-Entonces…
¿Quieres ser mi novia? –le preguntó Patricio. Luciana estaba frente a él, en la
banca, observándole a los ojos. Tenía un fresco aroma a frutilla, en sus
cabellos rociados por el sol, de tinte naranja. Sus ojos eran amarillos, como el
brillo de la miel. Sus brazos estaban adornados en pulseras, y su figura era
delgada, y curvilínea. Patricio se mantenía expectante. Sus cabellos eran
negros, y su rostro era, como el de un enfermo. Tenía unas marcadas ojeras, por
no dormir nada por las noches.
Luciana
estaba observando sus tan marcadas ojeras del cansancio. Patricio se percataba,
y entre el nerviosismo por sus ansias, le mencionó el porqué de éstas.
-No he
dormido nada por las noches, porque las he pasado enteras escribiéndote cartas
de amor, y otras cosas. Tu pensamiento ha ocupado todas las horas que debía
disponer a mi descanso… Además, ya sabes, de mis pasatiempos…
Luciana
pensó, mientras recibía los rayos del sol en su terso rostro. Sí, sí sabía de
los pasatiempos de él. Le gustaba estar hasta altas horas de la madrugada, en
su antigua computadora, que era lenta, y se dedicaba en aquellas noches, a
visitar sitios paranormales, a leer historias de terror, y ver fotos
atemorizantes de fantasmas, o llenarse de cosas tétricas la cabeza. ¿Por qué
Patricio tenía, aquella afición por el más allá? No lo sabía, y se lo
preguntaba a menudo. Pero las ojeras marcadas que tenían, parecían ir con sus
aficiones. Porque ahora, tenía el rostro de un muerto.
Sin
embargo, no era un chico horrible. Era bastante normal, y una persona buena.
Eso Luciana lo sabía, y por eso habían compartido una agradable relación por
tanto tiempo.
Varias
noches Patricio la había invitado a pasar con él, viendo en su computadora
aquellos sitios de terror. Luciana había rechazado hasta ahora, por falta de
tiempo, pero le intrigaba la idea.
Volviendo
al tema de la proposición que Patricio le extendía, Luciana meditó, y respondió
dudosa:
-Bueno,
Patricio… Es difícil… Siento que no te puedo dar una respuesta por ahora, y… -y
al contemplar el rostro de Patricio, tornándose preocupado y hasta
desilusionado, Luciana agregó:
-Pero
bueno, creo que te puedo tener una respuesta para esta tarde, ¿Si? Sólo
mantengámonos juntos –y le sonrió.
Patricio
también sonrió. Por ahora, estaba complacido, no podía esperar mejor respuesta.
El ligero aroma a frutilla que emanaba de los cabellos de Luciana, lo
enardecía. Ahora quería pasar lo que restaba de la tarde con ella, por lo que
le propuso:
-Bueno,
gracias, estaré esperando aquella respuesta… ¿Te apetecen algunas golosinas? Allí,
en la confitería de la esquina.
-¡Claro!
–respondió Luciana, bastante animada. Conocían bien el lugar, allí vendían
variadas sabrosuras y delicias.
Llegaron
hasta la esquina, rociada de atardecer. ¿Por qué a ambos, les gustaba tanto
esta etapa del día? Los relajaba. Les gustaba pasar su tiempo en el parque, lo
que restaba del día, hasta que llegaba el atardecer. Ahora, estaban bastante
tranquilos.
Llegaron
hasta la confitería, y Patricio ordenó unas donas, acarameladas que comieron
con bastante agrado, bastante dulces. Una vez terminabas, caminaban con la
bolsa, con las donas que restaban, mientras las iban comiendo por el camino. El
día iba perfecto, hasta que la calle pareció quedar solitaria, sólo con ellos,
transitando por ella. La calle estaba vacía y anaranjada. El día iba de lo más
apacible, hasta que un evidente grito de dolor, los desconcertó y los hizo
quedarse inmovilizados.
El grito
desgarrador, se había perdido a la distancia. Parecía el grito de un hombre.
Luciana asustada, exclamó:
-¿Y eso
qué fue? –y se apegó a Patricio.
