Llovía, llovía y llovía majestuosamente, como un balde de agua arrojado sobre
nosotros. Sin embargo, a mí me agradaba la lluvia. La sensación de cambiar de
un mundo azotado por el sol y colorido, a un grisáceo, solitario, desteñido y
escaso de vida, ambiente mojado. Las personas que pasaban por fuera del
edificio, caminaban por las baldosas que cubrían la calle haciendo salpicar el
agua con sus pisadas. ¿Porqué yo no podía estar ahí afuera, mojándome como
aquella gente?, en vez de estar ilusionada contemplando todo desde la ventana
de la oficina. Habría de salir un momento, sólo un momento, para liberarme un
poco.
-Te vas a helar. Cierra la ventana.
Volteé para contemplar a mi madre. No le gustaba el frío, en cambio para mí,
era una sensación exquisita la de helarse los huesos.
-Mamá… -Susurré. Ella estaba ocupada revisando unos papeles, frente al
ordenador. Me dieron ganas de probar el café que tenía sobre la mesa.
-Tecleas muy rápido –expresé para comprobar si contaba con su atención.
-Práctica –Respondió con gracia. Lucía elegante e intelectual con su blusa y
falda de trabajo gris, como el mismo ambiente afuera. Además de sus lentes que
se colocaba siempre que ocuparía la computadora personal. El edificio les
otorgaba una, todos los empleados contaban con un modelo.
Mirando a mi madre, me sentía como viendo una antigua película en blanco y
negro. La vestimenta de la oficina era muy apagada. De todos modos, me gustaba.
Complementaba con la nostalgia.
-Se me ha acabado el café. ¿Quieres ir a buscarme uno?, puedes traer uno
para ti también.
-No, gracias. Traeré uno para ti solamente, no te preocupes –respondí. Si
aceptaba el café ahora, habría de beberlo dentro de la oficina. Y yo quería
salir afuera lo más pronto posible, estaba ilusionada con la tristeza de
afuera.
La máquina de cafés más cercana, estaba un piso más arriba. Había, sin
exagerar, unas veinticinco máquinas de café en todo el edificio de oficinas.
Caminé deprisa, deslizándome con gracia por los pasillos. Llegué a la máquina
de cafés. No me esperaba encontrarme con Rubén, con quien había estado saliendo
mi madre hace poco tiempo. Pero lo encontré allí.
-Lisa, ¿vienes por un café?
La respuesta era obvia, pero asentí.
-¿Cómo está tu madre?
-Ella está bien. Trabajando, como de costumbre –respondí mientras percibía
el delicioso olor que acababa de salir de la máquina. Rubén sostenía ahora
sobre sus manos el café.
-¿Puedes decirle, que me gustaría verla a la salida del trabajo? –murmuró
mientras sacaba otro café de la máquina. Me imaginé que era un aficionado por
la bebida; no se conformaba sólo con un café. Debía de beber dos. Además, así
se ahorraba un viaje de vuelta por otro. No lo culpo, yo habría actuado
igual, sólo que ahora no podía beber café, para no demorar más. Estaba ansiosa por
salir a la humedad
-Su turno señorita –indicó Rubén. Me acerqué a la máquina e introduje el
dinero. Rubén notó mi confusión. Mi madre no me había manifestado cuál tipo de
café era de su agrado, supongo que tampoco le di tiempo.
-Capuchino –me informó. La máquina ofrecía de éstos –. ¿Es para tú madre,
verdad?
-Sí –respondí.
-Lo supe porque tu madre acostumbra tomarse un café a estas horas.
Le sonreí y emprendí el camino de regreso a la oficina de mi madre. Rubén se
dirigió a su oficina también, con sus dos cafés en mano. Habría de tener
técnica para llevar uno en cada mano, pues estaban hirviendo. Se las ingeniaría
de algún modo.
De vuelta en la oficina de mi madre, puse sobre su escritorio el café.
-Sí… Es capuchino –me adelanté a decirle al percibir su tentativa de
preguntarme. Luego volví hacía la ventana en silencio, a contemplar las frías
calles y la carencia de gente que caminaban sobre ellas. Tenía la ventana
abierta, causándome un agradable escalofrío. Esta sensación me cansaba después
de un momento, pues mi cuerpo luego se helaba de verdad, y por naturaleza eso
era una sensación incómoda, entonces por instinto trataría regresar mi cuerpo a
una temperatura normal. Pero mientras no sucedía eso, la sensación era
agradable.
Mi madre percibió la ventana abierta.
-¡Lisa! Vas a conseguir un resfriado, cierra esa ventana.
La cerré lentamente, con desgana. Quería salir afuera. Mi madre no me
dejaría salir por mi salud, para no enfermarme por el frío, y pasar mi tiempo
recostada en una cama viviendo con remedios. Pero no perdía nada con
intentarlo.
-Cómo me gustaría salir afuera… -me dije a mí misma con voz suficiente para
que mi madre me oyera.
-Si sales, te congelarás.
-Sólo un momento mamá, me siento agobiada.
Debía salir, debía salir, me dije a mí misma. Debía sentir esa helada brisa
con mi propio ser, debía encontrarme parada sobre las calles mojadas, bajo el
cielo nublado. Mi ser me lo pedía, se me antojaba sentir las gotas de lluvia
deslizarse por mi piel, necesitaba sentir esa nostalgia en persona, necesitaba
sentir la soledad, necesitaba encontrarme allí afuera sola, sintiendo que ya no
habían más personas en el mundo, y sin embargo saber que no era así.
Necesitaba… necesitaba estar allí afuera.
DarkDose
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