Pensaba dormir, pero era muy difícil con el alboroto. Finalmente me resigné. Sonó el teléfono y miré por la ventana. Atendí, eran mis amigos. Ella en particular, me insistió para que fuera. Me puse en pie; estaba claro que no iría a dormir. Bueno, terminé aceptando por pasar la noche con mis amigos mejor.
La tarde se había ido rápido. Los recibí en el living de mi
hogar y nos reunimos en la mesa, frente a la sala de estar y una ventana
grande. Miré el reloj. Como la tarde ya se había ido, había dado paso a la
noche, y eran las once. Dentro de poco iban a ser las doce. Entonces estando
todos mis amigos reunidos allí, los miré con un rostro de cansancio, y
pregunté:
-Y bien, ¿qué tienen pensado que hagamos?
Mientras, miraba por la ventana. A lo largo de la calle se
veían siluetas de infantes pasar, disfrazados, tomados de las manos de sus
madres, u otros simplemente corriendo emocionados. Todos como pequeños
monstruos. Era Halloween. Era interesante la tonalidad de colores que se
reflejaba en mi ventana, proveniente de las luces de las casas, la noche y los
faroles, creando una especie de luz entre naranja y amarilla. Suspiré: era una
noche para los pequeños. Yo no tenía nada que hacer, pero mis amigos habían
estado haciendo planes, y querían invitarme. No les fallé, por lo menos así
tendría algo que hacer.
Iremos al bar –me dijo mi amiga, la única chica del grupo,
Frutilla. Era curioso su apodo, pero siempre le habíamos dicho así. Luego
salimos, y recorrimos las calles. Nos topábamos con los chicos frenéticos que
corrían con sus cestas de dulces y casi nos derribaban. Divisamos el bar en una
esquina y entramos. Éramos cinco. Nos repartimos, y quedé junto a la barra, a
un lado de mi amiga. Ella se puso frente a mí para tener una habitual conversa.
Ahora recordaba a qué se debía su apodo, sus cabellos eran rosados, pero de un
rosado intenso, seguramente teñidos. Tenía algunas pecas. Sus ojos, no sé,
habría jurado que eran rosados también, y siempre emanaba una fragancia de
frutilla, su aroma favorito. Estaba obsesionada con esa fruta. Por eso le
habíamos puesto así.
Se acercó el sirviente de los tragos y se quedó tras la
barra observándome, con un pañuelo sobre su brazo. Me dijo:
-¿Su orden señor?
Yo estaba leyendo la etiqueta de un trago que me llamó la
atención. Se lo señalé, busqué mi dinero, y lo pedí. Era un Whisky. Miré a
Frutilla y le consulté si iba a querer de lo mismo. Me contestó que sí y ordené
una botella media para ambos.
Estuvimos tomando un rato. La algazara no cesaba,
continuaban pasando infantes corriendo y sus madres partiendo tras ellos para
que no se les perdieran. Algunos se paraban frente a la ventana del bar,
dudosos sobre si entrar o no a pedir dulces. Pero entonces el mesero iba, se
paraba en la entrada con cara de pocos amigos, y sin decirles nada, los
terminaba espantando. Terminamos el primer vaso de Whisky, y miré a mis tres
amigos, desde la otra mesa. Allí estaban, charlando, muy entretenidos,
pasándose de copas. “Vaya noche de Halloween…” me decía yo. “Al final resultaba
una noche de borrachera”. Centré mi atención sobre Frutilla entonces. Ella
terminaba su vaso y me miraba también. Le pregunté:
-¿Y cómo estás, cómo va todo con tus sobrinos pequeños?
-Mis dos sobrinos están bien –me respondió-. He tenido que
cuidarlos toda la semana, pero esta semana ya mi madre estará en casa, por lo
que no tendré que cuidarlos.
-Ajá… -asentí. Me llevé otro trago a la boca. El vaso estaba
vacío, y la botella media. Me serví lo que quedaba. Luego, creo que pedí otra
botella. Pero había comenzado a ver borroso y me entraba el sueño. Recuerdo a
Frutilla acercándose a mí, diciéndome algo ininteligible. Pero yo me estaba
sintiendo demasiado cansado y con sueño. Me desplomé sobre la mesa, todavía
sosteniendo el vaso con algo de Whisky.
