada, pensaron que no podía haber lugar más perfecto, y se
habían adentrado a la fuerza, a la edificación que estaba ya casi cayéndose.
Aunque las noches siguientes que se quedaron, fueron robándose muebles de la
ciudad con los cuales cubrieron los espacios vacíos del lugar, y fueron
haciendo que aquella casa se fuera pareciendo más a un desaseado hogar para
ellos, bastante desordenado y sin cuidado. Pero como sólo la necesitaban para
pasar las noches y tenerla como refugio, no se preocupaban más, y aunque la
casa parecía estar derrumbándose, se veía que aguantaría unos cuantos años por
venir. Y a decir verdad, en sus tiempos seguro, había sido una casa bastante
cara y algo atrayente tenía, incluso ahora, que reflejaba lo que anteriormente
había sido, y que también generaba una intriga, porque parecía una casa
fantasma, por lo tan abandonada que se veía.
Esa noche entonces, los dos jóvenes venían volviendo a su
improvisado hogar, y se preparaban para entrar. Víctor uno de ellos, era el
mayor, con un rostro indiferente, sombrío, que parecía que nada le podía
afectar, ningún sufrimiento. Y por Dios que estaba acostumbrado a ver personas
desgarrándose del dolor y retorciéndose, pero estaba acostumbrado, por su otro
compañero, Vaslav, el más joven y desquiciado, sin escrúpulos por supuesto, con
una frenética pasión por derramar la sangre con sus manos. Era el más
descontrolado, el más perturbado, el más cruento. Y Víctor que lo acompañaba a
todos lados, como se ha mencionado, estaba ya usado a contemplar la crueldad de
su compañero. Vaslav en su prontuario llevaba unas cuantas muertes ya de
víctimas inocentes, civiles, personas normales. Pero aspiraba a más. Y hace
algunos días, Víctor, que casi nunca metía sus manos en los asesinatos de las
víctimas, sino que siempre participaba como fiel cómplice en las atrocidades de
su compañero, había traído hacía dos días a la gran casa una videocámara que se
había robado. Ésta les iría a servir, y con ella pensaban, podían grabar sus
crímenes, sus fríos asesinatos de personas que no tenían culpa alguna. Así
luego, pensarían publicarlos, y quizá podrían recibir algún dinero por ellos.
Cuando Víctor le había entregado la cámara a Vaslav, éste había sonreído
complacido con ella en sus manos, con unas pupilas que parecían dilatársele por
el odio y sus ya ansias preliminares a matar. Entonces su risa macabra y
apagada se comenzaba a perder por los pasillos de la gran casona.
Aquella noche entonces, ambos se habían dispuesto a dormir en
una habitación que habían preparado, para no pasar la noche sobre el suelo. No
tenían luz eléctrica en la casona. Sólo habían puesto dos colchones sin
siquiera frazadas, que les bastaban para dormirse. Pero Vaslav esa noche no
podía cerrar los ojos, y estaba pensando en todo momento en la videocámara, y
en las muertes que quería registrar en ella. Estaba intranquilo y no cesaba de
dar vueltas sobre el colchón. Tenía ansiedad, por hacerlo, poner en uso la
cámara. Entonces, pasada la medianoche, le había dicho a su compañero Víctor,
que todavía estaba despierto pero reposaba silenciosamente:
-Mañana tenemos que estrenar la cámara. Lo podríamos haber
hecho ahora mismo, pero si estás cansado no me vas a funcionar bien, y además
la policía todavía anda siguiéndonos el rastro. Entonces quiero que mañana
registremos uno de nuestros asesinatos.
Víctor, con una mirada sin sentimientos, con las pupilas
dirigidas hacia un punto vacío de la habitación, le contestó:
-De acuerdo, por la mañana-. Y sólo así Vaslav pudo calmar
un poco sus ansias, se dio vuelta y se dispuso a dormir. La noche transcurrió
entonces en quietud, en un silencio mortal. Las sirenas policiales se habían
apagado hacía mucho rato y ya no los perseguían. La oscuridad de aquella noche
como siempre guardaba en silencio, los planes que ellos tenían tramados por
causar muertes, sin rastros de remordimiento alguno, como verdaderos asesinos
que eran.
