Mi abuela me había avisado con antelación, para que me fuera con
ella, porque faltaba un mes para que el crucero pasara en el puerto más
cercano. Entonces, ese mes antes me fui a la casa de mi abuela, ubicada en la
playa, muy pintoresca. Allí pasé los días. Veía a mi abuela, y su cabellera
blanca, y parecía bien alimentada. El tiempo pasaba, pero ella se mantenía con
buena salud.
Primero, dejé todos mis bultos en su casa al llegar, aunque todas
las semanas siguientes me las pasé en gran parte arreglando mis bultos. Mi
abuela me recibió con una rica comida. Luego pasamos la tarde conversando.
Entonces, cuando las brisas de la tarde se fueron tornando más frescas, me
dieron ganas de salir, y de reconocer caminando las calles del barrio de mi
abuela. Eran calles, que me llenaban de recuerdos y me daban ganas de explorar.
Pero por fin pasó el mes. Se fue rápido y agradable, en el fresco
y ameno barrio de mi abuela. Apenas había bajado tan solo unas cuantas veces
por la calle a la playa. Pero pasó el tiempo, y ya tuve todo preparado.
Entonces salimos del hogar cargadas, y mi abuela me dijo que iríamos al puerto
a esperar el barco.
Por el camino pasábamos por largas calles caminando. En una de las
calles más anchas, unos ojos se me quedaron mirando, y entonces una silueta
avanzó irresolutamente: Era un amigo de la infancia, que había conocido por
esos lados. Pero como hace mucho no había yo visitado a mi abuela, con aquella
distante amistad nos habíamos alejado por varios años.
-¿María Luisa Myers? –dijo, como si le costara reconocerme. Como
si le costase encontrar un recuerdo claro en mi rostro, pero tenía la
intuición. Él era Anton. Siempre había sido un chico tímido, pero agradable.
Hubo un tiempo en que yo sospechaba que le gustaba.
-Anton, ¿cómo estás? –le dije.
-Muy bien, gracias por preguntar –me respondió cortésmente y así
fuimos armando una charla. Habíamos pasado tanto tiempo sin vernos. Hasta que
llegó el momento, en que sus preguntas me condujeron a revelarle sobre mi
viaje. Sus ojos se abrieron inmensos con asombro, y me preguntó:
-¿Es en serio?
-Sí, es verdad –le respondí. Tras entrar en detalles, cuando le
llegó a él el turno de hablar, me deseó un montón de suerte, y dijo que me
extrañaría. Entonces me cargó los bolsos por algunas calles, y luego nos
despedimos. Al anochecer ya, habíamos llegado al puerto con mi abuela.
La tarde ya se había esfumado y las brisas pasajeras del temprano
anochecer nos helaban las entrañas. Estábamos allí, con mi abuela, ante una
larga hilera de personas, cuando el espectáculo más grande de luces me
maravilló. Y entonces vi una sombra gigante aproximándose a mí, que era el gran
crucero en todo su esplendor. Y mientras se acercaba, miré a la derecha y leí
en la coraza, “La perla de sueños”.
Salté de
la emoción y ni recuerdo cuántas veces abracé y agradecí a mi abuela por la
sublime invitación. Ella me dijo:
-Guarda
aliento María Luisa, no te vaya a dar un infarto que aún nos falta entrar a él.
Entonces
la hilera de personas pareció hacerse interminable. Pero la noche estaba
hermosa, llena de luces por doquier y la pálida luna. Hasta que por fin las
filas fueron avanzando, y estuve ante las escaleras de entrada del inmenso
barco.
Iba algo
distraída y encantada con todo a la vez que oía una dulce música procedente de
mis auriculares. Mi abuela venía atrás mío. Entonces, iba a subir el último
escalón, y me topé con alguien que estaba en medio del paso. Llevaba traje
negro, y era muy alto. Tenía calva, y usaba un monóculo, y llevaba un paño
encima de su brazo reposando. Revisó una lista, y me dijo:
-¿Señorita
María Luisa Myers, verdad? Y su abuela, Antonella Del Canal –y me dio una
mirada de reconocimiento. Yo y mi abuela asentimos. Entonces nos dijo:
-Acompáñeme
por favor; les mostraré los interiores y sus recámaras –entonces hizo ademán de
que lo siguiéramos y para mí era increíble, pero nos adentrábamos en el barco.