Quizá dormí un rato, no recuerdo esta parte muy claramente.
Pero después me levanté, ya más descansado, pero todavía muy mareado. Me
tambaleé por las puertas del bar, y me lancé a recorrer las calles. Mis amigos
se levantaron, y Frutilla salió tras mío. Ella me afirmó, pero yo me solté, y
seguí caminando, riéndome solo, apestado a borrachera. Los niños me evitaban.
Las madres los alejaban de mí. Mi amiga me trató de convencer de que me fuera
en compañía de mis amigos a mi casa. Pero me negué rotundamente. Ante mi
terquedad, se retiraron, bufando, quejándose de mi actitud. Hasta Frutilla me
dejó, que siempre la he tenido como mi amistad más fiel. Pero en ese momento no
me importó. Mi borrachera pasajera me exigía perseguir un objetivo invisible,
me obligaba a andar por las calles con la cabeza idiotizada.
Era la segunda vez en mi vida que me emborrachaba. La
primera había sido en un casorio. No soy de esos borrachos que pierden toda la
noción de sus sentidos, pero entre soliloquios hacia mi persona subiéndome el
ego alterado por las copas demás, sintiéndome importante de la nada, llegué
hasta el principio de una calle larga, oscura y confusa. Ya no quedaban
personas alrededor. Las madres con sus hijos llevando cestas de dulces andaban
a lo lejos. Me sentí dudoso de entrar en aquella calle, cuya oscuridad y
profundidad me parecía como una inmensa ola en un mar de noche, que se me venía
encima.
Pero me adentré, en el oscuro y silencioso asfalto,
caminando temeroso por lo desconocido. Porque mi mundo se me hacía extraño
ahora, porque mi percepción estaba un poco alterada. Nunca me había imaginado
lo mal que pueden hacer tan sólo unas aparentemente, inocuas copas. Claramente
mi primera borrachera había sido una alegre. La de ahora era confusa, me sentía
extraviado. A mi lado contemplé pintorescas y clásicas casas del vecindario,
con multitud de maceteros y flores alegres por el día, presentándose a la
entrada. Ahora sin embargo, bajo el sigiloso manto de la noche, parecían
deprimidas. Infinidad de casas vi, mientras más me adentraba en la larga calle.
Hasta que llegué cerca de la esquina. Entonces, continué mirando a mi derecha.
Vi una casa a oscuras. Sólo las ventanas irradiaban una luz
amarilla, que era la única luz, en forma de cuadros en la estructura sombría. No
sé por qué, pero tuve un atisbo de recuerdo. Era la casa de mi primo, Claudio,
era su nombre. Desde infantes siempre jugábamos juntos. En aquella casa
habíamos compartido infinidad de aventuras. No quedaba demasiado lejos de mi
propia casa. Creí ya recién ubicar mi lugar en el mundo. Podía ya pensar en
volver a mi hogar, sin embargo, algo me volvía a extraviar. Algo no estaba
calzando.
Había algo desconocido a dos casas de distancia de la de mi
primo. Algo extraño y bastante obvio. Era una fortificación inmensa, aparecida
desde la nada. Era lo que menos coincidía con todo. De pronto, las calles, y
las direcciones se borraron de mi mente fugazmente como niebla disipándose. Me
volví a perder con todos mis sentidos, de sólo ver aquella imponente
fortificación; ¿de dónde rayos había salido? Preguntarme eso y no acabar de
creerme lo que estaba mirando ahora me hacía sentirme mil veces más perdido, y
llegar a pensar que estaba soñando. Era lo más probable. Pero algo de confusión
tienen los sueños, que te puedes hasta morder la mano, y sentir el dolor, y eso
hace dudar.
Aquella fortificación era un castillo, enormemente sombrío,
tenebroso, con las ventanas cuadradas también irradiando luz, creando una
tonalidad de un negro y un amarillo; las tinieblas y el resplandor de las ya
mencionadas ventanas. Sí, era un castillo. Hasta a mí en mi inconsciencia me
parecía increíble. Hasta en mi borrachera se me hacía un esfuerzo creerlo:
Había un castillo frente a mí, aparecido en medio de las casas del vecindario
de pronto. Era una locura.
