El matadero es un lugar, donde se hacen
atrocidades con la carne. Se rebana con brutalidad y se da muerte a muchas
almas. El matadero es el terror en sí. Las personas caminan hacia el matadero
cuando saben que morirán. El matadero es donde yacen los más terribles miedos y
la muerte misma. El matadero representa el dolor en todo el sentido de la palabra;
es el lugar donde yace el sufrimiento y la realidad sobrepasa a la pesadilla.
El matadero es el fin de todo lo que conoces. Prepárate para encaminarte hacia
el matadero, donde todo culmina.
La noche estaba inquieta, los relámpagos
atronadores centelleaban en el cielo. En lo más profundo del campo oscuro cubierto
por frondosos árboles, dividido por caminos de tierra, se encontraba una vasta
y antiquísima hacienda. Y como se decía que en el campo no había luz eléctrica,
la penumbra de la hacienda era atenuada por las escasas velas distribuidas por
las infinidades de habitaciones. Anastasia, una de las jóvenes hijas de los
patrones recorría los pasillos dirigiéndose hasta su cuarto para conciliar el
sueño, a eso de las doce de la noche. Pasó frente a la habitación del abuelo
Eustaquio. La puerta estaba cerrada, pero podía distinguir la voz del abuelo.
Ingresó al cuarto, y los niños estaban reunidos ahí, ante el abuelo Eustaquio,
quien les relataba una de sus historias las cuales siempre eran recibidas con
entusiasmo por los infantes. Pero Anastasia pensaba que estas historias les
perturbaban el seso a los pequeños.
-Abuelo: ¿Ya les estás llenando de cosas la
mente a los niños?
-¡Calla, Anastasia!, que a ellos les encantan
mis historias.
-¡Sí! –respondieron todos al unísono, mirando
enfadados a la tía Anastasia.
-Los niños ya deberían estar durmiendo... ¡A
acostarse!
-¡No, Anastasia! Después de relatarles una de
mis historias favoritas, recién entonces se irán a dormir: están conmigo.
-¡Ya, abuelo! ¡Comienza la historia! –exclamó
uno de los niños.
-No, niños. No les vas a trastornar las mentes
con tus historias de terror, abuelo.
-¡Anastasia, vete! ¡No me des órdenes, soy tu
abuelo! ¡Te doblego en la edad y la experiencia, niña sin respeto! –respondió
el abuelo golpeando la mesa. Los niños abrían bien los ojos.
-¡Ay, abuelo! –protestó Anastasia. Salió de la
habitación enfurecida, dando un fenomenal portazo que se sintió a lo largo de
toda la hacienda.
-Bueno niños, ahora sí podremos compartir la historia
tranquilamente. Ustedes ya son hombrecitos y no se asustan fácil, ¿verdad?
-¡No! –exclamaron todos.
-Esta historia se llama… “El matadero de
personas”:
“1969 - Talagante, Santiago de Chile
Todos los televisores en las casas estaban
sintonizando la llegada del hombre a la luna. La noche era oscura y nublada, no
se veían ni los astros ni las estrellas. A las afueras de Talagante, hace un
mes aproximadamente se había alzado un matadero. Pero los desagradables olores
que surgían del edificio pronto comenzaron a molestarle a la gente, quien
inició protestas, hasta que el matadero fue cerrado. Y en los meses siguientes
comenzaron a aparecer extrañas historias, de desapariciones dentro del matadero
abandonado. Grupos de jóvenes se internaban en el lugar para quedarse hasta
altas horas de la noche o consumir drogas. Pero no se les volvía a ver más, por
lo que la gente comenzó a creer que el lugar estaba maldito, y ya nadie se
atrevía a entrar.
Recuerdo que caminaba por sobre la maleza en
los terrenos donde se ubicaba el matadero, cuando pasamos por el frente y mi
grupo de amigos comenzaron a lanzarle piedras a las ventanas tirándoles abajo
los pocos pedazos de vidrio que les quedaban.