Vaslav había pasado esas horas de sueño ansioso, hambriento de
deseos de quitarle la vida alguien. Llevaba ya unas horas sin matar, y eso para
él, ya era demasiado, y debía liberar su violencia ya. Por lo que cuando llegó
la mañana siguiente, se despertó agitado, ávido por soltar sus nefastas
energías. Pasaba por un pasillo de la casa, y se armó con un martillo, con una
dura cabeza de piedra blanca, la cual era una de sus armas favoritas, y que
llevaba todavía viejos rastros de sangre. Metió la mano en su bolsillo
izquierdo, y comprobó que llevaba un destornillador de paleta también, perfecto
para torturar con él introduciéndolo en orificios pequeños del cuerpo, como los
de los ojos. Víctor apareció más atrás de él, desprendiéndose de la sensación
soñolienta, sabiendo que ahora tenía que acompañarlo. Entonces ambos
abandonaron la casa. Esas horas de la mañana, se las habían pasado después de
haber llegado a la ciudad, sentados en la acera de una esquina, contemplando a
la gente pasar, Vaslav buscando víctimas con la mirada. Así se les fue la
tarde, hasta que en los cielos grisáceos sin vida, la oscuridad fue haciendo su
entrada. Y allí fue cuando sus pupilas relucieron con maldad, cuando creyó
encontrar la oportunidad habiendo descubierto a unas posibles víctimas frente a
él.
Con los colores del cielo apagándose por el paso de la tarde
de fondo, con la ligera neblina, pasaban dos figuras abultadas, por la cantidad
de cosas que llevaban encima, con una fingida y chocante elegancia: Eran dos
mujeres, jóvenes, que luego de la caída del día se dedicaban a la despreciable y
sórdida labor para algunos; la prostitución. La más joven tenía un aspecto de
rebeldía. Llevaba adornos en las muñecas, como grandes aros dorados, por
supuesto falsos. Tenía una mirada seria, y llevaba una falda corta, de una
tonalidad rosa oscura. Su figura era delgada, y se hacía evidente su juventud. Era
nueva además, en la labor. Su compañera, la otra, era una prostituta con más
experiencia, y era más gruesa de carnes, y sus años ya parecían estársele yendo
con prisa hasta el punto en que tendría que dejar de trabajar, porque lo último
que quedaba de su atractivo se iría apagando, y entonces, ya no tendría más
trabajo. Era también más experimentada, y tenía una mirada que parecía
reconocer clientes a la distancia. Vio a ambos jóvenes, como siluetas que
estaban a cierta distancia de ellas, y le hizo un gesto a su compañera. Le dio
a entender que podían ser posibles clientes.
La chica joven y nueva en la mencionada labor, llevaba por
nombre Katia. Desde su infancia que había tenido una vida difícil, y tenía un
carácter temperamental y una fuerte rebeldía, que la habían llevado a abandonar
su hogar y pelearse definitivamente con su familia, en sus primeros años de la
juventud, hasta que había pasado de los diecisiete años, y por necesidad había
terminado durmiendo bajo el puente de la ciudad, por donde pasaba un estrecho
canal. Procuraba cuidar su higiene lo más que podía, a pesar de las bajas condiciones
en que se mantenía. Allí en el puente, cuando una vez iba de pasada ella, se
había conocido con Sonia; la madura compañera que tenía ahora, quien en
seguida, le había hablado del dinero que podía conseguir, y le había aconsejado
volverse prostituta. Katia sin ver otro camino, y sin importarle ya demasiado
su dignidad, había aceptado. Sonia le explicaba lo más que podía, y con el
tiempo empezaron a recorrer las calles y rincones de la ciudad juntas, buscando
clientes, hasta el día en que estaban ahora.
-Creo que tendremos trabajo –dijo Sonia mirando a su
compañera.
-Estoy agotada… -respondió Katia con bastante pesimismo.
Pero Sonia le había dicho siempre, que unos cuantos dólares de más nunca venían
mal. Además eran dos posibles clientes, y serían los últimos de la jornada, de
un día agotador.
Centraron su atención entonces en los supuestos clientes.
Vaslav se quedó atrás, y envió a Víctor a hacer el trabajo. Se acercó
disimuladamente, y habló con Sonia un rato, y también cruzó algunas palabras
con Katia. Todo era parte de un plan. Tras unos minutos trenzando una charla,
terminó ofreciéndoles unos tragos. Su invitación pareció tan natural,
convincente y bien disimulada, además de que dio a entender casi indirectamente
de que la recompensa sería buena, que Sonia terminó persuadiendo a Katia para
que aceptaran.
