domingo, 6 de octubre de 2013

Bosque en susurros (Suspenso/Relato)

—Y tú, Ana, qué estás haciendo aquí —pregunta Ricardo con los ojos fijos en las llamas.
La fogata ardía débilmente. Estaban en un bosque umbrío, reunidos en un círculo. Habían tenido entretención relatándose historias de terror. Ana, tomada de la mano de su pareja, Brian, respondió:
—No lo sé, Brian me ha traído a este lugar.
Ricardo, ajustándose las gafas con el dedo, denotando expresión lóbrega, inclinándose hacia ella de a poco, le dice:
—Pero no sabes dónde te has venido a meter. En este sitio abundan los cuentos horripilantes; hiciste mal en llegar hasta aquí. Los espíritus, fantasmas y todo lo relacionado con ultratumba habitan acá.
Ana aprieta la mano de Brian, en busca de protección. El novio, apenas la mira de reojo sin tomarle importancia. Era un joven de diecinueve años, tosco, cabeza rapada, con ornamentos de acero en cada oreja. No era alguien atento en su trato. Las chicas suelen sentirse atraídas por el menos indicado.
—Brian, por qué me hiciste venir a este bosque —interroga, apretándole la mano, con mirada reprensora.
—Te dije que sería genial —se defiende Brian—. Además, accediste a que aquí estaríamos mejor, porque no te parecía adecuado hacerlo en el automóvil.
Claro, aludir al sexo evadido. Una prueba de la falta de tacto de él.
— ¡Brian! —contesta Ana, ofendida. Luego permanece con su rostro ensombrecido, contemplando el fuego.
—Estas mujeres son sensibles —musita para sus adentros Brian.
Ricardo, queda perplejo ante la confesión. Deduce: eran una pareja que sintió el deseo de tener relaciones sexuales al lado de la autopista, pero, impedidos por cierta razón, a iniciativa de él habían llegado a este rincón forestal, donde el silencio hacía de cómplice.
Por dicha causa —a pesar de que no realizaron su voluntad—, el azar los topó con los demás, que ya habían permanecido con la fogata.
Estaban Catalina, una pelirroja oriental, carácter sumiso, de veintidós años, y Byron, el cuñado de Ana. El resto del grupo lo conforman los tres que ya han sido introducidos.
De pronto, Ana, aprisiona del brazo a Brian, para sentir que es suyo, le insta:
—Tengo la necesidad de caminar. Vamos, demos un paseo.
Brian cede a los ruegos de Ana para evitar una molestia. Ricardo los ve levantarse, fija sus ojos a través de las gafas en ellos, dice:
—Tengan mucho cuidado en este bosque, las historias son reales, los rumores tienen su origen…
Ana lo observa con ojos aterrados, Brian la tira de la mano. Entran a través del paso de los árboles.
Minutos más tarde, Ana está contemplando unas lápidas rosáceas en la tierra frente a ella. Éstas abundan por el lugar. Brian continúa tomado de su mano, y mira los epitafios, con indiferencia total.
Ana empieza a temblar. Está muy asustada. Un hálito de viento, como un ser invisible, ha acariciado su espina dorsal, la recorre un escalofrío. Se erizan sus pelos. Presiona fuerte la mano de su novio, como si fuera a arrancársela. Brian se molesta. Ana siente presencias, la mirada fija en las lápidas, dice:
—Veo círculos trasparentes sobre estas piedras…
Las esferas bailan, recorren, fluctúan. Brian las cree mentira, no las puede divisar.
En este encuentro espiritual estremecedor que tiene Ana, siente agobio y deseo de correr, fustiga a su pareja para que se retiren. Lo incita, empuja, solloza en exhortaciones y plañidos. Brian se detiene para reprenderla. Pero en ese instante, algo llama la atención de Ana, que ha volteado.
Una voz gutural y ancestral surge de las entrañas de la tierra, las lápidas, y con una potencia inusual junto a un tono amedrentador, que hace temblar el suelo, advierte:
—Retírense de aquí si no quieren sufrir una horrorosa muerte.
La pareja ahora consciente del peligro se dispone a correr. Una sombra deforme con largas garras emerge desde las hojas desperdigadas, adopta figuras espeluznantes y los persigue. Mientras huyen ven a dicha oscuridad filtrarse entre árboles, acechándolos.
Cuando finalmente pierden el rumbo y la entidad los ha extraviado, Ana siente el pecho hinchado, respira con dificultad, está jadeante. Increpa a Brian por última vez:
— ¿Ahora sí crees que es buena idea venir a este lugar? Todo por las ansias insatisfechas de tener relaciones sexuales…
Él calla, indignado. Ana suelta su mano y se sienta en la tierra, decepcionada. Brian divisa algo pero no alcanza a advertirle.
—Qué es esto… —dice Ana espantada. Observa su mano, tiene una sustancia viscosa adherida. La ha puesto encima de un lomo suave, húmedo, incómodo. Aguantando la consternación atisba dos gusanos gigantes a cada lado. Cubiertos en tierra, bombean, son repudiables, en la boca poseen un círculo de sangre. El instante se paraliza, Ana está petrificada de terror.
Ella se incorpora, Brian le tiende una mano. Alcanzan a descubrir entre las dos criaturas un cadáver en putrefacción. Huyen, se internan entre los árboles en carrera desesperada.
Aparece Ricardo por un lado del camino, solamente para recordarles: “Se los dije”. Él también se une al escape pues el bosque está frenético y furioso.
Entonces encuentran a Catalina y Byron, quienes habían sido abandonados en la fogata. Los cuatro corren deprisa, los árboles atrás emiten sonidos extraños, el lugar está embrujado. Catalina tropieza y pide ayuda. Una tarántula negra comienza a subir por su pantorrilla. Ella y Ana dan un grito de horror, Brian patea al arácnido, Catalina se levanta y no pierden tiempo.

En la huída, empiezan a perder las esperanzas. Han avanzado mucho y no encuentran vía afuera. Es un camino estrecho sin final. Una lágrima desciende por la mejilla de Catalina, Ana se aferra a Brian, ¿encontrarán una salida de el bosque?

DarkDose



















Comentario: un relato de suspenso tal como indica el título, en el cual quise intentar una nueva técnica de escritura.

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