Patricio,
liderando el camino, avanzó por la estrecha y solitaria calle, hasta que
llegaron frente a las verjas de un hogar. Allí, contemplaron dos figuras. Eran
dos personas, en la mitad de sus edades, maduras y de piel gruesa, de colores
oscuros, como torturadas por el sol. Tenían rostros bastante huraños. Lo que
les sorprendió, fue ver que uno de ellos, el hombre, porque la otra era una
mujer con un ancho paño de cocina colgando de sus caderas, tomó a un indefenso
gato de pelaje negro con mezclas blancas, y por el cuello lo azotó contra la
cubierta de un gran tronco, que antes había sido un árbol que fue talado. El
pobre animal sintió como si su cráneo hubiese crujido, ante el costalazo.
Entonces, el hombre exclamaba con ira:
-¡Me ha
mordido! ¡Mira mujer, que casi me ha abierto el brazo! -. El hombre tenía una
herida en el brazo, con sangre fresca brotando de ella. El gato parecía haberle
clavado los colmillos, pero la herida no era demasiado abundante, sin embargo,
le había enfurecido el alma.
Entonces,
Patricio sabiendo lo que podría venir, le tapó los ojos a Luciana, cuando
contempló al hombre extrayendo un hacha. Y apoyando con fuerza al gato sobre el
tronco, dejó caer el hacha bruscamente, degollándolo. Hubo un silencio, luego
de que el animal muriera, y entonces el hombre estalló en carcajadas, y su
mujer continuaba refunfuñando hacia el fallecido animal. Era atroz. Luego, las
dos figuras, entraron a su hogar tranquilamente.
Patricio
junto a Luciana estaban asombrados, estremecidos y aterrados. ¿Cómo era
posible, tanta crueldad hacia un animal? Y aquella crueldad, parecía hacérsele
habitual a aquellas dos personas. Luciana comenzó a desesperarse, pero Patricio
pareció en vez, estallar de ira. La bolsa de las donas cayó al suelo.
-¡Es que
no pueden hacerle eso a un indefenso gato y hacerlo pasar como si nada! ¡Ni
siquiera sabía que estas personas vivían por aquí en esta calle, y son unos
asesinos!
-Ya
calma Patricio, será mejor no meterse en esto –señalaba Luciana angustiada,
entre lágrimas.
-¡No,
Luciana! ¡Debemos averiguar qué sucede allí! –repuso Patricio tenazmente, y la
arrastró por el brazo. Cruzaron los jardines, y entonces llegaron hasta la
casa.
-¿Quiénes
se han imaginado que son estos tipos? Tienen el acento de nosotros, pero el
aspecto de unos despiadados extranjeros con costumbres malignas… Vamos a entrar
a su hogar –dijo Patricio, y llevó a Luciana suavemente ahora por el brazo,
tranquilizándose. Y tras la puerta del hogar entreabierta, contemplaron la oscuridad,
pero ingresaron.
Dentro,
había más oscuridad, pero luego fue disipada por la luz del sol, que entraba
por un patio trasero. El misterio era grande. Patricio junto a Luciana
avanzaron, hasta llegar a dicho patio. Lo que vieron, les estremeció hasta lo
más profundo del alma.
En el
patio de atrás, estaba el mismo hombre viejo, ahora sobre una mesa añeja, y
estaba comiendo. En su plato, había una porción de carne, que era una pierna
humana, que parecía haber sido arrancada hace tiempo, pues tenía un aspecto de
descomposición. El hombre con sus dientes amarillos y podridos, arrancaba
pedazos, y los engullía. Patricio sintió ganas de vomitar atrozmente, al
contemplar esto.
Más allá
del viejo, estaba la mujer, con su paño de cocina sobre sus caderas manchado en
sangre, y un hacha a un lado de ella. Se alzaba, y como quien cuelga ropa en
los cordeles, ella colgaba un material; pero no era ropa, era cuero, cuero
animal o humano. Patricio y Luciana se estremecieron del horror, y Luciana
quiso escapar. Pero ante el temor, Patricio también tenía una inmensa ira. Tras
una jaula, había un montón de animales atrapados: Gatos, gallinas, perros,
zorros… Y a lo largo de todo el patio había cuerpos de estos animales,
degollados, y la sangre esparcida sin compasión. Patricio avanzó, y como hizo,
el hombre lo observó, y se levantó de su mesa emitiendo gruñidos, dejando la
pierna humana a un lado y caer a los suelos, entonces, avanzó hacia él.
