miércoles, 12 de diciembre de 2012

Crucero de sueños (Fantasía/Relato)

Cuando mi madre me informó por primera vez que mi abuela me había hecho una invitación, me emocioné sobremanera al enterarme de qué se trataba. Resulta que mi abuela por un largo período de su vida, había ahorrado una abundante cantidad de dinero, que había tenido guardada en un maletín sellado, bajo su cama. Llegó el momento en que lo abrió entonces, para sacar ese dinero, y conversó con mi madre. Había hecho planes, y entonces me dio un recado. Yo sentía que las lágrimas de dicha recorrerían mis mejillas cuando escuché ese recado: Hacía una semana, venía pasando por estos mares de mi tierra, un hermoso, inmenso lujoso y caro crucero internacional, que poseía mucho renombre. De hecho, sólo una parte mínima de la población en el mundo podía pagar su pasaje de entrada. Se llamaba, crucero “La perla de sueños”. Había leído sobre este crucero sólo en revistas. Y por lo demás, siempre había fantaseado con abordarlo. Y ahora, mi abuela me había invitado a cumplir este anhelo. Me estremecí de la emoción con la noticia. Días previos mi abuela me había hablado algo sobre el crucero, me había hecho comentarios, pero casi siempre indirectamente, hasta el día en que me habían dado la noticia.
Mi abuela me había avisado con antelación, para que me fuera con ella, porque faltaba un mes para que el crucero pasara en el puerto más cercano. Entonces, ese mes antes me fui a la casa de mi abuela, ubicada en la playa, muy pintoresca. Allí pasé los días. Veía a mi abuela, y su cabellera blanca, y parecía bien alimentada. El tiempo pasaba, pero ella se mantenía con buena salud.
Primero, dejé todos mis bultos en su casa al llegar, aunque todas las semanas siguientes me las pasé en gran parte arreglando mis bultos. Mi abuela me recibió con una rica comida. Luego pasamos la tarde conversando. Entonces, cuando las brisas de la tarde se fueron tornando más frescas, me dieron ganas de salir, y de reconocer caminando las calles del barrio de mi abuela. Eran calles, que me llenaban de recuerdos y me daban ganas de explorar.
Pero por fin pasó el mes. Se fue rápido y agradable, en el fresco y ameno barrio de mi abuela. Apenas había bajado tan solo unas cuantas veces por la calle a la playa. Pero pasó el tiempo, y ya tuve todo preparado. Entonces salimos del hogar cargadas, y mi abuela me dijo que iríamos al puerto a esperar el barco.
Por el camino pasábamos por largas calles caminando. En una de las calles más anchas, unos ojos se me quedaron mirando, y entonces una silueta avanzó irresolutamente: Era un amigo de la infancia, que había conocido por esos lados. Pero como hace mucho no había yo visitado a mi abuela, con aquella distante amistad nos habíamos alejado por varios años.
-¿María Luisa Myers? –dijo, como si le costara reconocerme. Como si le costase encontrar un recuerdo claro en mi rostro, pero tenía la intuición. Él era Anton. Siempre había sido un chico tímido, pero agradable. Hubo un tiempo en que yo sospechaba que le gustaba.
-Anton, ¿cómo estás? –le dije.
-Muy bien, gracias por preguntar –me respondió cortésmente y así fuimos armando una charla. Habíamos pasado tanto tiempo sin vernos. Hasta que llegó el momento, en que sus preguntas me condujeron a revelarle sobre mi viaje. Sus ojos se abrieron inmensos con asombro, y me preguntó:
-¿Es en serio?
-Sí, es verdad –le respondí. Tras entrar en detalles, cuando le llegó a él el turno de hablar, me deseó un montón de suerte, y dijo que me extrañaría. Entonces me cargó los bolsos por algunas calles, y luego nos despedimos. Al anochecer ya, habíamos llegado al puerto con mi abuela.
La tarde ya se había esfumado y las brisas pasajeras del temprano anochecer nos helaban las entrañas. Estábamos allí, con mi abuela, ante una larga hilera de personas, cuando el espectáculo más grande de luces me maravilló. Y entonces vi una sombra gigante aproximándose a mí, que era el gran crucero en todo su esplendor. Y mientras se acercaba, miré a la derecha y leí en la coraza, “La perla de sueños”.