-Sólo unos tragos. Ya después podemos pedir de sus
servicios, sólo necesitamos que pasen unas horas con nosotros –les dijo Víctor,
haciendo un enorme esfuerzo por dejar su instalada indiferencia y rostro
inexpresivamente serio de lado por un momento, para pretender ser convincente y
cercanamente casi agradable. Vaslav y él sintieron que ya las tenían en las
manos cuando las prostitutas habían aceptado. Efectivamente luego de comprar
los tragos a la salida de una fiesta, a la que no habían entrado, pues sólo
iban en busca de los tragos, consiguieron emborrachar a las trabajadoras
nocturnas. Y un rato más tarde, las habían internado en las frondosidades de
los tupidos bosques tenebrosos, que escondían a la casona abandonada entre sus
coberturas de hojas. Cuando iban por el bosque, las prostitutas como iban
borrachas, se tambaleaban y apenas podían caminar bien. Pero así, borrachas y
todo, ya habían comenzado a desconfiar. Katia de pronto se detuvo, y vomitó, y
Sonia se le acercó torpemente para comprobar su estado:
-Katia, ¿qué te sucede? –preguntó con lentitud y extrañada.
-Me siento mal –respondió Katia llevándose las manos al
estómago y conteniendo el vómito. Vaslav perdió la paciencia entonces, y la
cargó sobre su espalda, a la fuerza. Sonia se resistió contra Víctor, que
también la zamarreó violentamente. El resultado fue, que las adentraron a la
casa con brusquedad, y producto de que Sonia se estaba resistiendo, Víctor le
dio una fuerte paliza, con arañazos, golpes con objetos afilados y heridas
incluidas. Quedó en muy mal estado, y Vaslav ordenó, y ambos las dejaron en uno
de los sótanos de la casa, amarradas. Ya después allí las dejaron un rato,
mientras ellos dos habían ido a preparar las cosas para lo que pensaban hacer.
Con cinta adhesiva en las bocas ambas, y las manos amarradas
contra sus espaldas, Sonia estaba llorando. Tenía todo el rostro ensangrentado
y rasguñado. Un rato más tarde, Víctor llegó a la habitación y se la llevó. Aunque
ella le daba asco, igualmente como estaba un poco borracho, intentó violarla.
Sonia se resistió mucho más, a pesar de haber estado mal herida. Katia observó
entonces con algo de terror, por entre la abertura de la puerta, cómo las dos
sombras luchaban, y una se resistía con las pocas fuerzas que le quedaban.
Entonces, la sombra agresiva de Víctor, la impactó, cuando, cansado de que
Sonia se estuviera resistiendo tan tenazmente, se resolvió a quitarle la vida.
Y asió una lámpara muy delgada y alta por el fierro, y le reventó el cristal de
la parte superior de la lámpara en la cabeza a Sonia. La cabeza le quedó rota y
toda ensangrentada. Casi enseguida con el impacto murió, y su cuerpo cayó
pesadamente sobre el suelo. Katia empezó a llorar entonces. Víctor se asomó a
la habitación, y la miró con enorme ira, pero no le hizo nada: Vaslav le había
dejado claro, que ésta otra, la prostituta joven, le pertenecía a él.
Katia recordó por un segundo, cuando Sonia malherida, le
había dicho que se le estaban saliendo las lágrimas. Ella, Katia, le había
contestado que no se había dado cuenta, y entonces se las había secado. Tras
ese momento, tan sólo unos minutos después, Víctor había venido a buscar a
Sonia, para matarla, como había hecho ahora. Sólo que Katia recordaba esto,
porque le había sido como un gesto casi maternal, de parte de Sonia, por
decirle preocupadamente sobre sus lágrimas. Katia nunca había sentido un gesto
maternal. Desde su infancia que había huido de su hogar…
Pero no podía ser nada más que sólo un lazo de compañerismo,
de trabajo. Aquella mujer no tenía ningún lazo más con ella, nada familiar. Sin
embargo, le dolía profundamente su pérdida. Quizá porque ahora, en aquel
instante, esa pérdida se sentía mucho más intensa; porque la hacía sentirse
mucho más abandonada, en la oscuridad, solitaria del todo, como estuvo en los
primeros tiempos de su infancia. Otra vez volvía a estar totalmente abandonada.
No tenía más conocidos. Alguna que otra vez, trabó alguna charla con los
clientes que solía tener. Pero no tenía lazos con ninguna persona en general.
Siempre había estado abandonada en ella misma. La única ahora con quien había
compartido el trabajo que ejercía, había muerto. En un instante se sentó,
todavía con la boca tapada con cinta adhesiva, y las manos amarradas, y los
ojos abigarrados por el maquillaje derramado por sus lágrimas, y pensó. Analizó
la situación. Estaba sola ahora, con dos psicópatas. Uno de ellos ahora
seguramente buscaría matarla. ¿Pero cuánto valía su vida? Seguramente nada.
Seguramente aquellos dos psicópatas, obtendrían más placer torturándola, que el
placer carnal el cual ella les habría podido proveer si tan sólo hubiesen sido
clientes.