La mujer
también había volteado, y lo perseguía, con el hacha en mano. Aquellos
extranjeros, parecían una aberración de la especie humana, parecían una cruel
raza de gente inhumana. Patricio temblando, sintió a Luciana tras él, rasgarle
las espaldas para que se retiraran. Pero Patricio no podía retroceder, estaba
controlado por el temor y la ira. Como las figuras avanzaban, se desesperó, sin
saber qué hacer, pero sabiendo que debía hacer algo.
A un
lado de él, había una vieja escopeta, la cual tomó, y disparó,
escandalosamente. Al tiempo del estallar del disparo, unas aves sobre los
cables en las calles, volaron a la vez, perdiéndose a lo lejos, y señalando que
algo estaba sucediendo. El disparo llegó hacia el hombre, y luego apuntó a la
mujer, y también, le metió una bala por la frente, volándola. Entonces, en la
atrocidad de lo que había sucedido, Luciana en un gemido tiró a Patricio hacia
atrás.
-¡Escapemos!
–gritó, y lo arrojó contra ella, para perderse por las oscuridades del hogar y
buscar las puertas de salida. Patricio volteó una vez más, para contemplar y
oír los lastimeros sollozos del hombre, que lloraba, desquiciadamente, iba
hasta el cuerpo de la mujer, que quizás era su esposa, y comenzaba a devorarla,
arrancando sus partes y echándoselas a la boca como el trozo de carne, que
había estado comiendo. La sangre entre sus podridos dientes amarillos, su
rostro descompuesto, su acostumbrada crueldad… eran algo horrible de ver.
Patricio sintió cómo las lágrimas se asomaban entre sus ojos, por lo horrible
que veía.
Llegaron
hasta el patio delantero, donde estaba la verja y la salida a la calle. Allí,
estaba el cuerpo del gato, sin cabeza, caminando desorientado y buscando un
rumbo, como si se negase a abandonar su vida. Aún sin cabeza, continuaba
moviéndose, hasta que cayó muerto. Esto, los entristeció a ambos. El animal no
podía haber hecho nada, ante quienes le arrebataron la vida, y por unos
segundos, había recobrado la vida quizás. Pero esto era imposible, sin embargo,
su cuerpo se había retorcido. Patricio y Luciana se preguntaban si estaban
viviendo una locura.
Salieron
de aquella atrocidad de hogar, abandonando lo horrible, y volvieron a las
calles, y el atardecer, los volvió a iluminar con naturalidad. ¿Qué diablos
recién había sucedido? ¿Ahora volvían de golpe a la realidad? ¿Cómo olvidarían
esto?
Caminaron
apesadumbrados. No había nada qué decir, ni qué sentir. ¿Sus vidas nunca
volverían a ser igual? Pero aún estaban vivos. Ahora querrían llamar a la
policía.
-¿Cómo
vivir, después de esto? –Acertó a decir finalmente Patricio-. Fue todo tan
repentino, que creo que estábamos soñando.
-Sí, estábamos soñando, nos quedamos dormidos
sobre una banca del parque –respondió Luciana, sonriendo, con lágrimas de
horror entre sus ojos.
-Quizás…
Ojalá hubiese sido así, espero despertar…
-La vida
sorprende… A veces parece un sueño… ¿Pero estamos viviendo en esto? –Se
preguntó Luciana- Hay que continuar…
Patricio
intentó sonreír, pero estaba temblando por dentro, y traumado por lo que había
visto. Con una dolorosa voz, que también pretendía mostrar naturalidad, dijo:
-Aún
estoy esperando la respuesta, de la proposición que te hice…
-Sí, y
acepto –respondió Luciana. Sin embargo, volvió el rostro hacia el atardecer,
para dejar caer sus lágrimas. Patricio la tomó por las manos, y ella lo
observó.
-Olvidaremos
esto, créeme –le dijo mientras continuaba mirándola directamente a los ojos-.
La vida sigue, y nosotros debemos seguir también… Ahora vamos a buscar a la
policía-. Y agregó:
-Y ahora
por lo menos, a pesar de lo que he visto, tengo un motivo más fuerte para
sonreír…
El
atardecer estaba en su esplendor, mientras ambos tomados de las manos, se
dirigían apresurados a la estación de policía más cercana, para dar constancia
de lo horrible que habían contemplado en ese día.
DarkDose
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