Uno de ellos con piedra en mano preguntó:
-¿Creen que de verdad el matadero está
maldito?
-Pues ha habido desapariciones, y eso está
comprobado. Si no está maldito, algo raro hay allí –respondió alguien. Una
nueva piedra destrozó una de las últimas ventanas que quedaban.
-Debe ser un lugar asqueroso; imagínense: Carne
descompuesta por todos lugares.
-Pero también es un buen lugar para pasar
desapercibido, he oído historias que criminales se han escondido allí.
-¿Pero y de qué sirve si no salen más del
lugar?
-Tienes razón.
De pronto sentí una inmensa sed cuando vi a
uno de los de mi grupo extraer una botella de ron de su chaqueta. La destapó y
no tardé en pedirle que me alcanzara la botella, pero cuando hizo esto, alguien
lo detuvo: el cabecilla del grupo.
-Si quieres de esto deberás hacer algo
primero: Debes entrar al matadero.
-Vamos, no bromees, tengo bastante sed. Mi
garganta está seca –respondí.
-¿Qué sucede? –Me miró burlón- ¿Tienes miedo?
Le dirigí una mirada de odio.
-Sabes muy bien que no le temo a nada.
-¿Y si es así por qué no quieres ir?
Le arrebaté la botella de un manotazo.
Sediento y furioso, la bebí en cuestión de segundos. Arrojé lejos la botella
vacía, y me dirigí decidido hasta el edificio, mientras les decía:
-No se atrevan a venir por mí; no le temo al
matadero…
Distinguí como murmuraban tras mío. El ron
había estado añejo, tal como me gustaba.
El lugar despedía un olor infernal. Me tapé
las narices con la muñeca mientras observaba los alrededores. La forma en como
mis camaradas lo habían descrito no estaba tan lejos de la realidad: Había
fétidos pedazos de carne descompuesta en cantidad, esparcidos por las murallas.
Las máquinas para desgarrar las carnes estaban sucias y manchadas en sangre así
como el suelo. Las sierras asesinas estaban detenidas, pero más afiladas que
nunca. No había ni la más mínima luz, a excepción de la luz de la luna que
entraba por la ventana. Recorrí el lugar a tientas varios minutos hasta que en
una esquina, distinguí unas velas depositadas en el suelo. Me incliné a recoger
una, para iluminar mi camino, cuando distinguí unas cabezas de niños ensartadas
en unos afilados palos. A pesar de mi eterna frialdad, no pude evitar
sorprenderme. Para una persona normal aquella imagen habría sido devastadora, le
habría generado un trauma de por vida, sin duda. Iluminé los rostros de los
niños con las velas. Estaban desfigurados y la sangre de la herida en sus
cuellos, donde el palo penetraba las carnes estaba seca, como si hubieran sido
mutilados hace un buen tiempo. Me alejé escuchando gemidos y llantos de
infantes. Supe de inmediato, que eran los espíritus de los niños que habían
sido reducidos a cabezas decapitadas los cuales sollozaban. Sin embargo no
temía. Recordaba un dicho que solía decir mi abuelo: “Témele más a los vivos
que a los muertos”, muy cierto.
Llegué hasta un pasillo en la penumbra, pero
me abrí mi camino iluminando con la llama de la vela. Luego de avanzar varios
metros, fueron apareciendo candelabros colgados a los muros, con varias velas
sobre ellos. Tras mío, había oscuridad total. Estaba bien internado en el
matadero, y si alguien aparecía tras mi espalda no tenía por dónde correr,
debido a lo estrecho del pasillo. Pero a medida que continué avanzando divisé
una puerta a mi izquierda, color carmesí. La puerta me llevó a una habitación
de aspecto ceremonial: Había un gran candelabro colgando del techo, cortinas
sobre las murallas y distintos cuadros abstractos de aspecto perturbador. No
tardé en percatarme, de que había alguien más allí. En el centro de la
habitación había dos pequeños en estado lamentable desprovistos de vestimenta.