Vaslav ordenó que Víctor la hiciera subir al segundo piso de
la espaciosa casa, a una habitación que habían dispuesto, para su proceder casi
como ritual. Allí habían unos cuantos muebles. Hicieron algunas pruebas de
tomas. Víctor comenzó a grabar, y Vaslav sostenía un cuchillo afilado en mano,
con el cual había amenazado en todo momento a Katia. Y la violó. Mientras tenía
relacione sexuales con ella, sustentándose en el cuchillo que si es que ella
planeaba resistirse le abriría la garganta sin dudarlo, Víctor iba grabando, y
registrando todo, en la cámara con media calidad. Pero cuando ya Vaslav estuvo
satisfecho, hizo que esta vez Víctor amarrara a Katia contra el colchón, que
estaba cubierto todavía por plástico, porque lo habían robado hace dos días de
una tienda. Quedó sujetada con fuertes correas. Katia aún tenía leves efectos
de la borrachera, y sucumbía a la tristeza que la invadía, pero también estaba
desesperada. No cesaba de moverse e intentar liberarse. Pero Vaslav de todos
modos se acercó a su oído, y le susurró:
-Esto será doloroso por más que no pares de gemir. No
sacarás nada con resistirte.
No quería matarla rápido. Quería hacerla sufrir. Pero como
era molestosa al estar tan inquieta, Vaslav aseguró las correas mucho más
fuertes, apretándole las muñecas a tal punto que éstas se enrojecieron, como si
las venas le fueran a estallar. Katia gritó de dolor. Entonces Vaslav le ordenó
a Víctor, que trajera otra cámara. Deseaba una mejor calidad. Habían robado
también otra cámara, que parecía una más profesional, que fue la que instalaron
en la mitad de la habitación, frente al colchón, sostenida en un trípode. Como
todo estaba tan oscuro, Víctor activó la visión nocturna. Entonces a través del
lente con tonalidades brillantes, verdes y negras, se veía la imagen de Vaslav,
aproximando a la de Katia para echársele encima. Entonces con el cuchillo tenía
pensado divertirse un rato, y fue recorriéndole la piel con la punta del filo,
abriendo de vez en cuando pequeñas heridas que hacían correr finos hilos de
sangre. Le destapó la boca a Katia, sólo para deleitarse en cómo ella gritaba
más. Aquella sería una larga noche, y Vaslav pensaba aprovecharla, junto a
Víctor tras el lente, que no perdía detalle, para producir una buena película
de un asesinato real, para luego hacer como pensaban, comercializarla.
Sintiéndose seguro ante el hecho de que Katia estaba
amarrada, y él sostenía el filoso cuchillo, la acomodó un poco en su posición,
haciéndola quedar frente al marco de la ventana, y la volvió a violar. El fuerte
movimiento hacía a Katia golpearse la cabeza contra la madera del marco en el
que se apoyaba, y derramar lágrimas de sufrimiento y disgusto. Cuando estuvo ya
totalmente complacido, en la parte carnal por lo menos, y haber gastado varias
energías, volvió a dejar a Katia en su posición normal. Cuando se exasperaba
porque ella se movía tanto, y todavía se resistía, la comenzaba darle fuertes
golpes, enfurecido, haciendo que todo el colchón se remeciera. Y la cámara de
Víctor, no perdía detalle alguno.
Mientras, afuera en los exteriores nebulosos del bosque, de
pinos tenebrosos que parecían observar en la oscuridad cada paso, y contribuían
a aumentar el nerviosismo de quien quiera que se encontrase allí, nada sucedía,
o por lo menos, nada parecía suceder, pues todo estaba tan callado, y nada
hacía sospechar del sufrimiento que una persona estaba pasando en la casona. Pero
la verdad es que había alguien extraviado en el bosque. Por allí, vagaba la
figura de un joven niño, que no se enteraba de lo que sucedía en el lugar
cercano. Se sonaba las narices y derramaba lágrimas. Su forma era tan pequeña e
indefensa, que generaba lástima, y hacía calcular, unos siete años. El
desprotegido infante, cansado ya de andar, se fue a sentar al comienzo del
tronco de un pino. Entonces comenzó a recordar: ¿Cómo se había perdido? Pues el
bosque siempre le había generado curiosidad. “Pero la curiosidad era mala; la
curiosidad mata”, le aconsejaban en su familia. Su madre le había contado mil
veces un cuento que hablaba sobre el desgraciado destino de alguien que se
perdía en un bosque. Era tan fácil perderse, que había caminado entre los
árboles, internándose, sin recordar este cuento que le relataba su madre, cuando
ya el reloj estaba por pasar la medianoche, y cuando se hubo dado vuelta para
reconocer el camino, se dio cuenta que estaba perdido. Era muy tarde ya, y
ahora no podría volver a su casa a cenar. Y se quedaba sentado, y vertía más lágrimas
con profunda tristeza y desespero.