Salté de la emoción y ni recuerdo cuántas veces abracé y agradecí a mi abuela por la sublime invitación. Ella me dijo:
-Guarda aliento María Luisa, no te vaya a dar un infarto que aún nos falta entrar a él.
Entonces la hilera de personas pareció hacerse interminable. Pero la noche estaba hermosa, llena de luces por doquier y la pálida luna. Hasta que por fin las filas fueron avanzando, y estuve ante las escaleras de entrada del inmenso barco.
Iba algo distraída y encantada con todo a la vez que oía una dulce música procedente de mis auriculares. Mi abuela venía atrás mío. Entonces, iba a subir el último escalón, y me topé con alguien que estaba en medio del paso. Llevaba traje negro, y era muy alto. Tenía calva, y usaba un monóculo, y llevaba un paño encima de su brazo reposando. Revisó una lista, y me dijo:
-¿Señorita María Luisa Myers, verdad? Y su abuela, Antonella Del Canal –y me dio una mirada de reconocimiento. Yo y mi abuela asentimos. Entonces nos dijo:
-Acompáñeme por favor; les mostraré los interiores y sus recámaras –entonces hizo ademán de que lo siguiéramos y para mí era increíble, pero nos adentrábamos en el barco.
Travis, era el nombre de aquel mayordomo de un sector específico en el crucero, dado lo gigantesco que era. Nos mostró el comedor: era inmenso, como aquellos que se veían en los cruceros de películas. Sentí un fuerte palpitar en el corazón. Luego nos mostró distintas salas para diferentes propósitos, y después nos llevó a la cubierta, donde había una colosal piscina. Pero como era de noche, y por no resfriarse, nadie se estaba bañando, a excepción de una solitaria pareja.
La noche se fue rápido, y como ya estábamos dentro del crucero ya sólo aspirábamos a descansar y mañana por la mañana exploraríamos todo tanto yo como mi abuela. Entonces le dije:
-Abuela estoy cansada, ya quiero irme a acostar –y ella asintió entonces, y me acompañó a mi recámara. Ella después se iría a quedar en la cubierta un rato, observando el cielo anochecido y relajándose. Yo entonces me arropé bien con las frazadas de mi cama, y observando el mar mecerse lentamente por la ventana circular de mi cuarto, me fui quedando dormida de a poco…
Varias veces creí despertar por la noche. La vista estaba borrosa. El mar se mecía con más intensidad, y de pronto, me sentí totalmente sola. Fue una desagradable sensación. Pero pasaba luego, cuando me volvía a quedar dormida. Tenía una extraña sensación; sabía que estaba en un lugar sumamente agradable, un lugar casi de mis sueños, pero de pronto se me olvidaba que iba a bordo del crucero, y me sentía como si por unos segundos hubiese estado en mi habitación pero entonces la sensación se iba, y yo volvía a la realidad. Pero estaba soñolienta.
En un momento de la noche, recuerdo que me levanté. Tenía ganas de ir al baño a remojarme la cara, pensar un rato, y luego dormir. Recuerdo que no comprendía también, por qué las cosas estaban extrañas. A través de un pasillo, vislumbré claramente la silueta de Travis, el sirviente, pasar. Y eso me generó misterio. Luego, cuando llegué al baño, en un espejo personal se reflejaba la imagen de un hombre viejo. Me asusté, me mojé la cara rápidamente y volví a mi recámara. Allí, me volví a cubrir entera con las frazadas, y me quise dormir enseguida. Tenía un constante presentimiento quizás imaginado, quizás real, de que el crucero estaba desolado. Pero de todos modos, las horas de esa noche las pasé inquieta.
Respiraba lentamente, y sintiendo la suavidad de mi respiración profunda, fui calmando mi cuerpo. Entonces los ojos se me iban entrecerrando observando mi almohada. La luz de mi recámara estaba apagada, y sólo la del pasillo se veía, que entraba, por los resquicios de la puerta y muros. Me dormí. No supe más de nada, mientras estaba plácidamente dormida, dentro de mis sueños. La agradable sensación de dormir gratamente en el lugar anhelado. Mi abuela no aparecía, seguía en la cubierta seguramente, en algún lugar apreciando el cielo bañado de tinta negra. Mi conciencia se iba, me quedaba dormida.
