jueves, 19 de julio de 2012

Blanda Carne (Terror/Relato)


-Entonces… ¿Quieres ser mi novia? –le preguntó Patricio. Luciana estaba frente a él, en la banca, observándole a los ojos. Tenía un fresco aroma a frutilla, en sus cabellos rociados por el sol, de tinte naranja. Sus ojos eran amarillos, como el brillo de la miel. Sus brazos estaban adornados en pulseras, y su figura era delgada, y curvilínea. Patricio se mantenía expectante. Sus cabellos eran negros, y su rostro era, como el de un enfermo. Tenía unas marcadas ojeras, por no dormir nada por las noches.
Luciana estaba observando sus tan marcadas ojeras del cansancio. Patricio se percataba, y entre el nerviosismo por sus ansias, le mencionó el porqué de éstas.
-No he dormido nada por las noches, porque las he pasado enteras escribiéndote cartas de amor, y otras cosas. Tu pensamiento ha ocupado todas las horas que debía disponer a mi descanso… Además, ya sabes, de mis pasatiempos…
Luciana pensó, mientras recibía los rayos del sol en su terso rostro. Sí, sí sabía de los pasatiempos de él. Le gustaba estar hasta altas horas de la madrugada, en su antigua computadora, que era lenta, y se dedicaba en aquellas noches, a visitar sitios paranormales, a leer historias de terror, y ver fotos atemorizantes de fantasmas, o llenarse de cosas tétricas la cabeza. ¿Por qué Patricio tenía, aquella afición por el más allá? No lo sabía, y se lo preguntaba a menudo. Pero las ojeras marcadas que tenían, parecían ir con sus aficiones. Porque ahora, tenía el rostro de un muerto.
Sin embargo, no era un chico horrible. Era bastante normal, y una persona buena. Eso Luciana lo sabía, y por eso habían compartido una agradable relación por tanto tiempo.
Varias noches Patricio la había invitado a pasar con él, viendo en su computadora aquellos sitios de terror. Luciana había rechazado hasta ahora, por falta de tiempo, pero le intrigaba la idea.
Volviendo al tema de la proposición que Patricio le extendía, Luciana meditó, y respondió dudosa:
-Bueno, Patricio… Es difícil… Siento que no te puedo dar una respuesta por ahora, y… -y al contemplar el rostro de Patricio, tornándose preocupado y hasta desilusionado, Luciana agregó:
-Pero bueno, creo que te puedo tener una respuesta para esta tarde, ¿Si? Sólo mantengámonos juntos –y le sonrió.
Patricio también sonrió. Por ahora, estaba complacido, no podía esperar mejor respuesta. El ligero aroma a frutilla que emanaba de los cabellos de Luciana, lo enardecía. Ahora quería pasar lo que restaba de la tarde con ella, por lo que le propuso:
-Bueno, gracias, estaré esperando aquella respuesta… ¿Te apetecen algunas golosinas? Allí, en la confitería de la esquina.
-¡Claro! –respondió Luciana, bastante animada. Conocían bien el lugar, allí vendían variadas sabrosuras y delicias.
Llegaron hasta la esquina, rociada de atardecer. ¿Por qué a ambos, les gustaba tanto esta etapa del día? Los relajaba. Les gustaba pasar su tiempo en el parque, lo que restaba del día, hasta que llegaba el atardecer. Ahora, estaban bastante tranquilos.
Llegaron hasta la confitería, y Patricio ordenó unas donas, acarameladas que comieron con bastante agrado, bastante dulces. Una vez terminabas, caminaban con la bolsa, con las donas que restaban, mientras las iban comiendo por el camino. El día iba perfecto, hasta que la calle pareció quedar solitaria, sólo con ellos, transitando por ella. La calle estaba vacía y anaranjada. El día iba de lo más apacible, hasta que un evidente grito de dolor, los desconcertó y los hizo quedarse inmovilizados.
El grito desgarrador, se había perdido a la distancia. Parecía el grito de un hombre. Luciana asustada, exclamó:
-¿Y eso qué fue? –y se apegó a Patricio.