La extraviada alma inocente de pronto escuchó un desgarrador
grito de mujer que venía perdiéndose a la distancia, hasta llegar a sus oídos,
casi desvanecido, casi como algo irreal. Pero continuó repitiéndose, aunque con
su baja resonancia, el niño entendió que no era producto de su imaginación, sino
que era algo real, y efectivamente, venía desde algún lugar escondido adentrado
en los árboles.
Vaciló, y avanzó con temor, temblando, estremeciéndose,
sintiendo escalofríos que le subían desde la punta de los zapatos, hasta el
final de la nuca. Volvía a oír el mismo grito procedente desde la distancia,
cada vez más seguido. Era obvio que era el grito de una mujer, ¿pero de quién
era? De pronto se asustó. Como una señal de la nada, le llegó un efímero
recuerdo de las palabras de su abuelo, que lo fascinó con cuentos tantas veces
cuando se sentaba sobre sus rodillas, en el sillón marrón que apuntaba a la
chimenea, en su casa. Allí, observando el fuego arder, oyó cantidad de cuentos
de su abuelo. Y en uno de ellos le dijo: “Si alguna vez te encuentras en el
bosque, vigila tus pasos; que no te vayas a encontrar con la llorona…”. Ahora
el niño se llevaba una mano a la frente, y se agobiaba por creer cuán estúpido
había sido, al no tener este recuerdo cuando la intriga había dominado su mente
y sus pasos se condujeron solos hacia el bosque. Ahora ya estaba allí dentro. Y
esos gritos, ¿eran de la llorona? Tuvo más temor que nunca en su vida, y se
congeló, con terror a avanzar.
-Estoy muy asustado… -murmuró lastimosamente. Pero entonces
volvió a escuchar el grito, tan claro que se internó en su mente, que fue como
una nueva señal de luz, luego del recuerdo de su abuelo: Ahora estaba más
seguro; no supo por qué, pero el grito le causó una sensación conocida, como si
fuera la voz, de su propia madre, que hacía unos días se había perdido… “Es mi
madre” pensó entonces, y dejando de lado todos los peligros y guiándose por un
único instinto, el joven pequeño se adentró al bosque casi corriendo, siguiendo
el rastro perdido de su madre guiado por su fuerte intuición.
Pero aunque seguramente nunca llegaría a verlo, dentro de la
casona donde estaban ahora Víctor y Vaslav torturando a la joven Katia, en los
pisos inferiores, había un cadáver abandonado. Tan putrefacto y
descomponiéndose, que ya se estaba pareciendo más a un esqueleto. Y éste, era
el cadáver de una mujer. Una de las víctimas de Vaslav; desgraciado el día en
que Vaslav la había atrapado, entonces le trajo la muerte de una forma
horrible, rompiéndole el cráneo a martillazos con frenesí, hacía sólo unos
días, cuando Víctor había salido, y Vaslav había estado solo en la casa, con su
víctima, descargando todas aquellas energías macabras que guardaba. Hubiese
sido para el horror del niño ver aquel cadáver, pero para su suerte nunca se
llegó a enterar, y si es que hubiera visto el cuerpo fallecido de todos modos,
por haber sido sólo una composición de huesos no lo hubiese llegado a
reconocer, pero aquel montón de carne vencida y evidencia de terribles
torturas, era nada menos que el cadáver de su madre. Por lo que la intuición
que ahora guiaba al niño, no era más que una crueldad del destino.
En el sótano de la casa entonces, permanecía el cadáver de
su madre volviéndose nauseabundo, y una sustancia de fluidos y huesos
poniéndose amarillos, hasta que con los años finalmente se secaría y llegaría a
ser polvo. El niño mientras, continuaba su búsqueda, sin saber que no llegaría
a su objetivo. Sus ojos llorosos, tan indefensos, soltaban pequeñas lágrimas
temerosas, y caminaba, inseguro. Pero había algo que no lo dejaba detenerse, y los
gritos de Katia, que él desconocía de quién procedían, y que pensaba que eran
de su madre, continuaban llegando a sus oídos. Y esto le daba un extraño
impulso para avanzar. Recorrió los pinos, que se extendían como una muralla, y
volvió a sentirse perdido tantas otras veces. Ya después de mucho avanzar por
las fértiles tierras bajo los pinos, donde se le hundían los pies, vio los
contornos de la enorme casona. Atemorizado por su aspecto de abandono, y de
siniestra casa, avanzó lentamente, con inseguridad, hasta que estuvo cerca a
sus murallas. Y dudó algunos segundos en buscar una entrada, pero era tan
grande el temor que le había entrado, que mejor había decidido no hacerlo, y se
había conformado solamente, con acercarse a una ventana, a comprobar qué había
dentro.
