—Y tú,
Ana, qué estás haciendo aquí —pregunta Ricardo con los ojos fijos en las
llamas.
La
fogata ardía débilmente. Estaban en un bosque umbrío, reunidos en un círculo.
Habían tenido entretención relatándose historias de terror. Ana, tomada de la
mano de su pareja, Brian, respondió:
—No lo
sé, Brian me ha traído a este lugar.
Ricardo,
ajustándose las gafas con el dedo, denotando expresión lóbrega, inclinándose
hacia ella de a poco, le dice:
—Pero no
sabes dónde te has venido a meter. En este sitio abundan los cuentos horripilantes;
hiciste mal en llegar hasta aquí. Los espíritus, fantasmas y todo lo
relacionado con ultratumba habitan acá.
Ana
aprieta la mano de Brian, en busca de protección. El novio, apenas la mira de
reojo sin tomarle importancia. Era un joven de diecinueve años, tosco, cabeza
rapada, con ornamentos de acero en cada oreja. No era alguien atento en su
trato. Las chicas suelen sentirse atraídas por el menos indicado.
—Brian,
por qué me hiciste venir a este bosque —interroga, apretándole la mano, con
mirada reprensora.
—Te dije
que sería genial —se defiende Brian—. Además, accediste a que aquí estaríamos
mejor, porque no te parecía adecuado hacerlo en el automóvil.
Claro,
aludir al sexo evadido. Una prueba de la falta de tacto de él.
— ¡Brian!
—contesta Ana, ofendida. Luego permanece con su rostro ensombrecido,
contemplando el fuego.
—Estas
mujeres son sensibles —musita para sus adentros Brian.
Ricardo,
queda perplejo ante la confesión. Deduce: eran una pareja que sintió el deseo
de tener relaciones sexuales al lado de la autopista, pero, impedidos por
cierta razón, a iniciativa de él habían llegado a este rincón forestal, donde
el silencio hacía de cómplice.
Por
dicha causa —a pesar de que no realizaron su voluntad—, el azar los topó con los
demás, que ya habían permanecido con la fogata.
Estaban
Catalina, una pelirroja oriental, carácter sumiso, de veintidós años, y Byron,
el cuñado de Ana. El resto del grupo lo conforman los tres que ya han sido
introducidos.
De
pronto, Ana, aprisiona del brazo a Brian, para sentir que es suyo, le insta:
—Tengo
la necesidad de caminar. Vamos, demos un paseo.
Brian
cede a los ruegos de Ana para evitar una molestia. Ricardo los ve levantarse,
fija sus ojos a través de las gafas en ellos, dice:
—Tengan
mucho cuidado en este bosque, las historias son reales, los rumores tienen su
origen…
Ana lo
observa con ojos aterrados, Brian la tira de la mano. Entran a través del paso
de los árboles.
Minutos
más tarde, Ana está contemplando unas lápidas rosáceas en la tierra frente a
ella. Éstas abundan por el lugar. Brian continúa tomado de su mano, y mira los
epitafios, con indiferencia total.
Ana
empieza a temblar. Está muy asustada. Un hálito de viento, como un ser
invisible, ha acariciado su espina dorsal, la recorre un escalofrío. Se erizan
sus pelos. Presiona fuerte la mano de su novio, como si fuera a arrancársela.
Brian se molesta. Ana siente presencias, la mirada fija en las lápidas, dice:
—Veo
círculos trasparentes sobre estas piedras…
Las
esferas bailan, recorren, fluctúan. Brian las cree mentira, no las puede
divisar.
En este
encuentro espiritual estremecedor que tiene Ana, siente agobio y deseo de
correr, fustiga a su pareja para que se retiren. Lo incita, empuja, solloza en
exhortaciones y plañidos. Brian se detiene para reprenderla. Pero en ese
instante, algo llama la atención de Ana, que ha volteado.
Una voz
gutural y ancestral surge de las entrañas de la tierra, las lápidas, y con una
potencia inusual junto a un tono amedrentador, que hace temblar el suelo, advierte:
—Retírense
de aquí si no quieren sufrir una horrorosa muerte.
La
pareja ahora consciente del peligro se dispone a correr. Una sombra deforme con
largas garras emerge desde las hojas desperdigadas, adopta figuras
espeluznantes y los persigue. Mientras huyen ven a dicha oscuridad filtrarse
entre árboles, acechándolos.
Cuando
finalmente pierden el rumbo y la entidad los ha extraviado, Ana siente el pecho
hinchado, respira con dificultad, está jadeante. Increpa a Brian por última
vez:
— ¿Ahora
sí crees que es buena idea venir a este lugar? Todo por las ansias
insatisfechas de tener relaciones sexuales…
Él
calla, indignado. Ana suelta su mano y se sienta en la tierra, decepcionada.
Brian divisa algo pero no alcanza a advertirle.
—Qué es
esto… —dice Ana espantada. Observa su mano, tiene una sustancia viscosa
adherida. La ha puesto encima de un lomo suave, húmedo, incómodo. Aguantando la
consternación atisba dos gusanos gigantes a cada lado. Cubiertos en tierra,
bombean, son repudiables, en la boca poseen un círculo de sangre. El instante
se paraliza, Ana está petrificada de terror.
Ella se
incorpora, Brian le tiende una mano. Alcanzan a descubrir entre las dos
criaturas un cadáver en putrefacción. Huyen, se internan entre los árboles en
carrera desesperada.
Aparece
Ricardo por un lado del camino, solamente para recordarles: “Se los dije”. Él
también se une al escape pues el bosque está frenético y furioso.
Entonces
encuentran a Catalina y Byron, quienes habían sido abandonados en la fogata.
Los cuatro corren deprisa, los árboles atrás emiten sonidos extraños, el lugar
está embrujado. Catalina tropieza y pide ayuda. Una tarántula negra comienza a
subir por su pantorrilla. Ella y Ana dan un grito de horror, Brian patea al
arácnido, Catalina se levanta y no pierden tiempo.
En la
huída, empiezan a perder las esperanzas. Han avanzado mucho y no encuentran vía
afuera. Es un camino estrecho sin final. Una lágrima desciende por la mejilla
de Catalina, Ana se aferra a Brian, ¿encontrarán una salida de el bosque?
DarkDose
Comentario: un relato de suspenso tal como indica el título, en el cual quise intentar una nueva técnica de escritura.
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