domingo, 15 de diciembre de 2013

Fantasma en el lecho (Versión final Inspirado/Relato)

Seis rojas velas de lánguida llama ardían sobre diversos lugares de la habitación sepultada en mañana. Aquel era un amanecer mustio y venenoso, que traía el anuncio de una vida que pausadamente se degradaba en un precipicio hacia la muerte; conformado por la cama sucia, las exánimes almohadas; la mella en el centro del colchón que acunó tanta agonía y sufrimiento, donde este hombre en estado terminal vertía las penas y recuerdos más agrios de traer a la memoria.
Sus ojos cristalizados se dirigían hacia la tenue luz de la ampolleta, vacíos de esperanza, en un constante ruego por ser arrancado de este mundo. En el velador, yacía un retrato en blanco y negro mostrando a una mujer de redondos contornos, labios púrpura; era su hija, evocación del pasado, que le recordaba la época en que la veía jugar, correr, y él sonreía. El fatídico día en que un paro cardíaco la mató, extinguió todo rastro de felicidad en esta añeja habitación donde el padre yace ahora.
En el transcurso de años desamparados, permaneció postrado, como lastimera efigie de ser humano; difunto en vida, devorado por vendajes, remedios; la inexorable soledad. En este lugar, anhelaba con desesperación a lo largo del día, divisar en su andar a la dama blanca, apaciguadora de espíritus presa del agobio; la muerte en forma de hembra, a quien quería hallar rondando frente a su cama, para que tomara su mano y emprendiera con él un viaje sin retorno, hacia donde no existiría esta realidad suya podrida de enfermedad diaria y derramada sangre inocente.
En una nueva tarde carmín, con su ser anciano, muerto de emociones, echado sobre el duro colchón del reposo agónico, hubo una aparición en el cuarto, a la que atribuyó origen divino. Se manifestó un fantasma de cuerpo femenino, con un collar de perlas azules en el pecho. El espectro, levantó su mano cubierta por manga de seda y la extendió hacia el decrépito hombre, invitando a tomarla. “El instante por el que tanto he aguardado”, pensó el viejo; “Finalmente se ha acordado de mí”; “Mujer más encantadora de todas, llévame”.
Estalló el relámpago, la lluvia torrencial se derramó en la ventana. Sintió que era levantado, se desangraba, se desprendía de su piel el cable del suero. Y él era una vieja pasa, exangüe, carente de voluntad y fuerza. “¿Has venido por mí?”. “No es un engaño, ¿verdad?”, preguntó ansioso, al pulcro rostro de mujer en frente suyo. Ella asintió. Lo arrastró fuera de la cama, para hacerlo caminar como un desgastado anciano que daba sus primeros pasos, a través del alba en el cuarto, cuya luz era un sendero despejado y cierto hacia el más allá.
El destello que provino de la tempestad exterior iluminó por un segundo el espacio. La cama quedó vacía, los vendajes hechos a un lado; la antigua temperatura del enfermo seguía adherida al colchón, abigarrado por una mancha de sangre seca. El desgraciado hombre desapareció, la mujer fantasmal lo había llevado a un reino sobrenatural donde existía tranquilidad eterna, y la muerte era un túnel oscuro sin vía de salida.

El cuarto recobró el sosiego. Eternos atardeceres de vivo tormento culminaron con la visita del fantasma que trae la muerte. Se despejó el cielo, no volvió a llover. Y en la imagen sobre el velador, la tez en blanco y negro de la hija anteriormente seria, ahora mostraba una radiante sonrisa.

DarkDose




















15/12/2013: Este relato ha pasado por varios cambios, pero ahora, como se expresa en el título, está en su versión final. Es posible que lo presente a un concurso de cuentos.

sábado, 14 de diciembre de 2013

El último despegue (Inspirado/Relato)