Había una especie de sótano, vacío, sepultado en oscuridad.
-Vaya –dijo el niño, y entonces se trasladó. Fue hacia la
parte trasera del hogar. Por fin había encontrado una gran puerta de entrada,
pero estaba asegurada firmemente. Los dos psicópatas que estaban dentro
obteniendo placer de las torturas, la habían sellado, para evitar la entrada a
cualquier intruso o para distraer a la policía. El niño, invadido por una
curiosidad peligrosa, amenazado por ella pues sabía los posibles males de sus
consecuencias, igualmente continuó recorriendo, guiado por aquel instinto
maternal que imaginaba, lo llamaba a la distancia. Había una especie de pequeña
colina, formada por tierra, algo elevada, hasta la cual llegó y subió. Estando
en la punta del cúmulo de tierra seca, pudo contemplar más ventanas, que eran
las correspondientes al segundo piso. Entonces tuvo una vista más clara, y a
través de los cristales, comenzó a registrar lo que había dentro de la casona.
Mientras, Vaslav, lanzaba una carcajada de demencia,
mientras tenía la boca manchada en sangre después de haber recorrido con sus
labios, las nuevas heridas abiertas que había hecho sobre la piel de Katia con
su cuchilla, y ahora le ardían punzantemente. Vaya, el dolor de una herida
abierta, qué placentera sensación para él por causarla, y para su víctima, como
agujas sangrientas que se le clavaban en la piel, con un intermitente dolor que
venía a ratos sintiéndose fuertemente. Katia se retorcía. No podía evitar que
el cuchillo le hiciera ligeros cortes en las carnes. Por más fuerza que
acumulara para impulsar todo su cuerpo, en un intento por zafarse, las correas
estaban tan firmemente aseguradas, que acababan con todas sus esperanzas, y la
hacían entregarse a una tortura hasta la muerte. Una posible muerte, que se
terminaría haciendo realidad cuando su cuerpo no aguantase más la fatiga de
resistir el dolor, y sus ojos se entrecerraran por la debilidad. Vaslav,
sintiéndose en todo el control, se daba el tiempo incluso para jugar a dibujar
de alguna forma, todas sus crueldades en la piel de Katia con la cuchilla. Como
si se tratase de un cuadro, dirigía el cuchillo con maestría, disfrutaba el
proceso, abría caminos de sangre, exploraba el cuerpo de la Katia, conducía el
cuchillo por un mar de carnes que se iban separando a su paso, lo hundía
profundo, veía la sangre salir desde el interior como si una fuente hubiese
sido abierta…
Entonces llegaba el momento de volverse todavía más perverso,
si es que era posible, y ceder a sus deseos más animalescos, más bestiales. Le
había quitado ya la ropa interior de la parte inferior a Katia, y fue bajando,
con su olfato, hasta llegar a su parte íntima, en la entrepierna. Le hizo las
piernas a un lado, y le practicó un nauseabundo sexo oral, entre los olores de
las heridas abiertas, el sudor, y la sangre en su boca. Katia se estremecía, se
retorcía, cerraba sus ojos con fuerza, ansiosa porque la muerte llegase luego a
arrebatarle todo aquel dolor, toda aquella tortura, mental, y del cuerpo. Vaslav
le aferraba las piernas con fuerza, y hundía firmemente, movido por un deseo
constante, de querer dañarla. Entonces, de un momento a otro, una repentina
furia lo poseyó, algo habitual en su carácter que estallaba, y tomó el
cuchillo, subió por el cuerpo de Katia, y lo clavó con fuerza, desgarrándole el
pecho. Los gritos de dolor parecían atravesar la espesura del bosque, y lugares
mucho más allá.
Víctor miraba por el lente de la cámara, y lo que sobraba de
su rostro al lado del aparato, mostraba su sonrisa. Complacido también, porque
aunque la mayoría del tiempo era indiferente, a veces llegaba a ser seducido
por la intensidad de las escenas que contemplaba; despertaban también sus
emociones más maliciosas. También su instinto despertaba, como el de un animal.
Ambos eran, como dos animales. Reaccionaba ante la sangre, disfrutaba de la
crueldad que podía ver.
Vaslav decidió que era tiempo de usar las otras herramientas
que tenía para torturar. Se quitó de encima de Katia, que ya estaba desangrándose,
y era increíble observar que todavía le quedasen fuerzas para respirar,
resistiendo todavía su vida. Vaslav sólo esperaba que no muriera pronto.