Patricio, liderando el camino, avanzó por la estrecha y solitaria calle, hasta que llegaron frente a las verjas de un hogar. Allí, contemplaron dos figuras. Eran dos personas, en la mitad de sus edades, maduras y de piel gruesa, de colores oscuros, como torturadas por el sol. Tenían rostros bastante huraños. Lo que les sorprendió, fue ver que uno de ellos, el hombre, porque la otra era una mujer con un ancho paño de cocina colgando de sus caderas, tomó a un indefenso gato de pelaje negro con mezclas blancas, y por el cuello lo azotó contra la cubierta de un gran tronco, que antes había sido un árbol que fue talado. El pobre animal sintió como si su cráneo hubiese crujido, ante el costalazo. Entonces, el hombre exclamaba con ira:
-¡Me ha mordido! ¡Mira mujer, que casi me ha abierto el brazo! -. El hombre tenía una herida en el brazo, con sangre fresca brotando de ella. El gato parecía haberle clavado los colmillos, pero la herida no era demasiado abundante, sin embargo, le había enfurecido el alma.
Entonces, Patricio sabiendo lo que podría venir, le tapó los ojos a Luciana, cuando contempló al hombre extrayendo un hacha. Y apoyando con fuerza al gato sobre el tronco, dejó caer el hacha bruscamente, degollándolo. Hubo un silencio, luego de que el animal muriera, y entonces el hombre estalló en carcajadas, y su mujer continuaba refunfuñando hacia el fallecido animal. Era atroz. Luego, las dos figuras, entraron a su hogar tranquilamente.
Patricio junto a Luciana estaban asombrados, estremecidos y aterrados. ¿Cómo era posible, tanta crueldad hacia un animal? Y aquella crueldad, parecía hacérsele habitual a aquellas dos personas. Luciana comenzó a desesperarse, pero Patricio pareció en vez, estallar de ira. La bolsa de las donas cayó al suelo.
-¡Es que no pueden hacerle eso a un indefenso gato y hacerlo pasar como si nada! ¡Ni siquiera sabía que estas personas vivían por aquí en esta calle, y son unos asesinos!
-Ya calma Patricio, será mejor no meterse en esto –señalaba Luciana angustiada, entre lágrimas.
-¡No, Luciana! ¡Debemos averiguar qué sucede allí! –repuso Patricio tenazmente, y la arrastró por el brazo. Cruzaron los jardines, y entonces llegaron hasta la casa.
-¿Quiénes se han imaginado que son estos tipos? Tienen el acento de nosotros, pero el aspecto de unos despiadados extranjeros con costumbres malignas… Vamos a entrar a su hogar –dijo Patricio, y llevó a Luciana suavemente ahora por el brazo, tranquilizándose. Y tras la puerta del hogar entreabierta, contemplaron la oscuridad, pero ingresaron.
Dentro, había más oscuridad, pero luego fue disipada por la luz del sol, que entraba por un patio trasero. El misterio era grande. Patricio junto a Luciana avanzaron, hasta llegar a dicho patio. Lo que vieron, les estremeció hasta lo más profundo del alma.
En el patio de atrás, estaba el mismo hombre viejo, ahora sobre una mesa añeja, y estaba comiendo. En su plato, había una porción de carne, que era una pierna humana, que parecía haber sido arrancada hace tiempo, pues tenía un aspecto de descomposición. El hombre con sus dientes amarillos y podridos, arrancaba pedazos, y los engullía. Patricio sintió ganas de vomitar atrozmente, al contemplar esto.
Más allá del viejo, estaba la mujer, con su paño de cocina sobre sus caderas manchado en sangre, y un hacha a un lado de ella. Se alzaba, y como quien cuelga ropa en los cordeles, ella colgaba un material; pero no era ropa, era cuero, cuero animal o humano. Patricio y Luciana se estremecieron del horror, y Luciana quiso escapar. Pero ante el temor, Patricio también tenía una inmensa ira. Tras una jaula, había un montón de animales atrapados: Gatos, gallinas, perros, zorros… Y a lo largo de todo el patio había cuerpos de estos animales, degollados, y la sangre esparcida sin compasión. Patricio avanzó, y como hizo, el hombre lo observó, y se levantó de su mesa emitiendo gruñidos, dejando la pierna humana a un lado y caer a los suelos, entonces, avanzó hacia él.