Tenían la cabeza calva y estaban en seria desnutrición, al punto de que se le
lograban ver las costillas. Eran pequeños, como de la edad de cinco años y tenían
las manos ensangrentadas, al igual que sus bocas, pues comían un pedazo de
carne cruda y ensangrentada del piso. Me acerqué disimuladamente. No se lograban
percatar mi presencia, porque estaban ocupados con el trozo de carne.
En el muro frente mío había una especie de
ranura. Desde allí observé a un tipo de cuerpo grueso y bestial vestido como
carnicero, que les arrojaba más pedazos de carne a los pequeños como si
estuviese alimentando a sus mascotas. Los hambrientos pequeños se lanzaban
desesperados al trozo de carne, y sus labios se tenían de rojo. Pero quien les
arrojaba las carnes pronto se percató de mi presencia. Su rostro estaba
cubierto por una tela negra, y me apuntó con su mano cubierta por un guante
manchado en sangre, en forma de amenaza. Luego, desapareció de la ranura. Me
acerqué a uno de los pequeños y le acaricié la cabeza. Aun así no se percataban
de que yo estaba ahí, entonces salí de la habitación.
Continué avanzando por el estrecho pasillo,
iluminado por los candelabros. El tipo gigante con ropas de carnicero ya había
advertido mi presencia, y me imaginé que quizás podría haber más personas en el
matadero, pero todo me resultaba muy raro; ¿Qué hacía esa gente allí?, si es
que se le podía llamar así. Aquellos dos pequeños que había visto en la
habitación anterior parecían animales maltratados, además de que en su piel se
podían distinguir severas heridas como producidas por algún látigo y torturas. Al
final del pasillo llegué hasta un espacioso cuarto del matadero. El lugar
parecía inmenso. Me dirigí a una ventana y por allí observé los campos, donde
se reunía a las reses que serían ejecutadas. Pero como el lugar había sido
cerrado hace meses, esos campos ahora yacían solitarios bajo la noche.
En el cuarto que me encontraba ahora aparecieron
dos gigantes deformes, tras mío. Uno de ellos sostenía un inmenso garrote con clavos
y el otro un machete, ambos ensangrentados. Diversas manchas de sangre también cubrían
sus uniformes blancos de carniceros. Sus caras estaban desfiguradas y su piel
era similar a la piel de los muertos.
Caminaron hacia mí con sus inmensos cuerpos y
sus ojos no tenían siquiera pupila, pero sus rostros llevaban una expresión de
infinita furia. Divisé una puerta, e ingresé por ella rápidamente, mientras
escuchaba sus feroces rugidos. No tardaron en aparecer tras de mí nuevamente, y
comencé a correr por mi vida, por diversos pasillos y habitaciones iluminadas
por los candelabros y velas, que parecían estar distribuidos a lo largo de todo
el matadero. Vi infinidad de niños más, algunos asegurados con gruesas cadenas
alimentándose de trozos de carne podrida amarillenta. Luego, me encontré sin
salida en una habitación. Los dos gigantes volvieron a aparecer. Había unas
tablas cubriendo la muralla, la cual parecía desgastada. De una patada derribé
las tablas junto con la muralla y surgió un nuevo camino ante mí, y aparecí en
una inmensa habitación con una larga mesa ubicada al centro, y en los asientos
yacían varias siluetas cubiertas por capuchas rojas y cuernos que emergían de
sus cabezas. Sus rostros eran cráneos de cabras, y sus ojos eran rojos, como la
sangre. Llegó hasta mi mente la imagen de Satanás, el macho cabrío.
Apenas estuve frente a ellos todos me
contemplaron. Uno de ellos que parecía el líder pues llevaba una capucha y
cuernos que destacaban más que los demás, se levantó violentamente, me señaló y
exclamó furioso palabras en una lengua desconocida. Ante su orden todos se
abalanzaron contra mí. Y a mis espaldas aparecieron otra vez ambos gigantes. Me
vi perdido. Me sujetaron, y a la fuerza me condujeron fuera de la habitación.