Deseaba torturarla más. Si ella moría ahora, habría sido demasiada poca
entretención.
-Ahora, viene más. Mira, usaré estas –decía Vaslav,
mostrando sus herramientas al lente de la cámara. Eran el martillo con cabeza
de piedra, y el desatornillador de paleta que había traído. Víctor volvió a
sonreír, mostrándose que estaba entusiasmado con el proceso.
-Muy bien –le respondió-, ésta será una buena cinta. Nos
darán buen dinero por ella.
-Sí –respondió Vaslav, sonriendo y volviendo a lo suyo-. Y
me recrea hacerla…
Volvió a subirse encima de Katia, presionándole el vientre.
Katia estaba llena de sangre y jamás en su vida había mostrado tanta expresión
de sufrimiento. Ya desesperada, al ver a su verdugo volver a ella, exclamó, ya
como última opción, intranquila por librarse:
-¡Déjame ir, hazlo, y te prometo que te daré todo el dinero
que he ahorrado! Y te daré todas mis pertenencias, y…
No sabía qué más decir, se mostró dudosa, porque no tenía
demasiado. Pero Vaslav rápidamente la interrumpió, dándole una bofetada
bastante cruel que le volvió a un lado el rostro:
-No quiero lo poco y nada de basura que tienes. Ahora vas a
morir, que ese es el único propósito con el que nos puedes servir. Ese era el
objetivo en tu vida, morir en nuestras manos; en las mías, ensangrentada.
Tomó el desatornillador de paleta, y se preparó a hacer una
atrocidad con él. Lo levantó, y estaba listo para dejarlo caer. Mientras por la
ventana, se asomaba una mirada curiosa, también llena de terror. Mal momento,
pésimo, desgraciado momento había elegido el niño para asomarse a observar a la
ventana que daba al segundo piso, justo en la cual estaban los dos dementes,
los dos psicópatas, Vaslav y Víctor. Sus pueriles ojos, llenos de lágrimas,
habían llegado justo para observar el instante, en que la rabiosa figura de
Vaslav, dejaba caer el desatornillador con todo el peso de su furia, con su brazo
endiablado, cuya punta del desatornillador se clavó en el ojo de Katia,
destrozándoselo por completo, haciéndolo estallar en fluidos viscosos. La
esfera del ojo saltó disparada, y el acero ensangrentado del desatornillador se
quedó incrustado en la cavidad abierta. La expresión y el grito de dolor de
Katia fueron inmensamente desgarradores; uno de los más desgarradores que
incluso como asesinos, y aunque no se conmovían, habían llegado a escuchar.
Se había incrustado directamente el acero del destornillador,
manchándose y pudriéndose en sangre. Era repugnante, inmensamente repulsivo a
la vista. Un líquido viscoso se escurrió por los rasgos del ojo herido de
Katia, recorriendo, y fue resbalando por sus mejillas mezclándose con un fino
hilo de sangre roja, nueva; de sangre inocente. Aunque Katia no se consideraba
alguien inocente discriminándose a ella misma por el trabajo que ejercía, y
siempre había tenido el estigma de que ella misma se sentía como un
desperdicio. Pero su sangre, cruel e infundadamente derramada, hacía ver que
ella aquí era realmente la inocente, y también el par de ojos pueriles del
niño, que observaban por la ventana.
En ese destello de momento fugaz, en que se le había quedado
marcada la imagen ante sus ojos del brazo bajando descontroladamente hacia el
ojo de la víctima, haciéndolo estallar en una mezcla de líquidos viscosos y
fundiéndose en un grito de dolor que desgarraba hasta el alma, el chico
permaneció estático, sacudido por un escalofrío, observando. Y entonces sus
ojos no resistieron más, y comenzó a gemir y a sollozar con fuerza. Fue apenas
un momento, y Víctor que registraba, y Vaslav, el ejecutor, voltearon. Casi
distraídos, por lo enardecidos que estaban en el desenfreno de sangre
desparramada que tenían en la habitación, contemplaron al chico, se extrañaron
pero no le prestaron mayor atención, y volvieron a sus asuntos. “Mira, sólo un
chiquillo; le costará borrarse de la mente lo que ha visto, seguro no lo olvida
nunca, pero sólo un chiquillo” comprobaba Vaslav.
-¿Y si trae a la policía? –preguntó desconfiado Víctor. Pero
Vaslav sin distraerse de la concentración en la que se encontraba ahora, ante
el sufrimiento que lo dejaba inmerso en su arte, le contestó, llanamente:
-Pues si lo encontramos por ahí afuera lo matamos. Pero es
muy difícil que salga del bosque.