Entré, las rejas estaban hechas a un lado, y una niebla en
el umbral me recibió helándome los huesos. Volví la vista un segundo, y pasaban
dos tipos extraños. Juraría que llevaban disfraces de zombis. Me asusté tanto,
que corrí a la entrada del castillo. No había puerta, sólo una especie de ancho
túnel que llevaba al interior. Me sentí en la época medieval por un segundo. Yo
entrando a un castillo… Sí, sin duda, las copas demás son dañinas.
La oscuridad era aterradora. Llegué hasta un vestíbulo
principal. Iba atontado, como caminando dormido. Estaba parado sobre un largo
puente. Por debajo y a mis lados, había un gran precipicio en el cual no se
veía, y no parecía haber fin. Lateralmente ubicadas a mí, estaban grandes
ventanas. Una máquina como una rueda de madera enorme con pinchos estaba dando
vuelta. Por allá por el final del puente, había una silueta estrafalaria. Me
miró, y me dio la bienvenida, extendiendo con sus brazos la vistosa capa que
llevaba:
-Buenas, bienvenido a mi castillo esta noche. Hoy en
Halloween ha sido abierto. Soy el dueño de este palacio, el magnífico Conde
Zombi. Disfruta tu estadía, he preparado unos juegos para ti para este rato.
¿Conde qué? Me pregunté. ¿Zombi? No bromees… Es Halloween,
pero esto ya iba demasiado lejos. No faltaban los maniáticos que se arrendaban
un castillo y un creíble disfraz, como el de ese tipo. No creía yo que hubiera
estado tan estropeado como para alucinar de tal forma, o tal vez sí. Pero no,
me costaba convencerme. El sujeto me miraba traviesamente. Tenía el pelo azul,
y una tez verde, como podrida. Aun así parecía preocuparse de su apariencia,
hasta el punto en que podía hacerlo. Llevaba una larga capa roja por un lado, y
negro por el otro que le caía hasta los pies. Vestía traje refinado, y tenía
guantes blancos. Toda su apariencia me daba la desconfianza de un tipo con el
ego en alto y presuntuoso.
-¿Mencioné que soy un vampiro, y también un zombi? Bueno,
disfruta tu paso por mi castillo –me dijo, y frente a él surgió de improviso
una niebla que me cubrió la perspectiva, y se transformó, y entonces lo vi como
un murciélago, revoloteando por el lugar, y desapareció. Pues sentí un alivio
de que se fuera.
Recorrí el puente, con cuidado en la parte posterior, para
no quedarme enganchado a uno de los pinchos de la rueda en movimiento. Llegué
hasta el final, y había un paso hacia otro sector del castillo. Pero antes de
hacer el ingreso, vi a mi derecha, una columna de mármol, con una nota
adherida. Acerqué mis ojos, como a quien le falla la vista desde lejos y la
inspeccioné. Comprobé que era una extraña nómina. Decía:
“INVITADOS RECIBIDOS ANTERIORMENTE EN EL CASTILLO:
-El Conde Drácula
-Frankestein
-El Chupacabras
-La Llorona
-Slenderman
ESTA NOCHE DE HALLOWEEN:
-Michel, la persona“
Comprobé con estupor que estaba mi nombre. Añadido al lado,
a modo de recordatorio con letras rojas, estaba el obvio “la persona”,
tachándome, seguramente como ser común y corriente, entre todos los fenómenos.
Reconocí a todos los seres en la lista. Por medio de cuentos, historias
populares e internet, tenía conocimientos sobre ellos, y me impactó saber, que
habían sido los invitados. Sus nombres ya estaban marcados. El mío era el único
libre y reciente, que destacaba, indicándome que ahora, yo era el escogido para
la visita.