Un rato después, sentí un fuerte remezón, algo brusco, que me hizo despertar. Sentí como si todo el crucero se hubiera agitado, como si en un instante pudiese hasta haberse volcado. Aquello me obligó a abrir mis ojos. Me observé, y vi mis pies descubiertos. La frazada estaba hecha hasta atrás; no me explicaba cómo; quizás mientras dormía moviéndome de un lado a otro porque mi mente estaba demasiado despierta y envuelta en delirios, me había quitado la frazada. Pero no importaba. Me senté sobre la cama, estaba con mi bata de dormir puesta, porque, me recalqué en mi mente, “¡aquellas eran horas de sueño!”. Pero qué curioso era, no podía dormir. Y ahora, con esta fugaz gran especie de temblor que me había hecho despertar. Me levanté, tomé mi ropa habitual y me vestí. Saldría a las partes superiores del barco a ver qué ocurría.
¿Habría sentido la otra gente en el barco el temblor? Me daban ganas de preguntar. Pero extrañamente, no parecían haber más tripulantes. Llegué hasta la cubierta, y por supuesto no había rastro alguno de mi abuela. Volví a la parte inferior del barco y recorrí interminables pasillos, a ver si es que me llegaba a surgir una respuesta en algún momento…
El crucero ya no parecía hacer movimiento alguno. A través de una ventana me detuve a ver si es que todavía la nave avanzaba, o si es que todavía se veía el mar. Me extrañé completamente, cuando mis ojos vieron más allá del cristal: Había tierra. O de pronto nos habíamos varado por desgracia, o el crucero se había detenido deliberadamente por decisión de quien lo manejaba, y ahora estaba apegado a la tierra. No sé, desconocía qué pasaba pero me asusté, un poco. Volví al pasillo, y caminé dudosa, insegura. Pensé en volver a mi recámara.
En el suelo del pasillo había una rosa, con algunos pétalos arrancados. Al lado de ella había una carta. En ella estaba escrito, con letras intensamente rojas: “Esta rosa te simboliza a ti”. Y firmaba Anton, sorprendentemente. Me quedé muda, perpleja. Las cosas entonces se tornaban extrañas. ¿Realmente aquellas palabras las había escrito Anton, aquel viejo amigo mío que me había encontrado el día anterior a abordar el crucero? Era sumamente raro todo, pensaba…
Hubo otro estremecimiento más del barco, al parecer el final, entonces alguien abrió unas puertas en algún lugar del pasillo, como al término de éste. El sonido del abrir de puertas llamó mi atención, y entonces a medida que avancé, vi una alta silueta negra parada a un lado de las puertas a las que llegué, abiertas. Reconocí la voz, y la figura de Travis, el sirviente empleado del barco. Me dijo:
-Señorita María Luisa Myers por favor, Haga entrada a estas puertas. ¿Tiene su pasaje de tripulante? Le gustará este lugar; puede acceder si me enseña otra vez su pasaje –hablaba con un tono de suma elegancia. Yo dudosa, pensaba y estaba casi segura de que tenía mi pasaje en mi habitación del barco, entre los bultos, pero sin saber bien cómo estaba ahí, me llevé una mano al bolsillo, me lo encontré y se lo entregué. Aunque estuve insegura por haber hecho esto. ¿Y si ahora perdía mi pasaje? ¿Y si esto era un sueño? Era lo que había comenzado a pensar desde el principio, cuando no podía dormir, en la quietud de mi recámara de este barco. Todo lo demás era realidad, por supuesto. De eso estaba muy segura. Muchos días había esperado por abordar en este barco.
No hubo problema alguno, porque había encontrado mi pasaje. Lo deposité sobre las manos de Travis, y me sonrió con misterio, como indicándome que algo me esperaba. Me hizo un gesto entonces, y se quitó del frente de las puertas. Entonces, una enormemente luminosa luz del sol entró en cantidad, y me dio en el rostro. Sentí como si se me cegaran los ojos, y me cubrí con el brazo.
-Adelante señorita María Luisa… Éstas son las puertas a un lugar hermoso –me dijo, y me dejó libre la pasada. Yo le consulté mis dudas con la mirada, pero él me asintió sonriendo. Estaba bien. Entonces me adentré lentamente, cruzando ese umbral de luz frente a mí.