Pero no estaban dispuestos a dedicarle más atención al
chiquillo. Era sólo un niño después de todo, y tras haber visto la perturbadora
e instalada imagen en su angustiada mente, se había retirado de la ventana
corriendo, con desesperación, turbado, sudando. Pero efectivamente era muy
difícil que saliera del bosque. Se supo días después, por medio del periódico,
que a través de la policía le habían revelado a la familia, que se había
encontrado al niño muerto, enredado entre los brazos de una planta espinosa,
con signos de herida, después de haberse desmayado, y haber muerto de causas
naturales, como por sed, hambre, o haber sido atacado por un animal salvaje.
Pero nunca había podido salir del bosque.
Vaslav continuaba agitado, por la emoción que le generaba,
el sentimiento de destrozar, desgarrar, abrir carnes. El cadáver de Katia
estaba en un estado lamentable. A ese punto seguramente ya estaría muerta, pero
ambos parecían percibir una ligera, sutil respiración todavía procedente de
ella. Vaslav se cansó entonces, asqueado por su respirar, y se levantó de un
salto, y cruzó la habitación con furiosos pasos que parecían irían a echar
abajo el piso. Trajo un cuchillo. Como una bestia descontrolada, lo dirigió
directamente a la garganta de la prostituta, y comenzó a desgarrársela, con
descontrol, haciendo que con cada corte la carne se le fuera volviendo más
débil, hasta que sólo unas cuantas fibras de ella le estaban manteniendo la
cabeza todavía unida al cuerpo. La sangre fluyó desaforadamente. Manchó todo el
colchón. Cubrió los suelos. Vaslav dio un resoplido de furia; le sudaba la
frente. Y su compañero seguía registrado todo el explícito momento, sin dar
ninguna interrupción. Vaslav entonces a la segunda vez, trajo su martillo. Se
sentó encima del cadáver cruentamente mutilado, alzó sus brazos, y le dejó caer
el martillo con la parte de piedra superior, con todas sus fuerzas, sobre la
cabeza. Le rompió el cráneo. El rostro desgarrado de Katia difícilmente
expresaba algún rastro de emoción por lo desfigurado que estaba, pero la última
de ellas había sido sufrimiento lamentable, sin límites. Vaslav se manchó toda
la ropa con sangre. Hizo el martillo a un lado, y sonrío, observando a su
víctima. Sólo para estar seguro, volteó hacia Víctor y le preguntó:
-¿Has registrado eso? –Le costaba controlar su entusiasmo.
Era como un niño sorprendido y maravillado. Víctor asintió. Entonces Vaslav
añadió:
-Ahora registra esto, hay que darle un final todavía más sangriento.
Lentamente, con habilidad, con destreza, con delicadeza,
tomó el cuchillo que había dejado sobre el colchón. Entonces, como alguien que
practicaba con la suma lentitud y precisión un proceso que conocía bien, fue deslizando
cuidadosamente la hoja por el cuello de la ya muerta Katia, rebanándoselo con
una pausa llena de paciencia, hasta que abrió los labios del placer, cuando la
cabeza cayó cuidadosamente por el borde de la cama, hasta producir un sonido al
llegar al suelo, y quedó encima de un charco de sangre. Vaslav entonces vio el
colchón, cubierto a más no poder de sangre también, y los suelos, y toda la
habitación era una habitación de tortura ahora, aunque antes también lo había
sido, pero ahora volvía a estar manchada. Víctor tras el lente, le hizo una
seña, para hacerle saber que todo estaba en la cinta. Vaslav sonrío, se levantó
del colchón, y comenzaron a retirar las el equipo y el preciado registro. Katia
había muerto. Ambos habían conseguido su propósito.
Una noche en un sitio web, el video que ambos habían grabado
salió publicado. Se habían hecho algún dinero, y los usuarios que habían
contemplado los minutos del sacrificio real de la prostituta grabado, habían
quedado altamente marcados y perturbados. Los comentarios entonces habían llegado
enseguida, sobre que era uno de los videos más atroces que se había visto, sin
duda.
Pero el susurro del acecho de la policía volvió
a sentirse con los días. Alguien por ahí había dicho, que la policía había
capturado a dos tipos que se parecían demasiado a quienes habían cometido el
asesinato, y los asesinatos pasados, pues llevaban un amplio registro de
crímenes. Pero aunque los tipos eran enormemente parecidos, no eran Víctor ni
Vaslav. Con el tiempo los siguieron buscando, pero no se les había encontrado. El
juicio que les esperaba, habría de continuar sin realizarse. Mientras, los dos
psicópatas andarían recorriendo las veredas con total libertad y normalidad, en
pleno día, buscando nuevas desdichadas víctimas para más videos del mismo tipo por
publicar.
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