Travis,
era el nombre de aquel mayordomo de un sector específico en el crucero, dado lo
gigantesco que era. Nos mostró el comedor: era inmenso, como aquellos que se
veían en los cruceros de películas. Sentí un fuerte palpitar en el corazón.
Luego nos mostró distintas salas para diferentes propósitos, y después nos
llevó a la cubierta, donde había una colosal piscina. Pero como era de noche, y
por no resfriarse, nadie se estaba bañando, a excepción de una solitaria
pareja.
La noche
se fue rápido, y como ya estábamos dentro del crucero ya sólo aspirábamos a
descansar y mañana por la mañana exploraríamos todo tanto yo como mi abuela.
Entonces le dije:
-Abuela
estoy cansada, ya quiero irme a acostar –y ella asintió entonces, y me acompañó
a mi recámara. Ella después se iría a quedar en la cubierta un rato, observando
el cielo anochecido y relajándose. Yo entonces me arropé bien con las frazadas
de mi cama, y observando el mar mecerse lentamente por la ventana circular de
mi cuarto, me fui quedando dormida de a poco…
Varias
veces creí despertar por la noche. La vista estaba borrosa. El mar se mecía con
más intensidad, y de pronto, me sentí totalmente sola. Fue una desagradable
sensación. Pero pasaba luego, cuando me volvía a quedar dormida. Tenía una
extraña sensación; sabía que estaba en un lugar sumamente agradable, un lugar
casi de mis sueños, pero de pronto se me olvidaba que iba a bordo del crucero,
y me sentía como si por unos segundos hubiese estado en mi habitación pero
entonces la sensación se iba, y yo volvía a la realidad. Pero estaba
soñolienta.
En un
momento de la noche, recuerdo que me levanté. Tenía ganas de ir al baño a
remojarme la cara, pensar un rato, y luego dormir. Recuerdo que no comprendía
también, por qué las cosas estaban extrañas. A través de un pasillo, vislumbré
claramente la silueta de Travis, el sirviente, pasar. Y eso me generó misterio.
Luego, cuando llegué al baño, en un espejo personal se reflejaba la imagen de
un hombre viejo. Me asusté, me mojé la cara rápidamente y volví a mi recámara.
Allí, me volví a cubrir entera con las frazadas, y me quise dormir enseguida.
Tenía un constante presentimiento quizás imaginado, quizás real, de que el
crucero estaba desolado. Pero de todos modos, las horas de esa noche las pasé
inquieta.
Respiraba
lentamente, y sintiendo la suavidad de mi respiración profunda, fui calmando mi
cuerpo. Entonces los ojos se me iban entrecerrando observando mi almohada. La
luz de mi recámara estaba apagada, y sólo la del pasillo se veía, que entraba,
por los resquicios de la puerta y muros. Me dormí. No supe más de nada,
mientras estaba plácidamente dormida, dentro de mis sueños. La agradable
sensación de dormir gratamente en el lugar anhelado. Mi abuela no aparecía,
seguía en la cubierta seguramente, en algún lugar apreciando el cielo bañado de
tinta negra. Mi conciencia se iba, me quedaba dormida.
Un rato
después, sentí un fuerte remezón, algo brusco, que me hizo despertar. Sentí
como si todo el crucero se hubiera agitado, como si en un instante pudiese
hasta haberse volcado. Aquello me obligó a abrir mis ojos. Me observé, y vi mis
pies descubiertos. La frazada estaba hecha hasta atrás; no me explicaba cómo;
quizás mientras dormía moviéndome de un lado a otro porque mi mente estaba
demasiado despierta y envuelta en delirios, me había quitado la frazada. Pero
no importaba. Me senté sobre la cama, estaba con mi bata de dormir puesta,
porque, me recalqué en mi mente, “¡aquellas eran horas de sueño!”. Pero qué
curioso era, no podía dormir. Y ahora, con esta fugaz gran especie de temblor
que me había hecho despertar. Me levanté, tomé mi ropa habitual y me vestí.