Me condujeron por más pasillos desconocidos y comenzaba a sentir terror, por
primera vez demostrándome a mí mismo mi naturaleza humana. Por los pasillos que
me conducían, sobre las murallas de estos mismos había cuerpos adultos sacrificados,
desprovistos de su piel y desfigurados horriblemente. Algunos incluso
desmembrados. Sentí pánico cuando oí una sierra emitir su estruendo, y también
varios gritos infantiles de dolor. Pensé que había llegado mi hora, que me habrían de ejecutar de la peor forma que
hubiera podido imaginar. Sin embargo, divisé una ventana que se venía
acercando. Cuando pasé por el lado de la ventana, retenido por mis verdugos, sin
pensarlo demasiado rompí los vidrios con mi cabeza y me lancé fuera,
desprendiéndome de los brazos que me sujetaban fuertemente. Vi como el suelo se
precipitaba a mi rostro y sentí un tremendo golpe, después sangre por todos
lados y perdí el conocimiento.
Pero por instinto quizás desperté justo cuando
los dos gigantes venían a buscarme. Me había roto la mandíbula y me sangraba
horriblemente, pero ya me encontraba fuera del matadero, en los campos. Corrí a
todo lo que daban mis piernas y uno de los gigantes extrajo una escopeta y me
disparó en la pierna. Caí, pero aun así luché por mi vida. Corrí y corrí más
rápido que nunca, desafiando mi propio cuerpo. Cuando ya no pude más me detuve,
y apenas podía respirar. Miré hacia atrás y me percaté de que ya nadie me
seguía. Pero no descansé ni cinco segundos y continué avanzando pues debía
resguardar mi vida.
Después de mucho escapar me encontré en el
lugar donde había empezado, donde estaban mis amigos. Ya nadie estaba allí. Las
botellas de alcohol estaban tiradas en el suelo. A lo lejos escuché más
escopetazos. El gigante de la escopeta caminaba amenazante, y apretaba
firmemente en su mano unos cordeles de los cuales colgaban cabezas que reconocí
espantado. Eran las cabezas de mis camaradas y llevaban aún la expresión de
agonía. El gigante dio unos cuantos más escopetazos al aire y me apuntó; pero
corrí con todas las fuerzas que me quedaban y lo perdí, hasta llegar a la
seguridad del pueblo cuando ya daba el alba, para no volver nunca más a
aquellos lugares…”
-¡Fin!
-¡Abuelo Eustaquio; la historia ha estado
genial! –exclamó uno de los pequeños deslumbrado.
-Pero ahora tengo miedo de dormir… -exclamó
otro.
El abuelo Eustaquio le acarició la cabeza, tranquilizándolo.
-He dicho: Ustedes ya son hombrecitos, y los
hombres no le temen a nada- le dijo.
-Y abuelo… ¿Qué sucedió con el matadero?
El abuelo Eustaquio contestó:
-Se dice, que aún se encuentra por aquellos
lugares… Pero ya nadie, sin excepción, se atreve a entrar… Pues el matadero es
el lugar que representa la muerte, y el sufrimiento. Caminar hacia el matadero es
adentrarte en tu más grande pesadilla, en tus más grandes terrores. Es el lugar
donde las carnes y las almas son desgarradas brutalmente, el lugar donde todo
termina y la compasión no existe. El matadero, es el hogar de la bestia; es
donde se le otorga la sangre de los cuerpos sacrificados. Allí es donde verdaderamente
el diablo habita: Es el lugar de Satanás.
Anastasia escuchaba tras la puerta. Luego, se
retiraba a acostar dando furiosos pasos. La noche estaba silenciosa. Se acostó,
y se arropó bien para protegerse de los espíritus invisibles que rondaban en la
oscuridad pues, aunque no aprobaba las historias del abuelo Eustaquio sabía muy
bien que el matadero se encontraba no muy lejos de la hacienda, y de sólo
pensar en aquello se estremecía entera, sentía miedo y la invadía un gran
escalofrío…
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