En un momento, me vi a mí mismo apoyado contra la barra del
bar, harto de tantos tragos. Capaz así me había quedado dormido. Aunque ahora
podía darme un palmetazo en la cara, y comprobarme que estaba despierto, como
me sentía. Pero sinceramente, hubiera preferido estar en el bar en vez de estar
en el lugar donde estaba ahora. Me resigné a seguir. Después de haber leído la
lista de nombres en la columna, llegué hasta una nueva habitación. Había
algunos cuadros, de la familia del conde Zombi. Todos tenían los rostros
desfigurados y verdes. Luego llegué a un corredor estrecho. Por allí había unas
tres cavidades de ventanas sin cristal. Apoyé mi pecho en el borde y me asomé
para observar. Vi un estrecho sendero a un lado del castillo, tapado con
zarzamoras, que llevaba a la reja de salida. Entonces vi a una joven corriendo.
Distinguí sus cabellos rosados, y le grité:
-¡Frutilla, aquí!
Pero ella volvió la mirada apenas por un segundo, y entonces
siguió corriendo. Porque un individuo más grande, que llevaba capa, la
perseguía. Maldije en palabras, y volví al corredor, a cual después llegué a
cuyo término, y por una puerta llegué hasta un pequeño patio. Allí había un
reducido corral, y a pesar de que no había techos en los cielos, aún continuaba
rodeado por el castillo, y no tenía más salida. Dentro del corral, había tres
cerditos y un cordero. En ese instante, apareció un tipo gordo con una bata de
cocinero y un solo ojo, como un cíclope. Me vio y me dijo:
-No toques a esos animales, que son la comida del conde.
¡Desaparece de aquí!
Le hice caso porque no quería formar un altercado, y me
dirigí a la puerta más cercana. Entonces me volví a encontrar en el castillo. Iba
caminando y me detuve de improviso, cuando oí unos parlantes chirriar a mi
lado. Justo frente a mi oreja, había una pequeña caja de sonido, por la cual el
conde, que me había recibido al comienzo de la visita en el castillo, me
anunció:
-Prosigue hasta el siguiente cuarto, y encontrarás a alguien
cercana a ti. Pero será tu elección si habrás de salvarla, o la dejarás morir.
Sentí furia, y la transmisión cesó. Entonces había una
puerta ubicada frente a mí, la cual abrí e hice ingreso a una habitación, en un
principio oscura. Pero que tras haber entrado yo, se iluminó. Entonces
contemplé tres jaulas frente a mí. Dos de ellas estaban vacías, y en la del
medio, increíblemente, estaba Frutilla desnuda y prisionera, amordazada con un
tomate ajustado en su boca. Me gemía por ayuda. La voz del conde se volvió a
escuchar por un parlante ubicado en una esquina. Dijo:
-Elige ahora la jaula que quieres liberar.
Sin vacilar elegí en el acto la caja de Frutilla. Pero
entonces la despreciable voz se adelantó y me dijo:
-Decisión incorrecta –y a las demás jaulas se las tragó el
piso. Y la jaula donde estaba mi amiga, quedó también escondida en el suelo
cuando un bloque enorme negro apareció por arriba y la hundió. Los ojos
llorosos de Frutilla en el último momento me destrozaron. Entonces quise romper
en llantos, pero la furia que tenía creciendo en mí me dominó más. Y partí
encolerizado hacia una salida de esa habitación que recién había aparecido en
un muro azabache.
Llegué a una especie de ante salón inmenso, después del cual
estaba la inmensa sala principal. En éste, el salón previo, recorrí y vi unas
salidas que daban al patio del castillo. Allí había jardines pero todos los
caminos llevaban de nuevo al palacio, sin haber salida. Estuve casi por cruzar
hacia la sala principal, que se veía que era la sala más ostentosa del
castillo, cuando encontré sobre una mesa un curioso y brillante objeto.
Entonces, también había un parlante cerca, que me dio unas instrucciones:
-Si deseas salir de mi castillo, habrás de resolver aquel
cubo Rubik dentro de los segundos que te daré. Si no lo puedes resolver, te
quedarás aquí atrapado por siempre en mi castillo, junto a tu amiga Frutilla.
¡Y sufrirás un destino igual al de ella, siendo presa de mis trampas por
siempre!