Saldría a las partes superiores del barco a ver qué ocurría.
¿Habría
sentido la otra gente en el barco el temblor? Me daban ganas de preguntar. Pero
extrañamente, no parecían haber más tripulantes. Llegué hasta la cubierta, y
por supuesto no había rastro alguno de mi abuela. Volví a la parte inferior del
barco y recorrí interminables pasillos, a ver si es que me llegaba a surgir una
respuesta en algún momento…
El crucero
ya no parecía hacer movimiento alguno. A través de una ventana me detuve a ver
si es que todavía la nave avanzaba, o si es que todavía se veía el mar. Me
extrañé completamente, cuando mis ojos vieron más allá del cristal: Había
tierra. O de pronto nos habíamos varado por desgracia, o el crucero se había
detenido deliberadamente por decisión de quien lo manejaba, y ahora estaba
apegado a la tierra. No sé, desconocía qué pasaba pero me asusté, un poco.
Volví al pasillo, y caminé dudosa, insegura. Pensé en volver a mi recámara.
En el
suelo del pasillo había una rosa, con algunos pétalos arrancados. Al lado de
ella había una carta. En ella estaba escrito, con letras intensamente rojas:
“Esta rosa te simboliza a ti”. Y firmaba Anton, sorprendentemente. Me quedé
muda, perpleja. Las cosas entonces se tornaban extrañas. ¿Realmente aquellas
palabras las había escrito Anton, aquel viejo amigo mío que me había encontrado
el día anterior a abordar el crucero? Era sumamente raro todo, pensaba…
Hubo otro
estremecimiento más del barco, al parecer el final, entonces alguien abrió unas
puertas en algún lugar del pasillo, como al término de éste. El sonido del
abrir de puertas llamó mi atención, y entonces a medida que avancé, vi una alta
silueta negra parada a un lado de las puertas a las que llegué, abiertas.
Reconocí la voz, y la figura de Travis, el sirviente empleado del barco. Me
dijo:
-Señorita
María Luisa Myers por favor, Haga entrada a estas puertas. ¿Tiene su pasaje de
tripulante? Le gustará este lugar; puede acceder si me enseña otra vez su
pasaje –hablaba con un tono de suma elegancia. Yo dudosa, pensaba y estaba casi
segura de que tenía mi pasaje en mi habitación del barco, entre los bultos,
pero sin saber bien cómo estaba ahí, me llevé una mano al bolsillo, me lo
encontré y se lo entregué. Aunque estuve insegura por haber hecho esto. ¿Y si
ahora perdía mi pasaje? ¿Y si esto era un sueño? Era lo que había comenzado a
pensar desde el principio, cuando no podía dormir, en la quietud de mi recámara
de este barco. Todo lo demás era realidad, por supuesto. De eso estaba muy
segura. Muchos días había esperado por abordar en este barco.
No hubo
problema alguno, porque había encontrado mi pasaje. Lo deposité sobre las manos
de Travis, y me sonrió con misterio, como indicándome que algo me esperaba. Me
hizo un gesto entonces, y se quitó del frente de las puertas. Entonces, una
enormemente luminosa luz del sol entró en cantidad, y me dio en el rostro.
Sentí como si se me cegaran los ojos, y me cubrí con el brazo.
-Adelante
señorita María Luisa… Éstas son las puertas a un lugar hermoso –me dijo, y me
dejó libre la pasada. Yo le consulté mis dudas con la mirada, pero él me
asintió sonriendo. Estaba bien. Entonces me adentré lentamente, cruzando ese
umbral de luz frente a mí.
“Un lugar
hermoso”, había dicho Travis el sirviente. Y además, inesperado para mí. Apenas
hube cruzado el umbral de la entrada, aquella dorada luz que me bañó en ella
era como sentir un amanecer en todo su esplendor y plenitud. Entonces
comprendí, que al parecer mi crucero, “La perla de sueños”, estaba varado,
atracado a tierra. Estaba recién poniendo pies fuera de él. Dirigí la mirada
hacia atrás, insegura, hacia Travis, para comprobar si todo estaba bien. Él me
sonrió, y permaneció allí, invitándome con su actitud a explorar el nuevo lugar
frente a mí, que me daba la bienvenida con su luminoso, cálido clima.