La mujer también había volteado, y lo perseguía, con el hacha en mano. Aquellos extranjeros, parecían una aberración de la especie humana, parecían una cruel raza de gente inhumana. Patricio temblando, sintió a Luciana tras él, rasgarle las espaldas para que se retiraran. Pero Patricio no podía retroceder, estaba controlado por el temor y la ira. Como las figuras avanzaban, se desesperó, sin saber qué hacer, pero sabiendo que debía hacer algo.
A un lado de él, había una vieja escopeta, la cual tomó, y disparó, escandalosamente. Al tiempo del estallar del disparo, unas aves sobre los cables en las calles, volaron a la vez, perdiéndose a lo lejos, y señalando que algo estaba sucediendo. El disparo llegó hacia el hombre, y luego apuntó a la mujer, y también, le metió una bala por la frente, volándola. Entonces, en la atrocidad de lo que había sucedido, Luciana en un gemido tiró a Patricio hacia atrás.
-¡Escapemos! –gritó, y lo arrojó contra ella, para perderse por las oscuridades del hogar y buscar las puertas de salida. Patricio volteó una vez más, para contemplar y oír los lastimeros sollozos del hombre, que lloraba, desquiciadamente, iba hasta el cuerpo de la mujer, que quizás era su esposa, y comenzaba a devorarla, arrancando sus partes y echándoselas a la boca como el trozo de carne, que había estado comiendo. La sangre entre sus podridos dientes amarillos, su rostro descompuesto, su acostumbrada crueldad… eran algo horrible de ver. Patricio sintió cómo las lágrimas se asomaban entre sus ojos, por lo horrible que veía.
Llegaron hasta el patio delantero, donde estaba la verja y la salida a la calle. Allí, estaba el cuerpo del gato, sin cabeza, caminando desorientado y buscando un rumbo, como si se negase a abandonar su vida. Aún sin cabeza, continuaba moviéndose, hasta que cayó muerto. Esto, los entristeció a ambos. El animal no podía haber hecho nada, ante quienes le arrebataron la vida, y por unos segundos, había recobrado la vida quizás. Pero esto era imposible, sin embargo, su cuerpo se había retorcido. Patricio y Luciana se preguntaban si estaban viviendo una locura.
Salieron de aquella atrocidad de hogar, abandonando lo horrible, y volvieron a las calles, y el atardecer, los volvió a iluminar con naturalidad. ¿Qué diablos recién había sucedido? ¿Ahora volvían de golpe a la realidad? ¿Cómo olvidarían esto?
Caminaron apesadumbrados. No había nada qué decir, ni qué sentir. ¿Sus vidas nunca volverían a ser igual? Pero aún estaban vivos. Ahora querrían llamar a la policía.
-¿Cómo vivir, después de esto? –Acertó a decir finalmente Patricio-. Fue todo tan repentino, que creo que estábamos soñando.
 -Sí, estábamos soñando, nos quedamos dormidos sobre una banca del parque –respondió Luciana, sonriendo, con lágrimas de horror entre sus ojos.
-Quizás… Ojalá hubiese sido así, espero despertar…
-La vida sorprende… A veces parece un sueño… ¿Pero estamos viviendo en esto? –Se preguntó Luciana- Hay que continuar…
Patricio intentó sonreír, pero estaba temblando por dentro, y traumado por lo que había visto. Con una dolorosa voz, que también pretendía mostrar naturalidad, dijo:
-Aún estoy esperando la respuesta, de la proposición que te hice…
-Sí, y acepto –respondió Luciana. Sin embargo, volvió el rostro hacia el atardecer, para dejar caer sus lágrimas. Patricio la tomó por las manos, y ella lo observó.
-Olvidaremos esto, créeme –le dijo mientras continuaba mirándola directamente a los ojos-. La vida sigue, y nosotros debemos seguir también… Ahora vamos a buscar a la policía-. Y agregó:
-Y ahora por lo menos, a pesar de lo que he visto, tengo un motivo más fuerte para sonreír…
El atardecer estaba en su esplendor, mientras ambos tomados de las manos, se dirigían apresurados a la estación de policía más cercana, para dar constancia de lo horrible que habían contemplado en ese día.

DarkDose

 

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