-¡Vete al demonio, maniático! –vociferé. Pero una vez más
los parlantes cerraron su transmisión, y el tiempo comenzó a contar. “Veinte
segundos” dijo, antes de que dejara de ofrecerme sus palabras. Entonces un
estruendoso ruido me hizo alertarme, y un pequeño temblor proveniente desde mis
pies. Levanté la mirada, y hacia la dirección del gran salón, por una ventana
algo escondida que daba hacia los jardines del castillo, vi una puerta de
tamaño desmedido, suspendida en altura, que iba cada vez bajando más a medida
que transcurría el tiempo. Con el ruido ensordecedor que producía, tragándome
todas mis ganas de darle un sermón de palabrotas al dichoso conde, tomé el
espectacular cubo Rubik y comencé a resolverlo, moviendo mis manos con una
sensación trémula, pero también enormemente concentrado, como nunca lo había
estado en mi vida. Varias veces casi se me cayó. Varias veces pensé que no lo
lograría. Pero cuando ya quedaban cinco segundos, al cabo de tanto esfuerzo,
logré resolverlo. Lo dejé sobre la mesita en que estaba, y la sala principal
estuvo disponible de nuevo, que había sido bloqueada por un muro. Llegué
entonces. El conde estaba al final de la sala, sentado en un lujoso trono.
-Lo has resuelto en poco tiempo para un novato –dijo en tono
burlón. Yo no perdí tiempo y le contesté, enfadado:
-Ahora, ¡lo que has prometido! ¡Déjame salir de aquí! –miré
por la ventana que daba hacia el último jardín. Ahora la vista estaba más
clara. Contemplé que el portal suspendido en el aire, que estaba bajando con el
tiempo, se había detenido. Me sentí aliviado. “Por lo menos ya no puede
retenerme más aquí” pensé.
-No te quedes allí con esa sonrisa molestosa, ¿me vas a
dejar ir? –le dije, alterado. El conde estaba cruzado de piernas. Su majestuosa
capa caía por los bordes de su trono. Su putrefacto rostro de tumba mostraba
complacencia. Estaba divirtiéndose a costa mía. Se acarició la barbilla con sus
guantes blancos, y me dijo, muy calmado:
-Pues completaste el desafío, ya puedes irte. Espero hayas
disfrutado tu estadía en mi castillo. Por allá está la salida-. Tras ese
anuncio, observé. Había una puerta de salida de la sala principal, por la cual
atravesé, y divisé los jardines ante mí. Pero entonces, oí al conde finalmente
decir atrás mío, donde se había quedado:
-¡Si es que puedes!
Sentí la sensación de que el piso bajo mío volvía a temblar,
y el estruendoso sonido de un mecanismo llegó hasta mis orejas. Entonces, al
final de la espesura y las enredaderas de las plantas que se asomaban desde el
jardín, volví a observar aquel colosal pedazo de muro, que hacía de puerta del
castillo, empezando a bajar otra vez. Mi corazón me alertó con un furioso
latido, de que era tiempo de actuar rápido. “¡No!” vociferé, ante la sola idea
de quedarme atrapado por siempre en el castillo, y me deslicé a toda velocidad,
atravesando el jardín. Había apenas un resquicio entre el portal, y los suelos
de piedra, para que terminara de cerrarse por completo la única salida que
jamás iría a encontrar. Llegué tan cerca, y vi aquella enorme parte inferior de
la magnífica barrera ante mi mirada, que creí que me iría a arrancar la cabeza.
Entonces, aquellos eran momentos decisivos, en que sólo a escasos centímetros,
me preguntaba, ¿llegaré?
Después, bruscamente desperté por un segundo. Estaba
cansado. Con los ojos entreabiertos y todavía algo adormecidos, miré por la
ventana. Se veía la luna llena. Debía ser como la medianoche. Me levanté con
esfuerzo, hasta quedarme sentado en mi cama, y me vi el torso, colmado en mi
propio vómito. Había estado bastante borracho. Frente a mí, alguien me miraba.
Contemplé a Frutilla, observándome, que había estado aguardando seguramente a
que yo despertara, con un rostro de evidente reprobación.
DarkDose
No hay comentarios:
Publicar un comentario