En la mañana, Nicole estuvo buen rato contemplando el pequeño retrato que tenía del antiguo novio. Tocaba el cristal, y una lágrima caía por su mejilla. La imagen mostraba a un chico de aspecto bueno, con una chaqueta negra y un perro Bulldog al lado, ante el parque de fondo. Aparecía sonriente. Pero para Nicole, revivir los recuerdos que tenía de él, era recoger rescoldos agrios de su corazón. Sentía ciego rencor al verlo.
Pronto debía trabajar. Levantó la bandeja del desayuno para prepararse. Antes de salir, uniformada, dio una última mirada al apartamento. Entonces cerró la puerta.
Al mediodía soleado, luego de disponer las pertenencias para su viaje, el joven abandonó su hogar y puso llave. Tras ello fue a despedirse de la mascota. Depositó la maleta al lado, y se inclinó ante el baboso perro, que agitaba su rabo.
—Llegó la hora de irme, Pablo. No te preocupes, te dejo alimento y agua. Quedas a cargo de la casa.
El Bulldog miró a su dueño hasta que éste desapareció. En la calle llamó un taxi. El chofer echó el equipaje dentro del maletero, y una vez a bordo le preguntó a dónde se dirigía.
—Al aeropuerto —dijo el muchacho.
En el aeropuerto, sintió el rugir de aviones despegando, encontró cantidad de gente y embaló sus pertenencias. Dio un vistazo al tablero de vuelos. Viajaba por motivos de trabajo, pero además, para alejarse de la rutina, respirar nuevos aires.
Una hora después abordaba el avión. Caminó por el pasillo hasta su puesto. Sentado, miró por la ventana largo rato. Le fascinaba el paisaje verde previo al arranque. Abrió el periódico; una noticia llamó su atención, luego se levantó para ir al servicio. Tras regresar, volvió a sumergirse en la ventana, sin el mismo interés. Llevó la vista al pasillo; había una azafata de espaldas.
Era atractiva, con su gorra de las aerolíneas, la pronunciada falda azulada… No resistió los deseos de hacerle un cumplido.
—Por volar tan cerca del cielo aparecen ángeles.
La azafata volteó para sonreír ante las palabras. Al verle el rostro, el joven quedó perplejo. La mujer desparramó la bandeja; una expresión de odio dormido se reflejó en sus pupilas. No era casualidad. El individuo, nervioso, se excusó y escapó al baño.
En la intimidad, ante el espejo enfrentó sus inquietudes. Sudaba. No podía ser posible, se decía, haberla encontrado a ella aquí. Era demasiada coincidencia. Se dejó caer al suelo con la cabeza tomada, mientras revivía todo su pasado. Nicole, de quien había sido pareja, era la azafata. Evocó con angustia cuando ella vino a Chile; él estaba metido en un negocio de drogas al que la obligó a entrar. Todo culminó de mala forma; la banda apresada, y Nicole, luego de la terrible experiencia auspiciada por él, volvió a su tierra, Panamá, con un resentimiento irremediable. Él por suerte había quedado libre de cárcel. Ahora, debía pensar una idea para salir de esta situación. Alguien tocó la puerta, no abrió.
La desesperación se apoderó de él. No, nunca imaginó encontrarla, después de cómo la dañó. ¿Habría ella olvidado? Imposible, lo había reconocido con la mirada cargada de ira.
Se efectuó un anuncio general: “El pasajero que está encerrado en el baño salga por favor”. No prestó atención. Se repitieron golpes en la puerta. Temblaba, no dejaría entrar. Apagó la luz, y se quedó en un rincón, abrazado a sus rodillas, como un niño que espera el término de la pesadilla.
Despertó, la ampolleta estaba encendida. Halló a Nicole en la puerta. Él nunca la había olvidado, ella menos a él. Tenía una cuchilla en mano y expresión de furia sin límites.
— ¿Te acuerdas ahora de lo que me hiciste? —dijo lentamente, con su acento.
Él reconstruía cada fragmento del pasado: la vez que ella visitó Chile; cuando la obligó a entrar al negocio de drogas, el sufrimiento que ella pasó, la herida indeleble en su memoria, el malestar que nunca pudo expresar y su salida furtiva del país. Incluso había visto la noticia en el periódico que leyó en su asiento.
El avión tuvo un estremecimiento, la oscuridad invadió el cuarto. Tras aclararse, el espejo mostraba marcas recientes. Nicole, temblando, sostenía la cuchilla roja de sangre. Lo había hecho, su aversión ya podía dormir.
—Lo tenías merecido, Francisco, por ser un miserable conmigo.


DarkDose
















15/12/2003: Este relato lo escribí hace un mes aproximadamente, para el taller literario. Trata sobre Nicole, aquella mujer inexistente que otra vez se interpone en mis letras.