Avancé,
con una especie de miedo secreto, como una niña insegura, indecisa. Lo que
había ante mi mirada, parecía inverosímil. En un momento en mi imaginación, me
encontré en mi habitación –del barco- y me pregunté; ¿y si estaba teniendo un
sueño astral, místico? Ya saben; aquellas experiencias fuera del cuerpo, donde
el consciente flota…
Miré,
luego de ese pensamiento y volvía a la realidad: La que vivía ahora por lo
menos, y vi una especie de isla, frente a mí: de lo más extraña. Su tierra, era
dorada. Había montes, a lo lejos, muchos árboles, que parecían ser frutales. Y
hasta donde llegaba la vista, allá, hacia el término de la isla, había más
frondosidades de árboles y conjuntos seguidos de no muy altos montes vacíos de
esa tierra amarilla, que se perdían mientras más lejos llegaban.
Yo estaba
apenas con mis pies donde comenzaba la isla; limitaba con el poco de mar y
estaba el crucero mío detenido. Entonces mis pasos me adentraron más a ella,
sintiéndome intrigada, cómoda, pero sin saber qué esperar. La isla era muy
ancha, como si hubiese sido extendida hacia los lados. Y era larga también
hacia arriba, como si invitara a seguir y subir por ella. No, pero yo me
conformé con recorrer solamente, las tierras que estuvieran cercanas al barco,
a mi lado, por si cualquier cosa, para volver a subir a él.
Y ahí
entonces me empecé a fijar en la isla, a recorrerla con la mirada, para entrar
en descripciones. Primero, estaban los muchos árboles que había, y que estaban
cerca de mío, que eran manzanos. Frescos, rociados todavía por la blanda brisa.
Esos árboles me deleitaron la vista. Después sin embargo, continué analizando
con mi mirada, y lo que vi, justo al frente mío a unos metros, me hizo darme un
gran sobresalto. Me remecí en un escalofrío y temblé, y mis dientes se chocaban
rápidamente: Había un fantasma, su silueta era vaporosa y su rostro no se podía
apreciar bien, pero era como un cráneo. Flotaba por supuesto, y no tenía
piernas, sino una especie de vestido rasgado. Su figura era toda blanca, y sus
brazos se cortaban antes de nacer por completos.
Pero me
tranquilicé, no temblé más, porque aquel fantasma, servía como un tipo de forma
de adorno. Y aunque estaba frente a mí, y sus extremos se mecían como las
puntas de una llama, nada hacía. Jamás abandonaba su lugar.
Unos
perros pasaban corriendo. Sumamente rarísimos, como de raza Rottweiler, tenían
la cabeza y la cara al final del cuello, y otra cabeza en su parte trasera.
Ambas cabezas sacaban las lenguas y los perros parecían juguetear felices, e
iban de un lado a otro. Me dieron algo de miedo, pero eran inofensivos.
Después,
había un grupo de monos con color entre amarillo oscuro y café, jugando con
huesos. No muy lejos, había un esqueleto de forma de persona. La luz dorada por
doquier, cubría los cielos, y habían unas cuantas nubes solitarias casi en cada
extremo del cielo y distribuidas. Me llamó la atención que a lo largo de todo
ese comienzo de la isla, había un montón de almohadas rotas y con sus plumas
fuera, desperdigadas por doquier.
Avancé, y
recogí una delgada varilla de madera. Entonces vi algo, y miré atrás a Travis a
lo lejos. Volví a mirar: A mi lado, había una persona desnuda, en posición
fetal, de piel gris, como una masa o un bulto gris. Era calva, y su piel tenía
unos dos o tres rollos de la masa que le sobraba en la nuca. Cuando miré a
Travis, de pronto había aparecido muy cerca de mí, tras mi hombro derecho, y me
había susurrado:
-Esta isla
es llamada, El Paraíso. Privilegiada es usted señorita María Luisa de estar
aquí –. La isla además de las criaturas extrañas, estaba deshabitada. Travis
siguió: -. Éstos, son ángeles muertos, aquí llegan a terminar –me dijo, y me
señaló un montón de personas tiradas por la isla, como en un sueño eterno,
desnudas, y que poseían alas. Yo me acerqué al ser gris a mi lado, tirado, y lo
inspeccioné hundiendo mi varilla en sus carnes. No hacía movimiento alguno, no
reaccionaba ante el estímulo. Estaba muerto.