“Un lugar hermoso”, había dicho Travis el sirviente. Y además, inesperado para mí. Apenas hube cruzado el umbral de la entrada, aquella dorada luz que me bañó en ella era como sentir un amanecer en todo su esplendor y plenitud. Entonces comprendí, que al parecer mi crucero, “La perla de sueños”, estaba varado, atracado a tierra. Estaba recién poniendo pies fuera de él. Dirigí la mirada hacia atrás, insegura, hacia Travis, para comprobar si todo estaba bien. Él me sonrió, y permaneció allí, invitándome con su actitud a explorar el nuevo lugar frente a mí, que me daba la bienvenida con su luminoso, cálido clima.
Avancé, con una especie de miedo secreto, como una niña insegura, indecisa. Lo que había ante mi mirada, parecía inverosímil. En un momento en mi imaginación, me encontré en mi habitación –del barco- y me pregunté; ¿y si estaba teniendo un sueño astral, místico? Ya saben; aquellas experiencias fuera del cuerpo, donde el consciente flota…
Miré, luego de ese pensamiento y volvía a la realidad: La que vivía ahora por lo menos, y vi una especie de isla, frente a mí: de lo más extraña. Su tierra, era dorada. Había montes, a lo lejos, muchos árboles, que parecían ser frutales. Y hasta donde llegaba la vista, allá, hacia el término de la isla, había más frondosidades de árboles y conjuntos seguidos de no muy altos montes vacíos de esa tierra amarilla, que se perdían mientras más lejos llegaban.
Yo estaba apenas con mis pies donde comenzaba la isla; limitaba con el poco de mar y estaba el crucero mío detenido. Entonces mis pasos me adentraron más a ella, sintiéndome intrigada, cómoda, pero sin saber qué esperar. La isla era muy ancha, como si hubiese sido extendida hacia los lados. Y era larga también hacia arriba, como si invitara a seguir y subir por ella. No, pero yo me conformé con recorrer solamente, las tierras que estuvieran cercanas al barco, a mi lado, por si cualquier cosa, para volver a subir a él.
Y ahí entonces me empecé a fijar en la isla, a recorrerla con la mirada, para entrar en descripciones. Primero, estaban los muchos árboles que había, y que estaban cerca de mío, que eran manzanos. Frescos, rociados todavía por la blanda brisa. Esos árboles me deleitaron la vista. Después sin embargo, continué analizando con mi mirada, y lo que vi, justo al frente mío a unos metros, me hizo darme un gran sobresalto. Me remecí en un escalofrío y temblé, y mis dientes se chocaban rápidamente: Había un fantasma, su silueta era vaporosa y su rostro no se podía apreciar bien, pero era como un cráneo. Flotaba por supuesto, y no tenía piernas, sino una especie de vestido rasgado. Su figura era toda blanca, y sus brazos se cortaban antes de nacer por completos.
Pero me tranquilicé, no temblé más, porque aquel fantasma, servía como un tipo de forma de adorno. Y aunque estaba frente a mí, y sus extremos se mecían como las puntas de una llama, nada hacía. Jamás abandonaba su lugar.
Unos perros pasaban corriendo. Sumamente rarísimos, como de raza Rottweiler, tenían la cabeza y la cara al final del cuello, y otra cabeza en su parte trasera. Ambas cabezas sacaban las lenguas y los perros parecían juguetear felices, e iban de un lado a otro. Me dieron algo de miedo, pero eran inofensivos.
Después, había un grupo de monos con color entre amarillo oscuro y café, jugando con huesos. No muy lejos, había un esqueleto de forma de persona. La luz dorada por doquier, cubría los cielos, y habían unas cuantas nubes solitarias casi en cada extremo del cielo y distribuidas. Me llamó la atención que a lo largo de todo ese comienzo de la isla, había un montón de almohadas rotas y con sus plumas fuera, desperdigadas por doquier.