Sentí una
especie de pena, pero se me pasó. Entonces antes de desaparecer, alcancé a
observar a Travis sonriendo y el pañuelo fino que solía llevar sostenido a su
brazo. Entonces él, se me tornó borroso, y dicha realidad que estaba viviendo,
se me comenzó a desaparecer. Caí como en sueño.
Minutos
después, me desperté agitada, sorprendida por lo que había vivido. Bajé de mi
cama, y me calcé las pantuflas, me llevé una mano al pecho, y respiré como si
me faltara el aire, como si fuera asmática. Entonces, sentí un impulso, un
instinto, un deseo tenaz, inexplicable. Me puse rápido en pie. Estaba con mi
bata de dormir puesta sin saber cómo, porque creía haberme vestido antes, a
momentos atrás antes de visitar la isla esa asombrosa, y salí corriendo de mi habitación,
y corrí por el pasillo, apremiada por algo que desconocía, pero me hacía
seguirlo simplemente; un impulso sin fundamento.
Llegué así
de apurada, hacia el baño del crucero. Todavía la nave entera estaba vacía.
Entonces allí, en el baño, observé que había cambiado. Ya no estaban los espejos,
había sólo dos en el muro, donde me reflejaba. Y en el centro de la habitación
de baño, en el suelo, había una especie de hendidura enorme, un cuadrado, donde
yo estaba parada. Y en todo el centro, otra vez, había una fotografía en blanco
y negro muy antigua, de un hombre viejo. Apareció Travis de nuevo, sosteniendo
su paño, y me dijo:
-Ésa es
una foto, del dueño del barco, que reposa en su tumba, en una cámara escondida
justo bajo el mismo suelo que usted pisa, señorita.
Me asusté.
Entonces vi a Anton, mi antiguo amigo mirándome, escondiéndose tras las
divisiones de los baños. Sentí que era el momento de despertar entonces, y
desperté, desconcertada.
Todo lo
que había vivido en el barco, todo, era único, pero no sabía cómo había
sucedido. Ahora, había despertado, abrigada por sábanas conocidas. Atrás y a mi
lado, había una ventana que daba al patio de noche, la hierba, el resbalin y un
árbol muerto con sus ramas tenebrosas. Reconocí el lugar, yo estaba en mi
habitación, mi verdadera habitación, es decir, en mi casa, la casa de mi madre,
en el barrio de los apartamentos, donde vivíamos. ¿Cómo había vuelto? No quise
pensar que lo del crucero había sido un sueño, pero lo más sorprendente era,
que desde mi velador al lado, tomé sobre mi mano, el pasaje que tenía marcado,
comprobando que ya había abordado antes, que ya había sucedido. Hasta pensé que
me había trasladado en el tiempo.
Pero
ahora, estaba preocupada por mi abuela. Mi reloj sobre el velador marcaba la
medianoche en punto, con sus números rojos parpadeantes. No había encontrado a
mi abuela, ¿pero por qué había sido toda aquella experiencia? ¿Y por qué me
había encontrado algunas veces con Anton, que había salido de la nada? ¿Dónde
estaba el crucero ahora, mi soñado, “La perla de sueños? No sabía por qué había
ocurrido toda esa experiencia. Pero ahora iba a volver a dormir, no tenía nada
más que hacer. La noche estaba muy quieta. Quizá la experiencia, había sido de
aquellos sueños extraños que permiten a uno viajar por el espacio, o vivir algo
distinto; mezclar la realidad muy bien. Pero no lo sabía, quién sabe. Quizá se
repetiría. Pero había sido interesante y después de eso no sabía muy bien cómo
sentirme, pero ahora simplemente, me iría a dormir de nuevo.
DarkDose
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