Avancé, y recogí una delgada varilla de madera. Entonces vi algo, y miré atrás a Travis a lo lejos. Volví a mirar: A mi lado, había una persona desnuda, en posición fetal, de piel gris, como una masa o un bulto gris. Era calva, y su piel tenía unos dos o tres rollos de la masa que le sobraba en la nuca. Cuando miré a Travis, de pronto había aparecido muy cerca de mí, tras mi hombro derecho, y me había susurrado:
-Esta isla es llamada, El Paraíso. Privilegiada es usted señorita María Luisa de estar aquí –. La isla además de las criaturas extrañas, estaba deshabitada. Travis siguió: -. Éstos, son ángeles muertos, aquí llegan a terminar –me dijo, y me señaló un montón de personas tiradas por la isla, como en un sueño eterno, desnudas, y que poseían alas. Yo me acerqué al ser gris a mi lado, tirado, y lo inspeccioné hundiendo mi varilla en sus carnes. No hacía movimiento alguno, no reaccionaba ante el estímulo. Estaba muerto.
Sentí una especie de pena, pero se me pasó. Entonces antes de desaparecer, alcancé a observar a Travis sonriendo y el pañuelo fino que solía llevar sostenido a su brazo. Entonces él, se me tornó borroso, y dicha realidad que estaba viviendo, se me comenzó a desaparecer. Caí como en sueño.
Minutos después, me desperté agitada, sorprendida por lo que había vivido. Bajé de mi cama, y me calcé las pantuflas, me llevé una mano al pecho, y respiré como si me faltara el aire, como si fuera asmática. Entonces, sentí un impulso, un instinto, un deseo tenaz, inexplicable. Me puse rápido en pie. Estaba con mi bata de dormir puesta sin saber cómo, porque creía haberme vestido antes, a momentos atrás antes de visitar la isla esa asombrosa, y salí corriendo de mi habitación, y corrí por el pasillo, apremiada por algo que desconocía, pero me hacía seguirlo simplemente; un impulso sin fundamento.
Llegué así de apurada, hacia el baño del crucero. Todavía la nave entera estaba vacía. Entonces allí, en el baño, observé que había cambiado. Ya no estaban los espejos, había sólo dos en el muro, donde me reflejaba. Y en el centro de la habitación de baño, en el suelo, había una especie de hendidura enorme, un cuadrado, donde yo estaba parada. Y en todo el centro, otra vez, había una fotografía en blanco y negro muy antigua, de un hombre viejo. Apareció Travis de nuevo, sosteniendo su paño, y me dijo:
-Ésa es una foto, del dueño del barco, que reposa en su tumba, en una cámara escondida justo bajo el mismo suelo que usted pisa, señorita.
Me asusté. Entonces vi a Anton, mi antiguo amigo mirándome, escondiéndose tras las divisiones de los baños. Sentí que era el momento de despertar entonces, y desperté, desconcertada.
Todo lo que había vivido en el barco, todo, era único, pero no sabía cómo había sucedido. Ahora, había despertado, abrigada por sábanas conocidas. Atrás y a mi lado, había una ventana que daba al patio de noche, la hierba, el resbalin y un árbol muerto con sus ramas tenebrosas. Reconocí el lugar, yo estaba en mi habitación, mi verdadera habitación, es decir, en mi casa, la casa de mi madre, en el barrio de los apartamentos, donde vivíamos. ¿Cómo había vuelto? No quise pensar que lo del crucero había sido un sueño, pero lo más sorprendente era, que desde mi velador al lado, tomé sobre mi mano, el pasaje que tenía marcado, comprobando que ya había abordado antes, que ya había sucedido. Hasta pensé que me había trasladado en el tiempo.
Pero ahora, estaba preocupada por mi abuela. Mi reloj sobre el velador marcaba la medianoche en punto, con sus números rojos parpadeantes. No había encontrado a mi abuela, ¿pero por qué había sido toda aquella experiencia? ¿Y por qué me había encontrado algunas veces con Anton, que había salido de la nada? ¿Dónde estaba el crucero ahora, mi soñado, “La perla de sueños? No sabía por qué había ocurrido toda esa experiencia. Pero ahora iba a volver a dormir, no tenía nada más que hacer. La noche estaba muy quieta. Quizá la experiencia, había sido de aquellos sueños extraños que permiten a uno viajar por el espacio, o vivir algo distinto; mezclar la realidad muy bien. Pero no lo sabía, quién sabe. Quizá se repetiría. Pero había sido interesante y después de eso no sabía muy bien cómo sentirme, pero ahora simplemente, me iría a dormir de nuevo.

DarkDose

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario